Después de una década, el FMI vuelve a revisar las cuentas nacionales. Es una mala noticia más entre tantas noticias malas de los últimos nueves meses, pero esta era una obviedad. Como también lo es el contenido que tendrá su primer informe público donde seguramente habrá loas a «la valentía» del gobierno macrista para enfrentar «los cambios estructurales que la Argentina necesitaba» y exudará «preocupación por el aún elevado déficit fiscal», que en la mirada ortodoxa del organismo siempre es alto, porque siempre es aconsejable ajustar un poco más. Integran la comitiva, que va a quedarse durante doce días en Buenos Aires, a partir de mañana, Roberto Cardarelli, encargado del capítulo argentino del FMI; y Alejandro Werner, director para el Hemisferio Occidental. Este último, en octubre de 2015, antes de las elecciones y del balotaje, recomendó para el caso argentino «un ajuste para estabilizar las variables económicas y recuperar el crecimiento». 

Su informe, presentado en la Asamblea Anual celebrada en Lima, Perú, llevó por título «Perspectivas Económicas. Las Américas: ajustando bajo presión.» Su verdadera obsesión. Algunos de sus párrafos recuerdan el discurso promedio del funcionariado económico macrista. Publicó Werner en su trabajo: «Los controles cambiarios distorsionaron los precios relativos, generaron un mercado paralelo de divisas y erosionaron la competitividad» (…) «La corrección de estas distorsiones es crucial para una mejor asignación de recursos y un mayor crecimiento luego de los ajustes de precios.» (…) «Se necesitará un ajuste fiscal y una orientación monetaria más restrictiva para contener los efectos de la inflación y limitar las presiones de depreciación sobre el peso argentino.» (…) «La eliminación de los subsidios distorsivos y la reducción de la inflación allanarán el camino para alcanzar un crecimiento más equitativo.» (…) «Los controles cambiarios continúan deprimiendo la inversión y las importaciones.» (…) «La inflación se ubicará en el 26,4 por ciento para todo 2016.» La verdad, independientemente del efecto dañino que produjo en la sociedad, hay que reconocer que el macrismo fue un alumno dócil. Prácticamente hizo todo lo que Werner, el hombre del FMI, pedía en octubre pasado. 

Se eliminó el «cepo» mediante una devaluación del 50%, se eliminaron subsidios mediante un tarifazo, se secó la plaza con las Lebacs, se liberaron las importaciones de manera indiscriminada, se aumentó la desocupación y se bajó el poder adquisitivo del salario para sintonizar los famosos precios relativos de los que tanto hablan, en fin, se aplicó –y se va seguir aplicando- el manual de la ortodoxia fondomonetarista. Sin embargo, la inflación no es la que predijo Werner. Va camino a ser el doble, casi. La pregunta es por qué. El FMI y sus funcionarios tienen una respuesta: el déficit fiscal continúa siendo alto. Es la misma, siempre. No hay novedad allí. Lo dijeron el año pasado, lo van a volver a repetir cuando se vayan tras su misión. Fortalecer el libre comercio debilitando a los Estados-Nación frente al mercado global es su verdadero objetivo. Sus recetas apuntan, básicamente, a eso. Son los monoteístas del ajuste del gasto. Cuando Macri quitó las retenciones, como pedían los economistas amigos del FMI, profundizó el bache fiscal. 

Lo mismo pasa cuando se entra en recesión porque se recaudan menos impuestos. Se agrava aun más el panorama cuando aumenta la desocupación: hay menos consumo, hay menos aportes, hay menos gravámenes cobrados. Cuando se seca la plata de pesos circulan menos pesos y no hay comercio, ni crédito barato. Es decir, el Estado, en suma, recauda menos plata y tiene menos plata para gestionar e invertir. ¿Qué proponen los Werner de la vida? Seguir ajustando. Seguir achicando la economía. Hasta el infinito. Agravando las dificultades. También hasta el infinito. Entre los problemas que describió en su paper de Lima, Werner admitió que la situación de Brasil, principal socio comercial de la Argentina, complicaba sus perspectivas. En eso no mintió. 

Pero se olvidó de decir que, en buena parte, eso se debe a que Brasil siguió en los últimos años las recetas del organismo, aplicando políticas de ajuste y recorte de gastos, profundizando así su recesión y desequilibrando la balanza comercial entre ambos países. La utopía del ajuste a perpetuidad no produce nada bueno. Al contrario. Genera más y mayores problemas para una sociedad. La sensación es de un enorme déjà vu. Esto ya lo vivimos. Ya sabemos que no se crece achicando, ni se desarrolla ajustando. Los ’90 son el espejo donde hay que mirarse. Domingo Cavallo era, como lo es hoy Macri, el mejor alumno del FMI y llevó al país al estallido. Pero si uno recorre los documentos, las revisiones del organismo de aquellos años previos a la casi disolución nacional, decían que las reformas estructurales eran las correctas, que el país era atractivo para recibir inversiones, que merecía crédito internacional y, obvio, que se podía seguir bajando el gasto todavía más. Todo terminó como terminó. Hay una atracción fatal por el abismo del ajuste entre los fondomonetaristas. 

Como también la hay entre los empresarios por bajar trágicamente el salario. En el «Davosito» de Macri ese fue el tema principal. Paolo Rocca, de Techint, lo explicó mejor que nadie: «Es necesario que los sindicatos dejen de pelear por el salario de unos pocos, para concentrarse en cuidar el trabajo de todos.» Traducido: acepten ahora la pérdida del poder adquisitivo porque es mejor un salario insuficiente que estar desocupado. ¿Y con salarios bajos, o bajísimos, quién va a comprar las heladeras, los autos, los lavarropas, todo lo que se hace con la chapa que produce Techint? Acá, nadie. ¿Y afuera? Menos, porque nadie compra, quieren vender, tienen excedente de productos para colocar en economías abiertas, como lo es ahora la economía argentina, como reclama el FMI y como desean los empresarios, aunque los perjudique. 

El mercado interno potente, con buenos salarios, es una reserva estratégica de la producción y el trabajo local. No es el problema, entonces. Es parte de la solución. No lo entiende así Rocca, ni ninguno de los participantes que llenaron el Centro Cultural Kirchner para extasiarse hablando de cómo deberían ser las cosas y no de las cosas como verdaderamente son. Parecían charlas Ted, con gente divertidamente convencida de que el enemigo es el salario y los sindicatos, mafiosos. No tienen un proyecto de país colectivo en la cabeza. La maximización de la renta no lo es ni lo logra por sí sola. Las políticas de competitividad, que el FMI aplaude y los gobernantes, empresarios y financistas locales repiten como mantra, construyen sociedades socialmente más desiguales y más violentas. Y países endeudados, débiles y desintegrados. 

También, mucho menos soberanos. Porque ese es un requisito de los mercados. El acuerdo Winnie Pooh entre el gobierno macrista y el Reino Unido que resigna décadas de políticas de Estado reclamando por las Islas Malvinas en todos los foros internacionales es todo un síntoma de época. Como la vuelta de las supervisiones del FMI. Como en los ’90, pero peor. «