El Papa Francisco utilizó la última semana de septiembre para reavivar las intrigas sobre un posible regreso a la Argentina. Jorge Mario Bergoglio, ex arzobispo porteño, nacido en el barrio de Flores, dejó su tierra natal a principios de marzo de 2013, hace cuatro años, cuando viajó a Roma para participar de cónclave para elegir al sucesor del renunciante Joseph Ratzinger.

Desde entonces no volvió porque el 13 de marzo fue electo como nuevo jefe del Vaticano y comenzó un papado que ya acumula cuatro años y siete meses.

Casi el mismo tiempo que lleva sin pisar Buenos Aires, la ciudad que recorría en subte y dice extrañar cada vez más. Algunos cuentan que las añoranzas porteñas que comparte con quienes lo visitan a la residencia de Santa Marta se incrementaron.

Aún así, el Pontífice argentino sabe que la Buenos Aires que dejó es un viejo amor que, a la hora del reencuentro, le resultará casi desconocido. Esa incógnita sólo será develadá cuando recorra su país como el jefe de Estado del Vaticano y por ahora, ha resuelto postergarla, una vez más, dentro de las idas y vueltas sobre una posible visita.

La semana pasada fue parte de dos jugadas contradictorias sobre una posible visita. La primera ocurrió cerca de Plaza de Mayo, en manos de su sucesor y actual arzobispo porteño Mario Poli, que el 25 de septiembre sostuvo que «la visita está próxima», en referencia a las cinco invitaciones que le mandó la Conferencia Episcopal Argentina (CEA).

«¿Y ustedes creen que yo no quiero ir?», les habría contestado Bergoglio.

La información, confiada por Poli al diario Clarín, aumentó las especulaciones. Cuatro días después el vocero de la Santa Sede, Greg Burke, aclaró escueto: «El Papa Francisco no tiene previsto visitar la Argentina el año próximo». La versión de Poli y la corrección vaticana, transitan entre la desmentida y la concepción que tiene el clero sobre los tiempos y las proximidades.

El actual arzobispo porteño y cardenal primado es un hombre de extrema confianza de Bergoglio. Actualmente ocupa la vicepresidencia primera de la mesa ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), debajo de José María Arancedo, titular de la diócesis de Santa Fe y próximo a concluir su mandato como jefe del Episcopado. Dentro de un mes, entre 6 al 11 de noviembre todos los obispos argentinos votarán por los próximos presidente,vicepresidentes y secretario general para el período 2017-2020.

Bergoglio ganó el primer comicio de ese tipo el 8 de noviembre de 2005 y detentó el mando de tropa eclesiásico por dos mandatos. Ahora, desde Roma, sigue en detalle ese poroteo electoral, como lo hizo siempre en Buenos Aires, aunque el próximo titular del episcopado podría ser el encargado de recibirlo en caso de que resuelva viajar.

Sin embargo, el enroque que desató la histeria sucedió el 12 de sepriembre. Hace casi un mes la Santa Sede oficializó la partida del nuncio apostólico en Argentina Emile Paul Tscherrig, que fue designado con nuevo destino en Italia.

El diplomático tuvo una experiencia poco común entre los funcionarios de la Santa Sede. Como embajador del Vaticano en Buenos Aires trató con Bergoglio como arzobispo, entre noviembre de 2011 y marzo de 2013, y luego como Papa hasta la actualidad. Esa función concluirá en breve. El nombre del nuevo nuncio es una incógnita, pero el recambio alimentó los rumores sobre la designación del nuevo embajador vaticano para organizar, junto al clero local, la hipotética visita papal. Las palabras del portavoz Burke relativizaron la importancia sobre ambos relevos, aún irresueltos.

Llamado desde Roma
La cadena de especulaciones cosechó una columna del periodista eclesiástico Andrés Beltramo Álvarez, redactor del Vatican Insider, un medio especializado que depende del diario La Stampa y cultiva una estrecha relación informativa y politica con la Santa Sede. Sus detractores directamente los relacionan en forma directa.

