Martín Piqué
@MartinPique

“Queridos compañeros: estos días pasaron cosas increíbles. Me planté. Sí, me planté. A veces los pueblos no sabemos cuántos instrumentos tenemos en nuestras manos.” Desenfadada, Hebe de Bonafini utilizó ayer esa expresión de uso cotidiano, el verbo ‘plantarse’, una palabra que hace referencia a la voluntad de asumir un riesgo y enfrentar un conflicto en resguardo de derechos que están amenazados. Fue en Plaza de Mayo, al pronunciar su discurso por las dos mil marchas alrededor de la pirámide.

La frase de Hebe desencadenó tanto risas, que expresaban alegría y cierta complicidad, como gritos de aliento en reconocimiento a su valentía. Aquella decisión ‘de plantarse’ de la que hablaba la titular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo aludía sobre todo a un momento. Una escena, no exenta de tensión,que se había registrado justo una semana antes, el jueves 4. Esa situación permanece en la memoria visual; circuló bastante a través de videos compartidos en facebook: el momento en que la combi de la Fundación Madres, que transportaba aHebe y otras integrantes de la asociación, se sube a la vereda de la calle Hipólito Yrigoyen y, escoltada por una multitud,se las arregla para retirarse hacia la Plaza de Mayo a pesar de la presencia de móviles policiales y efectivosque le pretendían cortar el paso.

La voluntad de no aceptar ser detenida por la fuerza pública –había sido citada a indagatoria por el juez Marcelo Martínez de Giorgi en el marco de la causa “Sueños Compartidos”- impactó en todos los argentinos que se conmueven con la lucha social de las Madres y Abuelas. Hebe, en aquel día cruzado por el vértigo, terminó una de sus primeras intervenciones con un mensaje dirigido directamente al actual presidente: “Macri, ¡pará la mano!”

La pretensión de dirigirse hacia la Plaza de Mayo para concretar la marcha número 1999 haciendo caso omiso de los agentes de la Policía Federal era arriesgada y no tenía el resultado garantizado. Un dirigente político tradicional, probablemente también un gremialista, hubiera evaluado mucho si era conveniente avanzar en una acción con tanta incertidumbre. Hebe y las Madres resolvieron que sí. Que era necesario.

“Las Madres nunca fuimos Madres de escritorio. Siempre fuimos Madres de la calle”, comentó ayer la propia Hebe en la marcha 2000. De algún modo también se refería a lo que había sucedido con la orden de detención de Martínez de Giorgi, emitida sospechosamente justo un jueves, el día de las rondas alrededor de la pirámide.

“Yo, todo lo que hago, quiero que sirva como ejemplo”, dijo Hebe a Tiempo Argentino en una entrevista publicada el último domingo. Lo que sucedió hace una semana -cuando un juez del cada vez más opaco edificio de Comodoro Py, sede de los Tribunales Federales, intentó detener a un emblema de los Derechos Humanos en la Argentina y el mundo- tuvo un carácter simbólico. Pero no sólo porque la protagonista fue una mujer que perdió a sus hijos frente a la dictadura más criminal que padeció el país, que convirtió ese dolor en la fuerza para conectarse con las injusticias de ayer y de hoy, y que asumió la identidad política de sus hijos, revolucionarios de los años ‘70, para intentar, ella misma, ser revolución.

El ‘no’ de Hebe se convirtió en un símbolo porque puso de manifiesto cierto estado de déficit, de vacío, de la oposición al actual gobierno. Sobre todo en el Parlamento y en el movimiento obrero. Lo que el gesto desobediente de la titular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo puso en evidencia fue la especulación, el temor o la negociación bajo cuerda que impera entre muchos de los dirigentes –políticos, sindicales y sociales- que podrían estar en condiciones de fijarle límites al macrismo. De impedir que siga avanzando con su doctrina del shock neoliberal.

Aunque la economía no parece darle ninguna noticia positiva a la administración de Cambiemos, a medida que pasan los meses queda claro que Macri tiene un objetivo ambicioso: rediseñar la estructura económica y disciplinar a la sociedad para que acepte el costo de esa mutación. El miedo –en especial a perder el empleo- vuelve a ser clave para que los argentinos acepten la desindustrialización, la caída del salario en dólares y el descenso del consumo. Por eso el gesto de Hebe tiene tanta potencia desafiante: la líder de las Madres conectó con una demanda de un sector significativo de la sociedad que necesita que alguien le diga “No” a Macri. Y que se lo diga con contundencia.

Por imposición de las circunstancias Hebe, que ya es un símbolo, quedó en un lugar de representación que trasciende al universo de los Derechos Humanos: en un ejercicio digno de Ernesto Laclau, teórico del populismo, la titular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo representa en estos tiempos a todos los agredidos por el macrismo. Representa a todos los que quieren que Macri tenga un límite. Ya. No más adelante. No el año que viene.

El presidente, por supuesto, también hace lo suyo para profundizar esta demanda de una parte de la sociedad que añora, casi con angustia, por un freno. Desconoce el número de los 30 mil desaparecidos. Dice que el debate sobre el número de las víctimas del genocidio(instalado inicialmente por Darío Lopérfido, quien luego tuvo que renunciar justamente por eso) no le interesa. Llama “desquiciada” a Hebe. Vuelve a hablar de “guerra sucia”. Ensaya el regreso de las Fuerzas Armadas al ámbito de la seguridad interna, algo prohibido por ley.

“Hoy (por ayer) retomamos las marchas de la resistencia porque tenemos un enemigo ahí adentro”, anunció ayer Hebe desde un escenario montado de espaldas a la avenida Rivadavia y de frente a la pirámide de Mayo. Detrás suyo, como única escenografía, se veía un gran pañuelo blanco y un corazón humano de color rojo con sus arterias y sus venas.

A pesar del veto a la ley antidespidos, a pesar del acuerdo con el Poder Judicial para que autorice el tarifazo, a pesar del incumplimiento de las empresas que se habían comprometido a no enviar más telegramas, a pesar de la caída del comercio, el consumo y la actividad industrial, una buena porción de los dirigentes opositores cree que hay que esperar. El límite, en lo institucional, debería ser el Congreso. En lo social, la representación de los trabajadores. La propia Hebe lo entendió así al entregarle un pañuelo en reconocimiento al diputado Edgardo Depetri, ligado a ATE, con trayectoria sindical desde las minas de carbón de Río Turbio. “No me vengan con que están deprimidos, no me vengan con que no saben qué puta hacer. Compañeros, siempre hay mucho que hacer por la patria”, se despidió la mujer del pañuelo blanco y el poncho rojo en la marcha número 2000.

Ella se plantó. ¿Alguien seguirá su ejemplo?