Todo indica que este 22 de octubre tendremos una elección de senadores nacionales reñida en la provincia de Buenos Aires. En principio, eso fue lo que nos dijeron las primarias para senador nacional del 13 de agosto. En esa oportunidad Unidad Ciudadana y Cambiemos terminaron prácticamente en empate, hasta que el escrutinio definitivo dijo que ganó la lista de Cristina Fernández de Kirchner por una pequeña diferencia. Y todo permite suponer, a su vez, que la elección del 22 de octubre se polarizará aún más. Eso es lo que nos dice la historia de las PASO desde el año 2011: la elección general, la real, funciona como una especie de segunda vuelta y las fuerzas más votadas en la instancia primaria terminan absorbiendo votos de las terceras fuerzas. Va a ser muy difícil que Massa, Randazzo y Pitrola impidan que todo ese 30% de votos que no fueron a ninguna de las dos listas principales se mantenga al margen de la contienda principal: si en las PASO concentraron 7 de cada 10 votos, esta vez pueden llegar a 8, o cerca. Pero ya no se trata de consolidar núcleos duros –es decir, el voto antikirchnerista y el antimacrista– como antes. Ahora hay que limar asperezas para seducir a los votantes blandos.

Las dos campañas bonaerenses saben que habrá polarización. Que la aspiradora de terceros votantes será inevitable. Y por eso, tienen que ampliar sus bases. No lucen tan pendientes de lo que ocurra o deje de ocurrir con los tres reservorios de voto alternativo (el massismo, el peronismo no kirchnerista y la izquierda). En el discurso de Cambiemos ya no hay alusiones a Massa, y en el de Unidad Ciudadana ni se nombra a Randazzo. A lo que se están dedicando es a reducir sus restricciones. Cada uno carga con una mochila de enojos que agrupa a un 50% del electorado. 

Cuando inició la campaña, algo más de la mitad de los bonaerenses decía que estaba económicamente peor que cuando gobernaba el Frente para la Victoria. Y otra mitad, no necesariamente compuesta por los mismos individuos, rechazaba la persona de Cristina Kirchner. Esa mitad –algo más del 50%, en rigor– estaba enojada con la ex presidenta, y la asociaba a las denuncias de corrupción que afectaban a su período. Lo que están tratando de hacer, desde el 14 de agosto, es desarmar esas mochilas. O alivianarlas.

En el comando comunicacional cambiemista, el foco está puesto en mostrar que la economía mejora. El mensaje dosifica noticias buenas: baja la pobreza, aumenta la obra pública; «la economía pegó la vuelta» dijo el presidente; «estamos en nuestro mejor momento económico» agregó el ministro de Finanzas. Por su parte, la campaña de Unidad Ciudadana está orientada a la imagen de su candidata. La innovación de las últimas semanas fueron las diversas entrevistas que dio ante periodistas de distintos medios, mostrándose descontracturada y en relación franca con la audiencia. «Se han dicho de mí muchas mentiras», le dijo a Chiche Gelblung. Como esperando que, antes del final del cuento, los lectores descubran por sí solos que han sido víctimas de un engaño.

En cierta forma, ambas estrategias están dando buenos resultados. Entre mediados de julio y mediados de septiembre, el enojo con los bonaerenses con la economía retrocedió: pasó del 51 al 43%, según las encuestas mensuales de Observatorio Electoral. Y lo mismo ocurrió con la imagen negativa de Cristina, que hoy es de 50 y en la medición anterior era de 52%. Mejoras en ambas veredas. El problema que tiene la Unidad Ciudadana es que la «reducción de daños» de Cambiemos avanza más rápido que la suya. Si la tendencia sigue así y es lineal, la elección será para Esteban Bullrich.

Cambiemos, además, descansa sobre el trabajo colectivo del Estado. En estas tres semanas de «buenas noticias económicas dosificadas» que tiene por delante, Esteban Bullrich y María Eugenia Vidal podrán insistir con resultados provenientes de diferentes áreas gubernamentales, provinciales o nacionales. Algo siempre se podrá mostrar. La nueva campaña de Cristina, en cambio, parece depender de lo que pueda lograr ella misma. Mucha responsabilidad sobre un solo par de hombros. Y menos recursos para desplegar. Ella sólo tiene que encargarse de mejorar su imagen entre quienes no la quieren; de los intendentes se ocupa Fernando Espinoza. Está apostando al campo de los medios, que es uno de sus flancos más débiles. Ella se mueve con ductilidad ante las cámaras y los micrófonos, pero no tiene demasiados escenarios disponibles.

Cuenta, sin embargo, con alguna que otra ventaja. Una es que su despliegue es cualitativo. Tiene el factor sorpresa de su lado. Cambiemos, en cambio, avanza con la seguridad de las expectativas y el clima, sin incertidumbres. La presencia de la expresidenta en los medios sigue siendo algo novedoso, tras haber estado presente in absentia durante tanto tiempo. Le faltan aún los espacios hostiles, que son el round final. ¿Por qué no habría de ir al debate en TN, si allí sólo puede ganar?

Muchos aún recuerdan la entrevista que le hicieron, en 1996, Magdalena Ruiz Guiñazú y Joaquín Morales Solá a Carlos Menem en la Quinta de Olivos. La suerte del entonces presidente comenzaba a cambiar, y los principales diarios ya eran opositores, anticipando la conformación de la Alianza un año después. Magdalena y Joaquín fueron a «ganarle» a Menem. Pero no resultó así. La sola figura de Menem tenía peso propio.

Mientras tanto, en el universo Cambiemos reina la confianza. Así como antes de las PASO se contuvo de mostrar encuestas favorables, esta vez las filtra. Se cierne alrededor del presidente y la gobernadora una nueva expectativa. Hay convencimiento de que Mauricio Macri ganará en votos y, tal vez, en provincias que en agosto no logró. Se cree, en definitiva, que ya no hay imponderables por develarse.  «