Una delegación de 1500 personas de los países más diversos, de todos los continentes, vinimos a las elecciones venezolanas en calidad de observadores. Ex mandatarios como Zapatero o Evo Morales hasta dirigentes sindicales y sociales, asesores de la ONU y onegés. En nuestro caso, llegamos a Caracas y salimos de regreso con complicaciones: hay cada vez menos conexiones, sobran los pretextos burocráticos y los problemas de tránsito aéreo con otros países, para que los vuelos venezolanos no pasen por determinados cielos. Así, la llegada que iba a ser desde México finalmente se dio en varios vuelos privados de a diez personas desde Santo Domingo. La vuelta peor. 

La anécdota sirve para ilustrar el asedio permanente a partir de una vivencia puntual insignificante. Decenas de los dirigentes venezolanos más importantes tienen pedidos de captura internacional y no pueden volar ni en viajes diplomáticos. 

Pero esto que para nosotros es anecdótico para el pueblo venezolano se traduce en un ataque económico constante mediante el bloqueo, la imposibilidad de recibir crédito internacional y la escasez de una gran cantidad de productos elementales e imprescindibles para cualquier sociedad. En distintas ciudades del país uno puede ver las largas colas, de cuadras y hasta de días con turnos, para algo tan sencillo como cargar gasolina. El transporte está limitado cuando no paralizado. Lo mismo la producción. En la zona fronteriza el asedio es directamente territorial, mediante bandas paramilitares que constantemente atacan a la población. 

Esto no es nuevo. Lleva por lo menos siete años y se profundizó luego de que la oposición gane la mayoría de la Asamblea Nacional hace exactamente cinco. Es su período especial, que Cuba atravesó en los noventa con sus características. Acá, creció la pobreza en un país que a partir de Chávez había comenzado a redistribuir la riqueza y donde la brecha histórica y gigantesca entre ricos y pobres se había aplanado a tal punto que los jóvenes de hoy no recuerdan de su infancia ver chicos pidiendo en la calle o trabajando, imágenes que hoy empiezan a ser comunes. 

¿Qué significan estos resultados?

Teniendo en cuenta estas cuestiones, el desgaste generado por el bloqueo y la situación económica, la inmovilidad y la pandemia (que en Venezuela se sobrellevó como en pocos países, al punto que al día de hoy en Caracas solo hubo 91 muertos), el más de 30% de votos y el 67% de positivos del chavismo es un piso del que partir. Sumado a eso, las elecciones se realizaron en paz y tranquilidad lo que le da un espaldarazo a la política del gobierno de Maduro que evitó por todos los medios el conflicto abierto. 

Vale decir también que hace cinco años en elecciones similares de asamblea nacional (no obligatorias) la participación fue del 70%. Pero no es la primera vez que esto fluctúa: en 2005 con Chávez como presidente, y otro contexto económico, los niveles de participación habían sido aún más bajo que los actuales. Fue Chávez quien en ese momento planteó que ante los problemas se sale con más revolución y más redistribución.

La diferencia de estas elecciones, y de estos resultados, radica en la estrategia abiertamente golpista de los Estados Unidos, países de Europa y sectores de la derecha local, que en nombre de su disputa con el gobierno de Maduro impidieron la llegada de recursos al país que eran para la población. Esa estrategia cuenta con un enorme lobby internacional del que son parte grandes cadenas y medios de comunicación de todo el continente y el mundo.  

Ese sentido común que construyen busca poner discursivamente a Venezuela a la defensiva, muchas veces con éxito (algo que ya sucedió en países de Medio Oriente con políticas independientes de Estados Unidos). Nadie cuestiona la baja participación en Rumania o Costa Rica, países que votaron el mismo fin de semana con participación menor. Tampoco el sistema electoral estadounidense que semanas después de la elección no logró confirmar los resultados definitivos. Son comparaciones que no sirven porque son procesos absolutamente distintos, pero vale para tener en cuenta con qué vara se analiza Venezuela. 

Inestabilidad política, institucional y social

América Latina está rota. Hace un año sufrimos el golpe en Bolivia que ese pueblo revirtió con paciencia democrática, resistencia y tenacidad. Antes fue Dilma Rousseff en Brasil, Fernando Lugo en Paraguay y Manuel Zelaya en Honduras. Las revueltas en Chile y Ecuador, la debilidad institucional en Perú y la derrota del neoliberalismo en Argentina (con la movilización popular como una constante), dan cuenta de un continente en ebullición permanente. Es la expresión de conflictos de clase irreconciliables, que no se pueden analizar con visiones que pretendan consensos abstractos que nada tienen que ver con la realidad de esos países e incluso del mundo. La pandemia es una crisis no sólo sanitaria sino social y humana, y profundiza esa tendencia. 

Esta inestabilidad cuestiona, en primer lugar, un sistema con epicentro en Estados Unidos que genera miseria, enormes diferencias y grietas sociales. Cualquier país con políticas independientes, con sus particularidades, sus matices y las críticas válidas, está condenado a ser atacado por todos los medios posibles. 

Venezuela es un país en guerra. Si esa guerra no se dio por los canales convencionales, con una invasión por ejemplo, fue por la capacidad del gobierno y el pueblo chavista de resistir ese asedio sin entrar en provocaciones que lo único que generarían es más sufrimiento para el pueblo y la posibilidad de sectores de derecha de aparecer como mesías salvadores a partir del financiamiento externo: pan para hoy, hambre para mañana y subordinación para siempre. 

La oposición fracasó en su política agresiva cuando fue mayoría en la Asamblea, con su apoyo antinacional al bloqueo, la autoproclamación como presidente de Guaidó, diputado de escasa representatividad y la división entre abstencionistas y quienes participaron de las elecciones del domingo. Pero esa derecha sigue existiendo y tiene un peso innegable. 

La cantidad de participantes en las elecciones del domingo contrasta con la enorme participación política cotidiana que promueve y genera el chavismo, con sus consejos comunales, claps, comités. El desgaste es evidente. La nueva asamblea debe servir para retomar la iniciativa con la expectativa de recuperar la economía en el mediano plazo, a la vez que se profundiza el proceso de politización y organización popular. Como dicen las pintadas en Caracas, retomar a Chávez. 

Quienes rechazamos la injerencia estadounidense en América Latina, y pretendemos revertir las políticas de entrega de recursos y ajuste a los pueblos, no podemos ser neutrales ante lo que sucede en Venezuela, porque lejos de cualquier fanatismo o análisis reduccionista, esa pretendida neutralidad en un contexto como éste es directamente ficticia. En este momento inestable, el protagonismo popular y la movilización será vital para inclinar la balanza a favor de las grandes mayorías en todo el continente.

Escribimos desde el aeropuerto de Caracas, donde estamos hace más de diez horas varados: Colombia no autoriza a la aerolínea de bandera venezolana a volar sobre su suelo y México a recibirnos.