Si sucede conviene. Aficionado a los consejos que enseñan “el arte de vivir”, el presidente Mauricio Macri parece dispuesto a aplicarlos a su gestión de gobierno. Lo sugirió fuerte y claro en la conferencia de prensa post crisis cambiaria: “Tenemos que aprovechar lo que pasó para hacer el ajuste que tenemos que hacer para reducir el déficit”, dijo, palabras más o menos.

Con su “mesa chica” personal sentada en primera fila (el jefe de ministros Marcos Peña y su vice I, Francisco Quintana; el secretario Fernando De Andreis, y el “canciller en las sombras” Fulvio Pompeo, entre otros), Macri ofreció un mensaje en vivo luego de los tres spots grabados que el gobierno emitió durante la crisis. La saga se inició con el breve discurso donde anunció que iniciaba conversaciones con el FMI.

En su contacto con los medios, claro, el mandatario defendió la decisión. “Es el mejor recurso disponible para afrontar esta etapa de volatilidad externa”, dijo, en línea con el relato que antes ensayaron sus ministros: para el gobierno, está claro, la intensa corrida cambiaria fue obra del “contexto internacional”.

Para el presidente no influyó, parece, el desmonte regulatorio que favoreció el ingreso y fuga de capitales golondrinas, la resolución que anuló la obligación de liquidar divisas a las cerealeras o el cronograma de reducción en las retenciones que, en los hechos, funciona como un bono en dólares para los productores que retengan su soja en silobolsas. Es más, para el presidente la quita de retenciones constituyen un “éxito” de su gestión. “En ningún lugar del mundo le cobran impuestos al que exporta”, enfatizó. El exótico sistema de “preguntas consensuadas” -que reparte un número limitado de preguntas para que los cronistas presentes acuerden el contenido y la lista de quienes las formulan- limitó la posibilidad de repreguntar al mandatario sobre el origen de ese dato incorrecto. Un sencillo sistema de sorteo terminaría con ese inconveniente, y con las rispideces entre colegas por la distribución del micrófono. 

En la conferencia quedó claro que, para el gobierno, “reducir el déficit” es sinónimo de recortes en el gasto y la inversión estatal. La otra variante -aumentar los ingresos imponiendo un sistema progresivo de impuestos, donde paguen más los que más ganan- no pareciera estar en la agenda oficial. Tiene lógica: fue el gobierno quien redujo impuestos a los ricos a la espera de que la acumulación de ganancias derrame hacia los sectores más postergados. Una suerte de “teoría de la relatividad” económica que sumó más ejemplos de fracasos que de éxitos en la vida real.

Para llevar adelante el super ajuste -que según adelantó tiempo atrás el ministro Nicolás Dujovne golpeará fuerte en la obra pública, entre otras cosas-, Macri planea convocar a un “gran acuerdo” con distintos sectores de la sociedad. “A los gremios y al kirchnerismo también”, respondió, cuando le pidieron esa precisión. 

La convocatoria a la oposición tiene una explicación elemental: ¿Qué presidente no intentaría repartir el costo político de un ajuste con todas las fuerzas políticas posibles? Para la oposición, el llamado encierra una trampa: si asiste y firma, será co-responsable del inevitable impacto social que tendrán los recortes. Si no lo hace, será acusado de poner “palos en la rueda” del Gobierno. En ese terreno, la fragmentación del peronismo puede entregarle al oficialismo un triunfo a dos bandas.

Pero todo dependerá de la magnitud del ajuste, cuyo número final se discute en Washington, en la sede del FMI. «El Fondo nos va a poner el número (del déficit), pero nosotros decidiremos dónde cortar», se jactó el presidente. Rara manera de presentar como un mérito el estrecho margen de soberanía que su gobierno tendrá sobre la economía nacional en los tiempos que vienen.