La eclosión de esta trama se produjo, silenciosamente, en Jerusalem. El 18 de enero se encontraban allí los presidentes de la AMIA y la DAIA, Agustín Zbar y Jorge Knoblovits, junto con Sara Garfunkel, madre de Alberto Nisman, para la inauguración de un monumento en homenaje al malogrado fiscal. Lo cierto es que entre esos dos hombres había una penumbra. Zbar acababa de sugerirle a Knoblovits la conveniencia de que la DAIA renuncie como querellante en la causa por el Memorándum de Entendimiento con Irán; en otras palabras, que desista de acusar por ello a Cristina Fernández de Kirchner. Y fundamentó el asunto con una evaluación lapidaria del futuro de dicho expediente.

Tal vez Knoblovits haya percibido al vuelo que su interlocutor contaba con información reservada. De ser así, estaba en lo cierto. La fuente –según confió a Tiempo un asesor del propio  Zbar– fue nada menos que el presidente de la Corte Suprema, Carlos Rosenkranz –su viejo socio en el bufete Bouzat, Rosenkrantz & Zbar y ahora su conspicuo proveedor de datos confidenciales del Poder Judicial–, quien se habría comunicado con él en la segunda semana del año para anticiparle el inminente derrumbe de aquella causa, ya elevada a juicio por el juez federal Claudio Bonadío.

Se trata de un himno a la extinción del Estado de Derecho en Argentina. Una grosera impostura que llevó tras las rejas a cuatro personas: Luís D’Elía, Carlos Zannini, Jorge Khalil y Fernando Esteche (quien aún está detenido). En ese contexto el procesamiento de Héctor Timerman requirió, por su debilitada salud, una dosis extrema de crueldad. Prueba de eso es que su absurda prisión domiciliaria le impidió viajar a Estados Unidos para continuar el tratamiento oncológico. Y eso aceleró su fallecimiento.

En 2013, Knoblovits había acompañado al entonces titular de la AMIA, Julio Schlosser, y al vice, Waldo Wolf, a reunirse con Timerman para tratar el tema del Memorándum. En aquella ocasión –tal como reveló Tiempo el 13 de enero–, supo incurrir en una notable argumentación: “Si Canicoba Corral (el juez de la causa) va a Irán y le dicta a los acusados la falta de mérito porque la prueba no alcanza, ¿de qué nos disfrazamos? ¡Eso sería inaceptable!”.

A un lustro de semejante “sincericidio”, el doctor Knoblovits alcanzó la cima de la DAIA. Su entronización coincidió con la agonía de Timerman. El ex canciller exhaló poco después su último suspiro.

Pero en Jerusalem, Knoblovits quizás sintiera que había comenzado su gestión con el pie izquierdo.

Es probable que entonces reparara en otros síntomas del naufragio: la abdicación de Sandra Arroyo Salgado a ser querellante en la causa que intenta convertir el suicidio de Nisman en un asesinato. Y la denuncia del ex titular de la Unidad Especial AMIA, Mario Cimadevilla, contra el ministro de Justicia, Germán Garavano, y el mismísimo Mauricio Macri por eludir el compromiso de buscar la verdad sobre el atentado al edificio de la calle Pasteur, por sujetar la pesquisa a los deseos de Estados Unidos e Israel y por proteger en el juicio del encubrimiento a los amigos del Gobierno, especialmente a los ex fiscales Eamon Mullen y José Barbaccia.

En tal escenario resulta espeluznante una columna firmada por Zbar y difundida hace exactamente un año por la agencia Télam, en la que califica de  “personas que se jugaron todo por esta causa” a esos dos sujetos, acusados por haber construido pruebas falsas a fuerza de sobornos. Vueltas de la vida.

Ya se sabe que después de oír la advertencia verbal de Zbar en Israel, el presidente de la DAIA recibió el 22 de enero en Buenos Aires la ahora célebre misiva escrita por el vicepresidente primero de la AMIA, Ariel Eichbaum, y el secretario general de la entidad, Darío Fernan Curiel.

También se sabe que su contenido produjo una gran conmoción tanto en la DAIA como en Comodoro Py y en la Casa Rosada. Porque fue un mazazo contundente a la denuncia dibujada en su momento por Nisman. Y desautoriza la acusación señalando que se trató de una maniobra política, además de un “grave error” de la dirigencia comunitaria. Ni más ni menos que el tiro de gracia al expediente. Pero la cuestión se mantuvo en el más riguroso de los silencios. En tanto, Knoblovits convocaba –también en el mayor de los sigilos– a una asamblea para el 6 de mayo, donde todas las instituciones afiliadas a la DAIA votarían cuál será el criterio a seguir. Claro que lo hizo con el doble propósito de diluir el impacto de la exigencia planteada por la AMIA y evitarla luego a través del voto. Pero algo falló: el jueves la carta se hizo pública. El escándalo se tornó irrefrenable y con inciertas consecuencias.

No obstante, la reacción institucional tuvo una sobriedad casi británica: la DAIA emitió un comunicado señalando que “no tiene ninguna intención de desistir de la querella por el Memorándum con Irán”, aunque someterá el tema “a la votación de sus entidades afiliadas”.

Aún así, un desencajado Knoblovits se prestaba a la requisitoria de los medios sin disimular su ofuscación: “Esto es un despropósito y una desmesura”. Lo enojaba de sobremanera el quiebre de la “omertá”. Al respecto, sólo atinó a decir: “Recibí la carta hace unos días; en la DAIA lamentamos que la AMIA la haya hecho pública innecesariamente porque es una situación que se dirime puertas adentro de nuestra sociedad”.

El diputado Wolf fue –diríase– más silvestre: “Me dan asco”, soltó ante todo micrófono que se le puso ante la boca. Y agregó: “Ese señor Zbar dio una voltereta enorme abrazado con (Gregorio) Dalbón, con (Nicolás) Maduro y los que nos pusieron la bomba”. Lo suyo es la seriedad.  «