24M: cuando el país entró en cadena

Por: Carlos Ulanovsky

La dictadura cívico militar también fue mediática y cultural. La prensa estuvo marcada por amenazas, cierre de publicaciones y también el modo “Mejor calladitos la boca”.

Gracias a Madres y Abuelas que lo repitieron hasta hacerse escuchar, entendimos que la dictadura, de cuyo inicio hoy se cumplen 48 años, fue militar, y además de cívica, eclesiástica y empresarial, también fue, innegablemente, periodística, mediática y cultural. Desde el primer día de esa etapa, ampulosamente denominada Proceso de Reorganización Nacional, se conocieron en los principales medios acontecimientos y disposiciones que no tenemos que olvidar.

El archivo habla por sí solo. Las 19 ediciones previas al 24 de marzo del vespertino La Razón (aparecidas entre el 2 y el día previo a la destitución de la presidenta Isabel Martínez) fueron el amargo anticipo de uno de los golpes de Estado más anunciados de la historia. Desde la primera (decía “Hay nuevas incógnitas”) a la de las vísperas (proclamaba “Es inminente el final. Todo está dicho”) constituyen una de las manifestaciones más agraviantes del periodismo gráfico argentino, claramente involucrado en la destitución del gobierno constitucional. De la noche a la mañana los medios tuvieron que quedarse en el molde tal como ordenaba el comunicado 19. Ocuparon emisoras, canales y agencias de noticias y, virtualmente, el país entró en cadena.

“Será reprimido con reclusión de hasta diez años el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las fuerzas armadas, de seguridad o policiales”, exigieron con voz de mando incluida. De más intimidante calaña fueron los 16 “principios y procedimientos” publicados después del golpe y a los que los medios debían ajustarse. Estaba firmado por un capitán de navío, funcionario adscripto a la secretaría de Prensa y Difusión y la única publicación que se animó a mostrarlo completo fue Cuestionario en su edición de abril. El documento en su artículo 1 se comprometía a “inducir a la restitución de los valores fundamentales que hacen a la integridad de la sociedad, como orden, laboriosidad, jerarquía, responsabilidad, idoneidad, honestidad”.

De inmediato comenzaron los cierres de publicaciones: dejaron de aparecer el diario Mayoría, la revista cultural Crisis y el mensuario Cuestionario, mientras que los que permanecían en los quioscos la pasaban cada día un poco peor. De las acciones represivas desatadas desde el poder,  no se podía hablar porque quienes transgredían ese límite podían pagarlo con la vida. Un dato elocuente y doloroso es que el gremio de prensa tuvo más de un centenar de muertos y desaparecidos que no se olvidan. Eso desde lo trágico de la coyuntura. Entre lo patético estuvo la inmediata creación de una oficina de censura cuya tarjeta de presentación era una obra maestra del eufemismo: Servicio gratuito de lectura previa. Entre abril y diciembre de 1976 reaparece la revista Panorama e inician su circulación Somos, de Editorial Atlántida (tapa inaugural: el ministro Martínez de Hoz con el título “El dueño de la esperanza”), La Semana, de la familia Fontevecchia y Ámbito Financiero, creación de Julio Ramos y otros periodistas del tema económico. A los censores se les pasan por alto publicaciones como El Expreso Imaginario, fascículos del Centro Editor de América Latina y algunas revistas de humor como Mad y El Ratón de Occidente y de espectáculos, como Perdón. Ninguna se llevó de arriba su condición de distintas. Más temprano que tarde, ni las entrelíneas sirvieron: dejaron de salir o por reprimendas políticas o por desfallecimiento económico.

Similares situaciones de amenazas, interdicciones y miedo se vivieron en televisión y en radio. El primer discurso en cadena de la Junta Militar se hizo en el marco de una inequívoca puesta en escena operística. Lo abrió un locutor en off diciendo: «El pueblo quiere saber de qué se trata. Y lo sabrá». Como todos sabemos, muchas incógnitas permanecen hasta hoy. En la pantalla, imágenes en blanco y negro del Cabildo y de la Catedral mientras que la ilustración musical elegida fue la Obertura 1812, de Tchaikovski, de indudable prosapia guerrera. Los canales, estatizados mediante el decreto 1761, de octubre de 1973, medida confirmada luego de la muerte de Perón en julio de 1974, fueron repartidos entre las tres fuerzas a través de interventores militares. La Marina se hizo cargo del 13, representantes del Ejército se pertrecharon en el 9 y en el 11 mientras que en el 7 aterrizó la Fuerza Aérea.

En 1976 la televisión argentina cumplía 25 años desde su fundación. Sin embargo, la orgía de persecuciones, levantamientos de programas y el establecimiento de listas negras y grises de populares referentes no fue la celebración más esperada. Eso sí: abundaron las discusiones de poder y las internas entre fuerzas. Dos personajes, llamados Máximo Carelli y Tito Baratito, fueron los protagonistas de un spot publicitario en apoyo a las políticas neoliberales del gobierno. Fue exhibido hasta el agotamiento. No nos asombremos si un día de estos, ellos mismos o algún descendiente, regresan, justamente ahora en que se habla tanto de la apertura de importaciones. Hubo algo estimulante de la temporada 1976. La decisión de APTRA, organizadora del Martín Fierro, de cancelar la gala de ese año debido a que buena parte de los nominados a los premios ya habían aparecido amenazados o integrando listas de prohibidos o partieron del país, exiliados.

Buena parte de las radios del país fueron formateadas con hábitos cuarteleros que poco tenían que ver con la creación artística. No conformes con la extensa nómina de intérpretes y temas musicales que fueron sacados del aire manu militari los encargados de la gestión provocaron serios desmanes económicos y técnicos. Y por supuesto, también ideológicos y estéticos. Está el tristemente célebre caso ocurrido en una AM líder de la Capital cuando eliminaron del catálogo temas de Carlos Gardel acompañado por sus guitarristas solo porque a la esposa del interventor le chocaban al oído.

Hubo espacios que se diferenciaron. Fueron muchos los resistentes, los que tanto en AM como en la naciente frecuencia modulada se las arreglaron para saltar el molinete de las vedas. Honor a ellos.

Todo esto, que en esta columna se cuenta en apretada síntesis, ocurrió en las primeras horas, y días. En los siguientes años los impedimentos, las represalias y las víctimas se multiplicaron. Mientras la oscuridad duró, los medios de comunicación se aferraron al modo “Mejor calladitos la boca”. Así, mandaron al rincón del pensamiento único temas como el conflicto limítrofe con Chile, el Mundial 78, la Guerra de Malvinas y las graves consecuencias de la dictadura que aún hoy permanecen como heridas abiertas. La mayor parte de las empresas de medios, tanto impresos (diarios, revistas) como electrónicos (televisión radio) así como también profesionales supérstites del discurso dictatorial, miraron para otro lado y llegaron al 10 de diciembre de 1983 dándose un apurado chapuzón de democracia, pero sin hacer la menor autocrítica. Aunque hubo intentos de revisión, ese examen de conductas sigue en deuda.

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