Los integrantes de la Corte Suprema suelen hablar por sus fallos (más allá de los disparates que digan). Pero ahora, en vísperas de la marcha frente a su sede de la calle Talcahuano para protestar contra las disfunciones de buena parte de la Justicia, ellos se expresan por su silencio. Un tenso silencio.

Papá Ubú”, el personaje de la obra teatral Ubú Rey, escrita por Alfred Jarry en 1896, dibuja una representación grotesca e innoble de los poderes del Estado. Pero hasta pasa por un sujeto criterioso en comparación a los doctores Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz, quienes –entre otras extravagancias– se votaron a sí mismos para la presidencia y la vicepresidencia del cuerpo, con la anuencia de Juan Carlos Maqueda y la ausencia de Ricardo Lorenzetti.

La primera escena de esta joya no ficcional del absurdo sucedió el 10 de diciembre de 2015.

Aquel jueves, cuando el aún flamante presidente Mauricio Macri leía su discurso ante la Asamblea Legislativa, de pronto, soltó:

–En nuestro gobierno no habrá jueces macristas; a quienes quieran serlo les digo que no serán bienvenidos.

Una salva de aplausos estalló en el recinto.

Pero cuatro días después firmó un decreto para sumar a Rosenkrantz y a Horacio Rosatti al máximo tribunal. Esos nombres habían sido susurrados a su oreja por otro gran personaje de esta historia, el operador judicial Fabián Rodríguez Simón, “Pepín”.

Así se produjo el tardío, aunque fulminante, salto de Rosenkrantz desde la actividad privada a la Corte, sin escalas intermedias.

Hasta entonces, ese tipo de 59 años había sido rector de la Universidad de San Andrés y socio de Gabriel Bouzat en uno de los estudios jurídicos más caros del país, entre cuyos clientes figuraban los grupos Clarín, Pegasus y De Narváez.

Claro que la debilidad constitucional de su nombramiento lo situó –al igual que a Rosatti– en una espera que se extendería hasta el 22 de agosto, tras ser confirmados por el parlamento.

A partir de entonces, Rosenkrantz dio rienda suelta a una fidelidad casi perruna hacia el líder del PRO, siempre con el nexo del inefable Pepín.

En tal sentido, Rosatti se mostró más recatado. Únicamente se cuidaba de no firmar fallos adversos al Poder Ejecutivo de entonces.

A primera vista, el tipo parecía un Supremo probo. Aquel individuo, un abogado, escritor, docente universitario y dirigente político, no obstante tenía algunos muertos en su placard: 23 para ser precisos. Es el número de víctimas de las inundaciones ocurridas en la ciudad de Santa Fe a comienzos de 2003, siendo él funcionario del gobernador Carlos Reutemann, y luego intendente de esa urbe. Rosatti fue el responsable de que las obras de defensa en la zona del oeste quedaran inconclusas, posibilitando así que las aguas del río salado de tragaran un tercio de la capital provincial. Total normalidad.    

Pero vayamos al Rosenkrantz. Uno de los impedimentos de aquel sujeto era su amistad con la familia del magnate azucarero Carlos Pedro Blaquier, cuyo juzgamiento por complicidad civil durante la última dictadura estaba cajoneado y la Corte debía remediar tal situación.

A eso se añadía otra incómoda circunstancia. Antes de brincar hacia el despacho más importante del Palacio de Tribunales, este magistrado tuvo el honor de recibir una millonaria donación para la Universidad de San Andrés, realizada por la (ya difunta)  esposa del imputado, Nelly Arrieta de Blaquier.

El propio Rosenkrantz lo reconoció en 2016, durante la defensa de su pliego en el Senado, al aclarar que desde la Corte no se excusaría de intervenir en esa causa contra Blaquier con un argumento impecable: la donación no era para él sino para dicha casa de altos estudios. 

Sin embargo, en aquella ocasión no mencionó que su esposa, Agustina Cavanagh, era la directora ejecutiva de la Fundación Cimientos –que, según su home page, promueve la “equidad educativa” a cambio de jugosos contratos con el Estado–, mientras que su presidencia la ocupaba Miguel Blaquier, un ex abogado de la azucarera y sobrino de Carlos Pedro. El mundo es un pañuelo.

Moraleja: Rosenkrantz y los suyos demoraron tanto el asunto que ahora, por problemas cognitivos, Blaquier –a sus 94 años– no está en condiciones de afrontar su juicio.

