La dinastía del apellido Triaca, en la Argentina, viene acompañada de una parábola familiar. Está escrito –o eso parece- que si un dirigente político está ligado al mundo gremial, se declama peronista y su DNI lo identifica como Jorge Alberto Triaca, va a terminar siendo ministro de Trabajo de un gobierno de cuño neoliberal.

Esa es la historia del actual ministro, pero también la de su padre y homónimo, fallecido en 2008, quien también fue titular de la cartera laboral. Al primer Triaca lo designó Carlos Menem. A su hijo, Mauricio Macri.

El fundador del linaje era gremialista del sector del Plástico. Con la dictadura había estado preso en Caseros y Devoto. Y en el tramo inicial del primer gobierno menemista fue designado interventor de SOMISA.

Su intervención y la de su sucesora, María Julia Alsogaray, fueron clave para la privatización de la empresa siderúrgica estatal, que fue adquirida por el grupo Techint, junto a socios menores, en 1992. SOMISA terminó convertida en Ternium Siderar.

Triaca comenzó a ser conocido durante los últimos tiempos del gobierno militar. Gestó un polo sindical más permeable a la dictadura junto a Armando Cavalieri (comercio), Luis Barrionuevo (gastronómicos) y otros dirigentes. Eran los ‘participacionistas’.

Su objetivo era contrapesar a “Los 25”, nucleamiento que confrontaba con los uniformados, y limitar la proyección de Saúl Ubaldini (cerveceros), quien por esa época exigía democracia y mejoras para la clase trabajadora bajo la consigna “Paz, pan y trabajo”, de inspiración cristiana.

La disputa entre esas dos corrientes se extendió a la CGT, que se dividió entre la CGT Azopardo y la CGT Brasil. Triaca volvió al primer plano de los diarios luego de que Menem lo designara como su primer ministro de Trabajo.

En la estructura de esa cartera, pero con el rango de subsecretario, había sido designado a otro gremialista, Roberto Digón (tabaco).

“Yo denuncié todo lo que iban a hacer con los trabajadores. La entrega que venía. Asumí el 10 de julio de 1989 (Menem había asumido el 9 de julio, al adelantarse el traspaso, NdR) y me fui el 28 de diciembre de ese año”, dice Digón.

Sin proponérselo, Triaca padre se convirtió en un símbolo del sindicalismo que se asimilaba a la ideología, los intereses y los gustos de las elites. Fue aceptado como socio en el Jockey Club. Se dedicó a las carreras de caballos. Llegó a ser dueño de un haras. Con el tiempo se convirtió en un empresario, con intereses en varios rubros. Tuvo un restaurante –“Villa Hípica”- en el predio del hipódromo de San Isidro. Era hincha de Vélez Sársfield.

En el campo de los Derechos Humanos, Triaca no se caracterizó por el compromiso en la búsqueda de la verdad. Tampoco mostró interés en el avance de la Justicia. En 1985, cuando fue citado a declarar en el Juicio a las Juntas, dijo que durante su período de cautiverio había recibido un “trato ejemplar” por parte de los oficiales de la Armada.

Algunas versiones aseguran que Triaca, tras el golpe del ’76, había manifestado su acuerdo con lo que los militares denominaban como ‘lucha antisubversiva’.

Triaca dejó para el archivo varias frases que lo reflejaban como un promotor entusiasta de las políticas neoliberales. “El destino ideal de los trabajadores es pasar de ser proletarios a ser propietarios”, planteaba a principios de los ‘90. El menemismo, en esos años, lanzaba regímenes de propiedad participada para tratar de seducir a los trabajadores: era el paso previo a la privatización de las empresas del Estado.

La trayectoria del patriarca es un tema sensible para el actual ministro. En mayo de 2016, mientras hacía un informe en el Anexo de Diputados, Triaca (h) escuchó cómo el diputado Marcos Cleri (FpV-PJ) decía que su padre no había dejado un buen recuerdo entre los ex operarios de SOMISA.

“Terminó entregando a cada trabajador”, fueron las palabras del legislador de Santa Fe. “Lamentablemente no está mi padre para responderle”, replicó el ministro, que según los testigos estuvo al borde del llanto.