A 20 años del último partido de Madorrán, el árbitro que pedía ser entrevistado por un penal y no por su sexualidad

Por: Gonzalo Beladrich

El 28 de septiembre de 2003 dirigió Chacarita-Banfield. Escándalos, alto perfil y rumores sobre una sexualidad inaceptable en el ambiente acartonado del fútbol hicieron que no le renovaran el contrato. Aquí, un extracto de "Fuera de Juego", el libro de Gonzalo Beladrich. Madorrán se suicidaría al año siguiente.

─Madorrán era puto, lo sabía todo el mundo.

El que habla es Ignacio, mi compañero en el sindicato de árbitros, con quien nunca perdí contacto. Todavía está en actividad en las categorías de ascenso de AFA. Al igual que yo (y que Madorrán), él también es puto. Lo dice en voz baja, casi susurrando en la mesa del bar donde tomamos una cerveza.

─Pero, ¿sabés qué? ─agrega, mientras va elevando su tono de voz ─, Fabián también era un tipo que nunca te iba a dejar tirado. Ayudaba a sus viejos, a un hermano enfermo, te diría que a cualquier persona que veía con algún problema. Si estabas cerca de Fabián era difícil que te faltara algo. Y eso no lo sabe nadie, de lo único que se hablaba era de su sexualidad ─completa Ignacio, irritado.

Es que en el caso de Fabián Madorrán, su orientación sexual era un secreto a voces. Cuando algún periodista se lo preguntaba, sólo podía asumirlo off the record. No importaba si lo habían visto salir de boliches gay y subirse con dos o tres pibes en su auto o si decían que habían escuchado de su propia boca el detalle de los encuentros que tenía con tal o cual futbolista. Ante las cámaras y los grabadores, Fabián lo tenía que negar. “Quisiera salir en los medios deportivos por un cuestionamiento a mi forma de arbitrar, porque me equivoqué en un penal o en una expulsión y no por el tema de mi sexualidad”, se defendió Madorrán a fines de 1999 desde la pantalla de ATC en un reportaje en el programa Fútbol Virtual. En ese entonces quedó en una situación de alta exposición y los periodistas lo perseguían con una sola intención; sacarle esa línea, esa confesión, esa frase que lograra lo que aún hoy es tan difícil en Argentina: que algún varón en actividad del mundo del fútbol haga pública su homosexualidad.

─Puertas adentro se sabe quiénes somos putos, se trate de jugadores, dirigentes, árbitros o periodistas. Es más, en cierta manera está aceptado que lo seas. Pero lo tenés que vivir recatado, entre cuatro paredes, de ninguna manera es algo que podés ventilar ni de lo que te podés sentir orgulloso ─me dice Ignacio. Casi en forma reactiva le pregunto por qué. Me devuelve una sonrisa ladeada y toma un sorbo de cerveza antes de contestarme.

─La verdad es que a esta altura no debería sorprender a nadie, pero en este ambiente, donde nosotros seguimos tan tapados, despierta curiosidad, llama la atención, se sigue viendo como un signo de debilidad. Y vos sabés bien que en el fútbol eso no te lo permiten ─reflexiona antes de pedirme por enésima vez que deje a resguardo su verdadero nombre de pila.

*

Las declaraciones de Fabián en Fútbol Virtual funcionaron para mí como un golpe de gracia. Si un árbitro FIFA no podía optar por decir públicamente que era homosexual, si lo acosaban micrófono en mano para hacerlo confesar, si lo seguían para ver qué hacía y a dónde iba durante las noches; ¿qué nos quedaba a los que recién subíamos los primeros pisos de ese rascacielos que era la carrera arbitral?

Creo que Ignacio dio en la tecla con algo que me dijo y que yo pensaba, sin esa claridad, a finales de 1999. Lo que no está permitido en el fútbol es mostrar signos de “debilidad”. Y para muchísima gente la homosexualidad está asociada a la falta de valor y de carácter; a ser débil. Cualquiera sabe que un futbolista (o dirigente, árbitro, entrenador) puede ser evasor de impuestos, apologista de la dictadura o deudor de cuota alimentaria; todo eso merecerá un reproche por lo bajo o, a lo sumo, una condena minoritaria. Pero basta que se instale el rumor de que es homosexual (o que en algún período de su vida estuvo deprimido, o que siente miedo antes de disputar partidos trascendentales: cualquier forma de “debilidad”) para que ese rasgo pase a ser el que lo define, la única faz de su personalidad que de allí en adelante importe; y para que su carrera quede al borde de la extinción. 

