En la apertura de sesiones legislativas, Mauricio Macri dio un discurso pensado para ser tweets (PPT). La definición corresponde al politólogo Mario Riorda, quien además la puso como ejemplo de la «electoralización de la comunicación» de la que abusa el oficialismo. Quizá esta sea una de las explicaciones a la sensación generalizada –la pieza oratoria desencantó, obviamente, a analistas opositores pero también, y de modo llamativo, a los más oficialistas– de que el presidente habló desde y hacia un país virtual que solo existe en las redes de su imaginación, que no por frondosa alcanza a tapar la aun más vasta y compleja realidad que viven millones de argentinos bajo su mandato.

Podría decirse que la primera gran crisis de relato macrista quedó dramáticamente expuesta el 1 de marzo. El equipo de comunicación proselitista que fue exitoso en un balotaje ajustado, hoy se muestra incapaz de comunicar de manera creíble y consistente un plan de gobierno que explique cómo se resuelven los problemas concretos de un país que hoy tiene problemas más graves que hace 15 meses. Quizá porque los mecanismos que sirven para generar esperanza y ganar adhesiones en una campaña no son los más adecuados para motivar apoyo a una gestión, donde los que deben hablar por sí solos son los hechos producidos. El ensayo y el error, esa curiosa escuela de gobierno que proponen los funcionarios de Cambiemos a la sociedad, los muestra como improvisados y advenedizos, por momentos hasta crueles e insensibles, no como gente que se equivoca de buena fe. Todo lo contrario.

El segundo discurso de Macri sobre el estado de la Nación –así se llama– fue decepcionante porque la materialidad (poder adquisitivo, perspectiva de futuro, situación del empleo, niveles de consumo, caída industrial, opacidad administrativa, escándalos sucesivos de corrupción que involucran a familiares y amigos) después de un cuarto de gobierno suyo es decepcionante. Y muy decepcionante, porque lo prometido también era mucho, como en toda campaña electoral, donde los candidatos agitan todas las fantasías sociales juntas y prometen resolverlas. Decir «pobreza cero» en marzo de 2016 y volver a repetir el eslogan en marzo del año siguiente, puede tener un efecto indeseado para un presidente cuando, según los números cotejados, lo que aumentó es la cantidad de ceros de la cifra de nuevos pobres. Hay un desacople entre lo enunciado y lo hecho que vuelve al eslogan ineficaz. Lo mismo ocurre con la ya gastada muletilla de la «pesada herencia». Lo que hereda Macri para 2017, en verdad, es su propio 2016 con índices reprobables en todas las áreas. El dato es que ni siquiera tomó para su discurso el disparatado anuncio de fin de la recesión que hizo su ministro de Economía, Nicolás Dujovne.

Aun si durante todo 2017 se dieran por válidas las proyecciones positivas que hacen los funcionarios, la Argentina volvería a estar como en diciembre de 2015. Para eso, claro, deberían llover inversiones, reactivarse el consumo, que florezcan brotes verdes, que el salario creciera por encima de la inflación, que las tarifas bajaran en vez de aumentar, que lo que creciera fuera el empleo y no el desempleo, en fin, que pasara todo lo contrario que pasó en 2016, primer año perdido de gestión macrista. No parece probable: la distancia entre lo prometido y lo realizado se ensancha cada día, consumiendo el capital político de su gobierno lenta pero inexorablemente.

La impresión es que el presidente –que no es De la Rúa, pero tampoco Kennedy o Frondizi– eludió con una mirada superficial esas tensiones entre relato y hechos, para refugiarse en su zona de confort: el coaching motivacional para, al menos, contener el voto duro propio de cara a octubre; y el adelantamiento de una campaña electoral donde piensa polarizar con el kirchnerismo en la idea de capitalizar el rezago del voto balotaje que reunió a desencantados por diversas razones del modelo anterior. El problema que ahora tiene Cambiemos es que antes eran los desencantados de 12 años turbulentos de kirchnerismo en el poder, ahora son los suyos. La caída de la imagen presidencial y la desaprobación a la gestión no toca fondo.

Por eso, es claro que buena parte del discurso volvió a basarse en los resultados de los focus groups que encarga y analiza cotidianamente su equipo de investigación social. Cada tweet presidencial de este discurso pensado para ser tweets sería la respuesta a una demanda insatisfecha surgida allí. Pero así como un tweet no es un programa de gobierno, es decir, no es una serie lógica de acciones que lleven a resolver el asunto planteado, tampoco la acumulación de exigencias siguen un mismo sentido y muchas veces hasta son contradictorias. Macri ensayó una respuesta desarticulada a una suma de peticiones también desarticulada proveniente, en teoría, del plural universo que votó su candidatura como arrebato antikirchnerista y hoy se queja sin inmiscuirse del todo en las protestas ciudadanas que florecen en todo el territorio nacional. Es gente que necesita excusas para no volverse opositora, pero que lo está pensando. Los equipos de María Eugenia Vidal saben que están un millón de voto debajo de lo que fue su caudal electoral en 2015.

A partir del discurso presidencial, es interesante indagar sobre cómo ve el macrismo a la sociedad, y no solo a la inversa. Y la ve, según todos sabemos, a través de los focus groups, esa es su lupa. A lo que añade las habilidades opinables de Jaime Duran Barba para interpretar los deseos vitales de los sectores sociales menos cautivados por la política, que supone son mayoría, con ayuda de un muy aceitado sistema de encuestas. El macrismo piensa su comunicación orientada hacia allí. Aunque haya cosechado la antipolítica derramada por el sistema monopolizado de medios y la patria zocalera con una victoria en las urnas, no quiere depender de su intermediación exclusiva. Apuesta a las redes y al espejismo de protagonismo horizontal que ellas producen, manipulando a sus audiencias electivas con montajes o eslóganes que «gusten» o «no gusten», simplemente. Tal vez la mejor escena que complemente esa mirada sobre la sociedad sea la foto que muestra al presidente saludando alegre a una plaza del Congreso vacía. Es lo que ocurre con los discursos pensados para ser tweets.

Mañana 6, el 7 y el 8 de marzo hablará no tanto la Argentina de las redes como la de las calles. El paro docente por su paritaria nacional y en rechazo a las amenazas a Roberto Baradel (hasta el propio Alejandro Rozitchner, autor intelectual del discurso de los tweets se despegó diciendo que él no mencionaba al sindicalista docente en su escrito original), la marcha de la CGT hacia el Ministerio de la Producción en defensa del trabajo y la industria nacional; el paro de mujeres contra la violencia de género, pero además, contra la baja del presupuesto oficial para combatirla; la asamblea de los movimientos sociales en Plaza de Mayo, todas prometen ser multitudinarias protestas contra el macrismo, en la antesala de un 24 de Marzo que prenuncia un antes y un después en la defensa colectiva de la memoria, la verdad y la justicia.

Curiosamente, en el Congreso, Macri también vio a una Argentina que se puso de pie. Hay que darle la derecha en eso, al menos. Claro que no está advirtiendo el presidente lo obvio para muchos: no se levanta para agasajarlo, se pone de pie para que su modelo –que hace agua– no termine por ahogarla. «