Una de las patrañas que se desentrañó por estas horas es la que involucraba al admirable Plan Qunita, al que el macrismo, en la cara de la impresentable de Graciela Ocaña, se subió a los diarios hegemónicos para provocar un enorme daño a la sociedad argentina, enfocado en el kirchnerismo y muy puntualmente en Aníbal Fernández. Es sólo un ejemplo de cómo se desenvuelve el poder real en este país. Una gran vergüenza. Como los menciona él mismo Aníbal, “toda la basura que tuvimos de presidente y toda la caterva que lo acompaña”.
Hace unos días, hablaba precisamente con él, en La Mañana de la 750, cuando recordé algunos párrafos de un excelente libro al que le había entrado el fin de semana anterior: Breve historia de la mentira fascista, de Federico Finchelstein. Se trata de una semblanza de los años ’30, cuando Hitler y muchos fascistas argentinos y del mundo elaboraban realidades encarnada en mitos antisemitas. Lo que el filósofo judío alemán Ernst Cassirer denomina “un mito conforme al plan”.
No pude sino relacionar ese escenario, ese fenómeno, con lo padecido por la Argentina, y la región toda en los últimos años.
Era un plan de destrucción de la democracia. Un plan que necesitaba un mito. El mito era la corrupción. Debían instalarlo y lo consiguieron. Así como lo hicieron los nazis con los judíos, instalar el mito. Primero el plan, luego el mito y finalmente el desenlace. Los fascistas fantasearon una nueva realidad y luego la impusieron. Reformularon las fronteras entre mito y realidad. Las reemplazaron en función de reconfigurar el mundo con mentiras.
Retorno por un momento al esclarecedor texto de Finchelstein. “Según las mentiras antisemitas, los judíos eran intrínsecamente sucios y contagiosos, y por lo tanto debían ser asesinados. Los nazis, con los ghetos y los campos de concentración crearon condiciones en los que la suciedad y el contagio se hacían realidad”. Es decir, poner el mito al servicio del plan. Los reclusos judíos, famélicos, torturados y radicalmente deshumanizados, se convertían en lo que los nazis querían que se convirtieran. Luego, que fueran asesinados pasaba a ser lo que “debían” hacer, lo que “estaba bien”.
Buscando una verdad que no coincidiera con el mundo vivido, los fascistas procedieron a hacer de las metáforas una realidad. La metáfora de la corrupción argentina fue hecha realidad por los medios de comunicación y por difamadoras profesionales como Ocaña. No había nada verdadero en la mentira ideológica fascista, pero sus partidarios querían que esas mentiras fueran lo más reales posibles. La situación de estos años en Argentina se parece al fascismo. Lo de las cunitas, el lawfare, tantas otras acciones en contra de la democracia. Son infinitas..
Transitemos también por la realidad de la región. En el caso de América Latina el plan es que no aparezca un gobierno de corte popular. El mito a crear fue el populismo.
El populismo funcionando como mito y no como una realidad formidable para los pueblos, una alternativa ideológicamente sustentable que las grandes mayorías pueden concretar para su beneficio. El plan es que no aparezca nunca de un gobierno de esos y si surge, pues, aplastarlo.
Para esto el mito es el populismo y es la corrupción. Empezó a funcionar particularmente en los años ‘90 pero se acentuó en el comienzo de este siglo. Consistió en trabajar sobre aspectos explicables de las administraciones pero que en el momento de las denuncias, funcionan dentro del contexto de la leyenda o el mito de la corrupción. Luego, cuando el mito implosiona, cuando explota hacia adentro, ya es tarde para todo. Muchísimas veces es irrecuperable. Lo grandioso de América Latina es que pudo dar algunos pasos que marcan que los mitos no aplastaron totalmente a la realidad.
Al decir de un escritor uruguayo radicado en los Estados Unidos, Jorge Majfud –en un libro todavía no publicado pero que estoy leyendo–, “si no podés combatir la realidad, si el mito no puede con ella, a la realidad hay que aplastarla”. Es a esto a lo que se dedican los medios de comunicación, confabulados con los sectores políticos de la derecha. Puede llamarse Lenín Moreno, Guillermo Lasso, puede ser Lacalle Pou, puede ser Rodríguez Larreta o el propio Macri. Vamos, puede ser cualquier referente que haya de la derecha. Todos ellos participan, a veces sin necesidad de jugar abiertamente. Porque es tal el procedimiento mediático, tal el amparo y la protección que tienen (y lo que juegan los medios en la creación del mito y en el aplastamiento de la realidad), que la participación estrictamente política no necesita aflorar en el primer plano.
No es la política la que genera respuesta de los medios sino que son los medios los que consiguen (casi sin el menor esfuerzo) una respuesta de la política.
Verbigracia, el plan neoliberal es encabezado en la Argentina por Clarín y La Nación. Los que se van adaptando, sirviendo o dando letra, o vociferando sobre las intenciones de los diarios son los sectores políticos. Pero si no movieran un dedo, si Macri no dijera nada, si Larreta no hiciera nada, los medios por su cuenta, seguirían actuando como lo hacen.
En consecuencia, con una primera página de Clarín en la que todos sus títulos son devastadores para el actual gobierno, lo único que hace el sector político es recoger los beneficios. Pero la cosecha, la semilla, el regado, la lluvia necesaria para la planta, los proveen los medios, que son los principales ejecutores este plan en el cual el mito debe aplastar a la realidad. O ser construido para dar fortaleza al plan que tienen.
El plan es un tipo de gobierno de derecha. Jamás una inclusión de un tipo de gobierno de izquierda. Y por supuesto, no es perfecto, tiene las dificultades que ellos mismos se crean. En la medida en que proliferan el hambre y las necesidades de la gente, se afianza Evo, reaparece Correa o ganan la elección Alberto Fernández y Cristina Kirchner.
Aunque bombardeen la democracia, cada día, cada hora, con esos misiles que se ahora llaman fake news y que, quien firma esta columna, prefiere seguir denominándolas mentiras brutales.
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