«El 21 de septiembre pasado el periodista argentino Marcelo Bonelli, del canal Todo Noticias, anticipó que el gobierno de ese país ya trabajaba en una visita papal “para la segunda mitad del próximo año, 2018». (…) Pero no habría pasado de ser un simple trascendido periodístico si no fuese porque dos importantes obispos realizaron declaraciones en la misma dirección. «Aunque más prudentes, y sin tantos detalles», opinó el periodista.

Los señalamientos a las palabras de Poli sumaron al propio Arancedo, que dijo a Radio María: «No hay una agenda preparada pero yo me animaría a decir que está cerca. Dios quiera que sea el próximo año. Él quiere venir pero el momento forma parte de su silencio y hay que respetarlo. Tiene una agenda muy cargada internacionalmente. Tal vez por ser tan cercano tenga esa libertad de decirnos: espérenme”.

Un colaborador argentino del Papa, en reserva, coincidió en el señalamiento que hizo el columnista del Vatican Insider. «Las versiones las alimentaron desde Clarín, diciendo que venía. Es una jugada que hace el Gobierno para generar ilusión, para construir la imagen del padre abandónico y de la desilusión. Es parte de la campaña que promuven desde el Gobierno para generar esa desilusión sobre el Papa y conseguir réditos», disparó la fuente.

La versión contrasta con las certezas que reiteran los funcionarios de Cambiemos que administran la relación distante entre la Casa Rosada y Roma. Ellos son la ministra de Desarrollo Social Carolina Stanley, su colega de la cartera de Trabajo Jorge Triaca, el secretario de Culto Francisco De Estrada y su segundo, Alfredo Albriani. Ambos interlocutores del Gobierno con los credos reportan al canciller Jorge Faurie, pero la relación con Roma pasa por el cedazo del secretario de Asuntos Estrategicos de la jefatura de Gabinete, Fulvio Pompeo. A esa escudería se suma la añeja relación de amistad que cultiva De Estrada con Bergoglio, los dos octogenarios.

El entorno bergogliano está tan polarizado como la política argentina.

Los cercanos al Papa que cuestionan al Gobierno aseguran que existen esfuerzos para desgastar la imagen local de Bergoglio, y el ala oficialista de ese sistema de relaciones se escuda en el silencio público y desliza, como en campaña, la expectativa de un posible viaje y se ajusta a la literalidad de las aclaraciones: «Dijo que en 2018 no viene, pero nunca dijo que no vendrá».

La explicación reabre la siembra del oficialismo para la foto de Macri con Bergoglio en Argentina, pero omite que al año siguiente, en 2019, habrá elecciones presidenciales y es improbable que el orindo del barrio de Flores regrese a su terruño.

Con ese calendario de postergaciones e incompatibilidades, aparece el 2020 como el primer año propicio para la visita papal. El arranque de la nueva década encontrará a Bergoglio a un paso de cumplir los 82 años de vida y los siete sin pisar la ciudad que lo vio nacer.

Desde que asumió la jefatura vaticana, Bergoglio realizó cinco viajes apostólicos. El primero fue poco después de asumir el cargo, con destino a la ciudad brasileña de Río de Janeiro para la 28° Jornada Mundial de la Juventud, realizada entre el 22 y 29 de julio de 2013.

Dos años después visitó Ecuador, Bolivia y Paraguay entre el 5 y 13 de julio de 2015, y algunos meses después protagonizó un histórico viaje a Cuba y Estados Unidos, entre el 19 y 28 de septiembre del mismo año. En 2016, del 12 al 18 de febrero, estuvo en México y la última visita al continente se concretó en Colombia, del 6 al 11 de septiembre de 2017.

En el tablero sudamericano los paises que restan por visitar son Venezuela, Perú, Chile y Argentina, el destino esquivo que, por ahora, hace resonar en la memoria bergogliana el viejo dicho, y lugar común que reza: «Nadie es profeta en su tierra».