«El Negacionismo tiene cuatro fases. Una consiste en cuestionar la cifra de víctimas. El objetivo: imponer que el holocausto fue un mito inventado por los judíos para incrementar la fortuna de Israel. Un negocio sangriento». El textual forma parte de una exposición donde la historiadora estadounidense Deborah Lipstadt demuele la coartada de la “verdad histórica” a la que suelen recurrir los negacionistas del holocausto.

La práctica tiene correlato en la Argentina: los exégetas de la dictadura suelen refutar la existencia de 30 mil desaparecidos como un modo de minimizar la realización de un plan criminal coordinado y, por lo tanto, la existencia misma de un genocidio.

Uno de los voceros más connotados de esa “verdad histórica” es Darío Lopérfido, un comerciante del espectáculo que fue vocero de Fernando de la Rúa y, tras el estallido del 2001, volvió al Estado con el macrismo.

Hasta hace unos meses, Lopérfido fue pareja de Esmeralda Mitre, hija de uno de los dueños de La Nación. En declaraciones al sitio Infobae, la actriz defendió a su ex y subió la apuesta: “Lo que dijo Darío es la verdad, lo que dijo la Conadep… Es como pasó con el Holocausto: dijeron que eran seis millones, pero quizá no eran tantos”, concluyó, profiriendo una de las clásicas expresiones negacionistas que describió Lipstadt.

Lo curioso es que Mitre, con todos los gastos pagos por el Estado, tuvo oportunidad de ver de cerca las consecuencias del negacionismo. El último conchabo público de Lopérfido fue un exótico puesto como agregado cultural en el consulado argentino en Berlín. Llegó allí, precisamente, luego de sostener que los desaparecidos “no eran más de 6 o 7 mil”. El destino fue todo un gesto de indolencia -¿o simpatía?- del gobierno argentino con la postura de Lopérfido: en Alemania hubiera ido preso por decir algo así.

Cuna del nazismo, la ley alemana pena con dureza el negacionismo. La razón de ser de las políticas que promueven la memoria y castigan la negación de los crímenes de Lesa Humanidad es evitar que la historia se repita. Pero aún penalizado, el riesgo persiste: el rebrote neonazi europeo se estructuró sobre el negacionismo y hoy empuja políticas xenófobas y discriminatorias desde distintos estamentos del Estado.

En estos días, América Latina también asistió a las consecuencias de la desmemoria. En Brasil, donde no hubo justicia por los crímenes de la dictadura, un general amenazó con dar un golpe si Lula no era encarcelado. La anécdota explica por qué lo de Esmeralda Mitre no debe ser tomada como una tontería o una frivolidad.

Es sintomático, además, que la declaración de la actriz se conozca el mismo día que Memoria Activa presentó sus pedidos de prisión en el juicio por encubrimiento del atentado a la AMIA. Su pedido contrastó con las maniobras que ejerció el ministro de Justicia, Germán Garavano, para salvar a tres de los acusados: el policía “Fino” Palacios y los fiscales Eamón Mullen y José Barbaccia.

El operativo oficial de salvataje, por cierto, contó con el respaldo de la DAIA y la AMIA, cuyas conducciones hoy mantienen fuertes lazos con el oficialismo macrista ¿Habrá alguna condena de esas instituciones a las expresiones de Mitre? Quizá los obligue a decir algo el hecho de que las expresiones de la actriz se conocieron justo en el Día del Recuerdo del Holocausto y el Heroísmo por la conmemoración del levantamiento del gueto de Varsovia. Ya se verá.

¿El pensamiento de Esmeralda Mitre es sólo suyo? ¿O representa a una estirpe, una ideología, un espacio político, un sector social, una doctrina familiar?

Por lo pronto, sus palabras tuvieron una rápida réplica en las redes sociales. Quizá la viralización no alcance a conmover los interesados sentimientos de las instituciones públicas o comunitarias, pero es un buen indicio: más allá de sus dirigentes, la sociedad argentina posee anticuerpos que reaccionan ante el menor signo de peligro. Algo es algo.