Por otro lado habría que reparar en la causa a cargo de la María Servini por las presiones y amenazas a los empresarios del Grupo Indalo, Fabián De Souza y Cristóbal López. Porque su plato fuerte es un informe sobre las llamadas de Pepín entre enero de 2016 y agosto de 2019. Y su paralelismo con las situaciones que conformaron la persecución macrista a esas víctimas para arrebatarles sus empresas. Y, por cierto, este entrecruzamiento telefónico ya  provocó una histérica lluvia de apelaciones por parte de los abogados de Macri para evitar el peritaje de sus teléfonos.

Cabe destacar que al respecto cayó como una gigantesca roca sobre el océano la recusación a Rosenkrantz, puesto que –al momento de los hechos investigados– hubo 59 comunicaciones telefónicas entre Pepín y él. El primer entrecruzamiento sobre el celular del famoso operador judicial abarca 10.738 llamadas. No es exagerado decir que tamaña cifra dejó en vilo a muchos de sus contactos.

Entre ellos, además de Macri y Rosenkrantz, se destaca el socio Bousat (38 llamadas), el cortesano Rosatti (17 llamadas) y el ex ministro de Justicia Germán Garavano (160 llamadas). Todos vinculados, en mayor o menor medida, con el mencionado expediente.

Cabe por otra parte resaltar que Rosenkrantz también integró el lote de espiados por el gobierno de Cambiemos. Una metáfora de la ética macrista que se repite una y otra vez.

Aquí resalta la figura del prefecto Franco Pini, quien fuera jefe de la Delegación de Inteligencia Criminal de la Zona Mar Argentino Norte, hombre muy ligado a Patricia Bullrich.

La cuestión es que, a fines 2010, el juez federal Alejo Ramos Padilla, lo procesó por espionaje ilegal nada menos que sobre Rosenkrantz, en el marco de la causa que investiga las trapisondas de la banda del agente polimorfo Marcelo D’Alessio. Entre otros fisgoneados por él, figura también el doctor Bouzat. Ocurre que Pini anduvo hurgando algunos registros de la Dirección Nacional de Migraciones, ya que le interesaban los viajes de ambos a Panamá, relacionados con presuntas cuentas offshore a sus nombres.

Ya son parte de la historia las fotos publicadas por El Cohete a la Luna, el portal  de Horacio Verbitsky, donde se lo ve a Rodríguez Simón en un bar con el camarista Martín Irurzun. Desde entonces, sus constantes injerencias en el universo tribunalicio dejaron de ser un secreto de Estado.

Para colmo, el tipo no fue ajeno a que –involuntariamente– Rosenkrantz volviera a estar nuevamente bajo el radar de los fisgones macristas, aunque esta vez de la gavilla “Super Mario Bros”, perteneciente a la AFI.

Ese mismo mes, Pepín increpó en la confitería Farinelli, situada en la calle Bulnes al 2700, de Palermo, a una persona que lo filmaba en compañía de un contertulio. Una imagen de aquella cinta circuló en la prensa y exhibía a su extraño acompañante, quien lucía gafas negras y una gorrita que le cubría hasta las orejas. Un atuendo que, sin embargo, no ocultaba su gran semejanza con la cara de Rosenkrantz. Eso habría inquietado a Macri, por lo que ordenó al jefe de la AFI, Gustavo Arribas, que sus espías identificaran al “paparazzi”, además de confirmar la presencia del cortesano en ese salón.

Aquellas cuestiones jamás fueron esclarecidas. Pero durante meses los muchachos de la AFI vigilaron a sol y sombra a la dupla formada por Pepín y Rosenkrantz, un lazo que debía ser mantenido bajo reserva.

Así, a los tumbos, llegó para ellos el turbulento 2019. Tanto es así que Rosenkrantz había inaugurado el año judicial con un discurso tremendista: “Se empieza a generalizar la desconfianza de que servimos a intereses distintos al derecho”. Así arrancó.

Tres meses después, fue sorprendido en la boda de la hija del inefable Pepín. Departía en una mesa con el entonces titular de YPF, Miguel Gutiérrez, también estaba el procurador del Tesoro, Bernardo Saravia Frías, el asesor presidencial José Torello y la denunciadora Mariana Zuvic.

Allí no estaba el prefecto Pini ni los muchachos de la AFI, sino un simple fotógrafo de sociales.

El próximo capítulo de esta trama lo escribirá la gente el 1º de febrero.