Uno de los rasgos del nuevo partido conservador que nació en marzo de 2015 cuando el radicalismo y el PRO se aliaron es la incorporación de consignas, banderas y prejuicios, ajenos a la idiosincrasia argentina. Son visiones que en otras épocas solo calaban en los votantes de la Ucedé, un 10% del electorado con alto poder adquisitivo y que vive en las grandes ciudades. Cambiemos y los medios del establishment ahora procuran que esos prejuicios importados se vuelvan masivos. La rusofobia es el último intento. Se incrementó a partir del anuncio de la compra de 20 millones de vacunas Sputnik V por parte del gobierno nacional. Las dosis llegarían cerca de fin de año.

En los últimos cuatro años la rusofobia fue revivida en Estados Unidos por los demócratas. La usaron para atacar al derrotado Donald Trump por su relación personal con Vladimir Putin. Es un prejuicio que tiene un anclaje real en el sistema de poder estadounidense y en su historia. La guerra fría, finalmente, fue entre Estados Unidos y la URSS. Contiendas en Afganistán, Vietnam, Corea, fueron escenarios en los que los dos imperios midieron fuerza y disputaron posiciones. La crisis de los misiles en Cuba, en octubre de 1962, fue otro momento emblemático de la guerra fría. Son marcas que en la historia estadounidense existen. Son reales.

Hollywood hizo su parte. Múltiples películas de espionaje y hasta Rocky Balboa derrotando a Iván Drago, el hombre máquina. Rocky lo vence peleando de visitante en pleno invierno ruso. Esa estación de frío gélido que ayudó a derrotar a los nazis no pudo con el tano Balboa. Sobre el final de la pelea, el boxeador logra que los rusos presentes en un estadio gris dejen de lado su histórico nacionalismo y lo respalden. El mensaje político de la película Rocky IV es tan infantil como efectivo. 

La pregunta: ¿qué tiene que ver eso con la Argentina? ¿Hay acaso en las huellas de la memoria colectiva nacional algún contacto con el sentimiento anti-ruso? Ni siquiera lo hay en la política. La dictadura más brutal, la última, se cuidaba de un discurso anti-ruso porque la URSS –aún existía– compraba buena cantidad de granos argentinos.

Otro ejemplo sobre una sensibilidad de la derecha que no cala en la Argentina es el sentimiento anticubano. El imaginario local es afectivo con Cuba. Y no solo por quienes sienten respeto por ese faro de dignidad que ilumina el continente, con todas sus contradicciones. Las personas menos politizadas también tienen empatía. Serán las playas, el ron, el espíritu caribeño que a los rioplatenses tanto les atrae. Un argentino de clase media siempre añora un mar con agua tibia.

La impostación es una de las marcas del macrismo como cultura política. Todo es diseño importado. Ganaron una elección, así que minimizarlo sería poco inteligente. El miedo a lo ruso, presentado ahora como un grupo de científicos despeinados de lentes gruesos que fabricaron una vacuna sin controles, es un discurso traído de afuera. Los medios del establishment difundieron toda esta semana ese mensaje. Entre otras cosas confirma el desprecio que tienen por lo autóctono. Hasta los prejuicios son off shore. Es la línea argumental de la embajada americana y una guerra comercial por la venta de vacunas.

¿Qué capacidad tendrá la derecha para inocular un prejuicio que no tiene carnadura en la sensibilidad autóctona? Se verá. La rusofobia es muy poco argentina. Incorporarla sería como comer pavo caliente en Navidad y luego mirar por la ventana creyendo que las veredas de Buenos Aires estarán cubiertas por la nieve en diciembre. Y después servir de postre malvaviscos.