
Pero además de parafrasearla, podemos utilizar la metodología de análisis para comprender las configuraciones de una estructura política, lo que se intentará con el Brasil de Jair Bolsonaro.
La llegada de Bolsonaro al gobierno pone fin a un proceso histórico que marcó el protagonismo de la alianza articulada por el Partido de los Trabajadores bajo el liderazgo de Lula da Silva, básicamente en un esquema desarrollista, centrado en el crecimiento y la distribución de renta con acceso a derechos. El nuevo gobierno es la cristalización de una reacción política abierta a partir del golpe parlamentario contra Dilma Rousseff, que reconfigura los marcos de una nueva alianza de las clases dominantes, que aún no termina de estabilizarse.
Básicamente, el esquema de coalición del gobierno petista comenzó a resquebrajarse cuando se desbarató el sistema de retornos de la obra pública, especialmente relacionados con Petrobras en el caso Lava Jato, estructura de corrupción que el PT no pudo o no supo desarmar y que los mismos corruptos se encargaron de reorganizar a su favor, a partir de los bloques parlamentarios que decidieron poner fin al gobierno de Rousseff, momento en que toma visibilidad nacional Jair Bolsonaro al reivindicar al torturador de la ex mandataria.
En ese marco, los partidos tradicionales no lograron generar una coalición estable de gobierno, y Michel Temer no logró proyectarse como candidato y tampoco dejó posibilidades a su delfín, Henrique Meirelles. Tampoco el PSDB de Fernando Henrique Cardoso, uno de los promotores de la caída de Rousseff, logró instalar un presidenciable con posibilidades.
En ese río revuelto, frente al peso del liderazgo de Lula, que desde la cárcel podía ungir la candidatura de Fernando Haddad como aspirante a presidente, Bolsonaro fue la figura que rearticuló un bloque con los poderes fácticos y más recalcitrantes de la sociedad brasileña: las oligarquías terratenientes; los sectores evangélicos articulados en la Iglesia Universal; y las Fuerzas Armadas. Detrás quedaron sectores liberales de la burguesía industrial y financiera, junto con sectores medios, acompañando una propuesta contra el regreso del PT.
Si bien el PT sigue siendo el principal partido, tiene dificultades para sostener la reconstrucción de un proyecto. A su vez, es incierta la liberación de su principal líder, quien lograba articular con otros sectores de izquierda y centro. Surgen así interrogantes sobre quién podría suplir su liderazgo; o si es el PT el que debe articular la oposición o si es necesario un nuevo armado político; qué rol juegan las organizaciones de masas, como la CUT, el MST o la UNE, que deberán resistir una nueva embestida contra sus derechos. Se abre una nueva etapa en Brasil, que marca el volver a empezar para los sectores populares frente al 18 Brumario de Jair Bolsonaro. «
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