La foto pertenece a una serie que Gisele Freund hizo para la revista Life, en 1950. Eva está sentada frente al espejo. Se ve, de espaldas, sólo la cascada de su pelo rubio cayendo sobre la silla y, de frente, su cuerpo y rostro reflejados, la mano derecha en el lóbulo de la oreja, tocando o colocando un aro. La mirada es fija y ensimismada, como es habitual en sus retratos. Una buena foto, donde el juego de la espalda y el frente reflejado es previsible (de la espalda sólo se ve el pelo; el rostro en el espejo es su casi exacto contraplano); no hay tensiones que conmuevan un encuadre elaborado pero inerte pese al principio barroco que lo sostiene.

Freund tomó la foto a la izquierda de la modelo y, desde allí, le habló a Eva, que sacó la mirada que tenía fija en el reflejo de su cara en el espejo, y desvió los ojos hacia Freund, sonriendo; cambió, al mismo tiempo, la posición de las manos, que se registraron en fotos anteriores de la serie. Esos pequeños movimientos produjeron el momento supremo e imprevisto de la instantánea. La perfección formal de la luz y el encuadre (difíciles de lograr en una toma rápida) quedan como rastros de lo que puede el talento y el oficio.

De todo el reportaje que pretendió mostrar una Eva «en la intimidad», esta es la única imagen verdaderamente íntima, y en consecuencia la imagen más ambigua, por la movilidad de la mirada que, gracias a la intervención de la fotógrafa, ha dejado de ensimismarse en la ilusión de un reflejo en el espejo. No intervino el azar sino la ocurrencia feliz de una fotógrafa que documenta el instante. El repentismo fotográfico de Freund produce una Eva desconocida, que no pretende halagar su vanidad ni mostrar los emblemas fastuosos de su poder.

En efecto, ni las joyas ni los vestidos en el alineamiento frío de los armarios prueban la intimidad, sino ese momento cuando la modelo no sabe que está entregando algo que pocas veces da: su juventud, la felicidad de sentirse bella, la soltura de un cuerpo que, durante algunos segundos, se sustrae a las funciones del Estado.

Eva era una mujer endurecida por su pasado y a quien los deberes políticos del presente le imponían una exterioridad de acero. Pero, en este caso, Freund se apodera de una Eva casi imposible. Como un rarísimo documento de felicidad distendida, de conformidad con el cuerpo y la imagen, la Eva de esta foto se ha alejado un poco de su misión representativa (el cuerpo del Estado peronista) para mostrar una identidad fugaz diferente de la pública.

Freund se acerca a una intimidad desconocida. En esta foto no buscó la profundidad, sino precisamente en opuesto: captar los cambios en la superficie, en la emergencia casi fortuita de un gesto no calculado. Al acecho de ese gesto, Freund lo provocó desde el fuera de campo y pudo documentarlo. Los ojos de Eva son los que miraron a Perón. Pero en esta fotografía ese significante político desmesurado (Perón) retrocede porque esos ojos son también los que vieron su propia belleza. La Eva de esta foto nos resulta todavía hoy casi una desconocida, porque es imposible asimilarla al museo inmóvil de los clichés póstumos. Nimbada por la felicidad, obliga a preguntarse, una vez más, ¿quién era esa mujer?

(Fragmento de “Fuera de campo o la intimidad de Eva”, publicado en La Biblioteca, número 12, primavera de 2012, Buenos Aires, Biblioteca Nacional)