Nueve días antes del estallido, a contramano de las 62.880 personas que se fueron del país ese año, Alexandre Roig llegó a la Argentina el 10 de diciembre de 2001. Cautivado por la vida académica, intelectual y política que había conocido cuando vivió en Uruguay durante su adolescencia, se instaló en Buenos Aires apenas unos días antes del grito de «piquete y cacerola, la lucha es una sola». Cambió el puesto diplomático en Marruecos por otro en la embajada de Francia, su país natal, en Buenos Aires. El viaje fue inolvidable. «Nunca estuve tan cómodo en un avión», recuerda de ese momento en el que recibía una pregunta repetida en sus primeros días en el país: «¿Qué hacés acá?». 

A Roig el aniversario número 20 del «que se vayan todos» ya no le encuentra como un espectador de la realidad, sino que preside el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (Inaes). «La crisis del 2001 -analiza- fue una experiencia paradojal donde se mezcló el desasosiego de todos, que también me atravesaba como un joven migrante, y a la vez una vitalidad, creatividad y capacidad de organización social descomunal que daba cuenta de un deseo de justicia social». La mudanza a Buenos Aires fue la número 40 en su vida. También fue la última. En lugar de expulsarlo, el 2001 terminó de ofrecerle una oportunidad única para un sociólogo. «Fue tocar con las manos la posibilidad de la subversión en el sentido radical de la palabra, el de hacer caer un ordenamiento», describe sobre esos días en los que el neoliberalismo descargó todo su nivel de violencia económica sobre la sociedad. 

Roig no pudo llegar a la Plaza de Mayo. “No puedo hacer alarde de una heroicidad que no existió”, repasa. Aunque sí salió a la calle a vivenciar la experiencia histórica. «En una crisis como esta se ve la potencia del pueblo en acto, que puede torcer todas las redes institucionales. Vivir esa conciencia y esa potencia fue muy fuerte. El estado encarna la potencia de la multitud mientras la potencia quiere que lo encarne», aporta como una de las conclusiones centrales de esa etapa. 

Sus recuerdos no son minutos a minuto. No podría reconstruir cada escena de esas jornadas apabullantes del 19 y 20. Pero fue el escenario que originó su camino de militancia en la Argentina, el comienzo del proceso que de alguna manera hoy lo llevó a estar al frente del Inaes. «Lo viví mediáticamente y en la calle sentía esa mezcla de enojo, entusiasmo, cansancio, vitalidad. Había un grado mayor que una protesta, era un ambiente insurreccional que se palpaba. La calle era de todos», sintetiza. 

Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph

El 2001 lo acercó a la militancia barrial en San Martín. Ahí se involucró en la organización 8 de Mayo donde conoció a Lorena Pastoriza, referente de la agrupación e integrante de la cooperativa Bella Flor, dedicada a reciclar basura. Tiempo después, se convirtió en el secretario de extensión en la Universidad de San Martín donde armaron un centro universitario en la cárcel, entre otros proyectos. «Era una práctica militante y una militancia teórica», resume sobre el proceso de aprendizaje que siguió cuando decidió sumarse al Movimiento Evita. 

Su carrera intelectual y académica también tomó un nuevo rumbo a partir de la crisis: Roig empezó a especializarse en la agenda de la economía solidaria, sector que emergió con fuerza en el 2001 y que hoy también aparece con perspectiva de futuro frente al efecto destructivo del Covid-19. “En la autogestión hay un modelo porque es un proceso de auto organización consciente del deseo de un nosotros. Hay algo parecido hoy: tenemos un gobierno popular que tiene que organizar una crisis que provocó el macrismo enviándonos al Fondo, sumado a la pandemia. El debate de los próximos meses es el de la forma de instituir lo que ocurre durante la crisis. Digo instituir porque significa asumir un conflicto y estabilizarlo incluso sabiendo que muchos no los vamos a resolver y van a estar por mucho tiempo. Muchas veces pensamos en resolver y no en instituir problemas”, dice sobre los puntos de contacto entre el comienzo del siglo y este presente. 

Para Roig, la insurrección de esos días fue también el final para su vida nómade. Fue el momento en el que empezó a identificarse y representarse como argentino. “A medida que fue pasando el tiempo me fui nacionalizando en el sentido más político, sociológico y después legal. Primero fue peronista y después argentino. Se podría decir que devine en argentino por peronista”, cuenta. Nueve días después de pisar el país fue testigo de la experiencia acaso más potente en sus estudios de antropología, economía, historia y ciencia política. “Lo que 2001 debería dejar es la necesidad de instituir los deseos populares. Es algo que hizo el gobierno de Néstor Kirchner. Pero falta”, dice como para que la mirada sobre esa etapa no sea solo una revisión del pasado.