A medida que pasa el tiempo, las diferencias dentro del Frente de Todos (FdT) en lugar de suavizarse se cristalizan. Por momentos parece que cruzaron el punto de no retorno, ese que tienen los aviones cuando llegan a un momento del vuelo en el que el combustible no alcanza para volver y solo pueden seguir adelante.

La extraordinaria ecuación política que imaginó Cristina Fernández para desterrar al macrismo del poder y rescatar al país de un proceso de deterioro social y autoritarismo político parece no funciona como coalición de gobierno. Ya no se puede culpar a la pandemia. 

Las diferencias son profundas. No tiene sentido negarlo. El gobierno y los funcionarios más cercanos al presidente Alberto Fernández han puesto todas las fichas en el equilibrio macroeconómico como la condición que traerá el resto de los resultados. La frase de Martín Guzmán “tranquilizar la economía” ordena toda la acción del ejecutivo. El punto es que la inflación se disparó y los salarios siguen perdiendo. ¿Hay tiempo para esperar que se “tranquilice” la economía?

Son mayoría las veces en que en la política lo que manda es la táctica y no la estrategia. El albertismo tiene una sobredosis de largo plazo. La política es corto plazo. La táctica se transforma en estrategia y no al revés. El motor es la vocación de poder. El deseo de ganar. Por supuesto que eso no niega que haya una visión del país. Varias de las decisiones más importantes del ciclo peronista que duró del 2003 al 2015 se explican por movimientos tácticos que luego derivaron en políticas de Estado.

Otro punto de partida que el gobierno nacional debería revisar es su propia lectura de los ocho años de Cristina. Fue uno de los ciclos más exitosos de toda la historia argentina, en casi todos los frentes. En el político-electoral: primera mujer electa presidenta, reelegida con el 54%, y con un candidato derrotado por 1 punto luego de 12 años de gestión. En el económico-social: terminó con el salario en dólares más alto de la región y un desempleo por debajo del 7 por ciento. Y en el  macroeconómico: el nivel de endeudamiento más bajo en décadas y -el talón de Aquiles-una inflación alta, que luego Macri  se encargó de duplicar.    

Si se parte de la base de que en cierto momento ese ciclo “fracasó” el error de diagnóstico llevará a decisiones equivocadas. 

El cristinismo, por su parte, actúa como quien da por perdida la elección del 2023. Tiene una estrategia de repliegue. Reagrupar,  tratar de preservar el núcleo duro de CFK, defender la provincia de Buenos Aires para que sea el bastión desde el cual construir una opción para el 2027.

Las acciones que surgen de esta visión, paradójicamente, colaboran con que el FdT caiga derrotado en las próximas elecciones. La idea de que el peronismo bonaerense unido jamás será vencido tiene cierta dosis de ilusión. Nadie es invencible.

En medio de esta disputa interna hay un dato que no puede pasar desapercibido para los contendientes. Fuera del núcleo duro, la pelea del oficialismo es profundamente piantavotos. El internismo no propone futuro, no puede seducir ni enamorar a nadie. Es absolutamente expulsivo más allá de los votantes que tienen puesta la camiseta y que jamás votarían algo que no sea peronismo. Y ese electorado ya no es el de hace décadas.

El antiperonismo, además, demostró en las últimas dos elecciones que un 40% lo acompaña pase lo que pase. Es una cohesión construida apostando a los prejuicios, el odio de clase, las mentiras sobre el supuesto autoritarismo peronista, pero hasta ahora les viene funcionando.

No es mucho lo que debe crecer Juntos por el Cambio para dar vuelta la elección de 2019. Sumando 4 o 5 puntos empata, porque lo que sube uno lo baja el otro. ¿Los sectores populares tienen que resignarse a esto? ¿No hay una forma de ordenar la interna que permita dar la batalla en 2023? Si la derecha gana, ¿es tan claro que no podrán construir una hegemonía que les garantice quedarse ocho años o más?

Lo mejor sería no tener que experimentar las respuestas a estas preguntas. Sin embargo, el fraticidio peronista construye un destino que por momentos parece inevitable.