Cuando de adolescente rumiaba estas cosas me sentía tomado por una mezcla de furia y de impotencia. Quería que Fabián pudiera ser árbitro internacional sin tener que seguir el guion que el secretario general de su sindicato (que también era el mío) lo empujaba a interpretar en un programa de televisión. Deseaba que el mundillo arbitral pusiera énfasis en resaltar que en 1999 Fabián Madorrán había sido elegido por sus colegas y por los futbolistas de Primera División como el mejor árbitro de la Argentina. Quería que Fabián tuviera la posibilidad de agradecer la distinción diciendo: “Sí, soy homosexual, ¿cuál es el problema?” porque quería tener yo también la posibilidad de hacerlo.

Pero Madorrán estaba en Fútbol virtual, obligado a actuar un papel triste para poder continuar con su carrera.

*

El domingo 28 de septiembre de 2003 Fabián Madorrán dirigió Chacarita vs. Banfield sin saber que aquel sería su último partido como árbitro. La conducción de la AFA, esa misma que ascendió a Fabián a Primera División en 1997 y un año después lo ungió como Árbitro Internacional, tomó una decisión drástica. La sumatoria de partidos que se volvieron escandalosos, el alto perfil y los rumores sobre una sexualidad inaceptable en el acartonado ambiente del fútbol hicieron que no le renovaran el contrato. Madorrán había llegado a la categoría máxima del referato, lo había logrado a una edad inusualmente temprana y de la noche a la mañana su carrera concluía. Si las formas fueron cuestionables, más aún uno de los argumentos: “mala aptitud física”. Tal vez haya sido el punto menos criticable hacia un juez de buen porte, ductilidad en los movimientos y que rara vez quedaba lejos de las acciones; al contrario, tenía capacidad para anticipar jugadas y buena ubicación, lo que le permitía estar cerca de la pelota.

Ignacio fue cuarto árbitro al comienzo de su carrera en partidos que dirigía Fabián. Compartieron el vestuario casi una decena de veces, por eso puede contarme detalles que en las crónicas sobre Madorrán nadie dice, como la ayuda a su hermano o los regalos que traía cuando volvía de dirigir en el extranjero. Le pregunto si cree que el motivo real de la exclusión de Fabián es el que decía el telegrama de dos líneas que lo convirtió en un ex árbitro.

─Ni ellos se lo creen. Buscaron ese argumento como una excusa. La realidad es que lo echaron por puto y quilombero ─dice Ignacio y trae a este presente la certeza que el propio Fabián tenía de los verdaderos motivos de su destitución.

En nombre de Ignacio (¿en el de cuántos más?) la expiación la hizo Madorrán.

─Parece que de mucho no sirvió ─dice. Los ojos se le humedecen.

*

Madorrán tenía un cariño especial por la ciudad de Córdoba. Viajaba seguido y le gustaba quedarse allí cuando lo designaban para arbitrar. Una vez que la AFA lo echó hizo dos cosas: le inició juicio y pidió un crédito para un emprendimiento. Cuentan las crónicas que su amigo, un cordobés de nombre incómodo: Jorge Videla, le dijo que fuera para allá, que alguna salida iban a encontrar. Decidieron abrir un negocio redituable en ese tiempo, un cibercafé. Fabián consiguió el dinero en Lanús, pero antes de viajar le explicó a Jorge que fue asaltado. No faltó quien dijera que perdió hasta el último centavo en la ruleta. En cualquier caso parece haber sido el detonante.

La mañana del 30 de julio de 2004 Fabián Madorrán llegó a Córdoba. Un micro que había partido desde Buenos Aires lo dejó en la capital provincial a las ocho y media.

Dos horas después estaba muerto.

Esas mismas crónicas dicen que había escrito una carta dirigida a Jorge. Fue contundente: al no tener ninguna posibilidad de trabajar, no tenía más sentido seguir viviendo. Dio instrucciones para el cuidado de sus padres, ya grandes, y de su hermano. También le agradeció a su amigo la calidez y el “aguante” en tiempos esquivos. Dejó el departamento y se dirigió al Parque Sarmiento. Hacía frío. Algunas personas ya transitaban el enorme espacio verde. Buscó una zona que le resultaba atractiva y se sentó bajo una pérgola. Llevaba pantalones grises, zapatos negros y una campera oscura con su pistola nueve milímetros en uno de los bolsillos. Fabián Madorrán puso el arma en su boca y apretó el gatillo. La apacible mañana de viernes se vio sacudida por un estruendo. Un hombre se acercó a la pequeña glorieta. Vio un cuerpo yaciendo ensangrentado sobre un banco y llamó a la policía. El oficial que llegó al lugar lo reconoció y lo tapó con cartones antes de que el coniferal se llenara de curiosos.

En la carta que dejó previo a quitarse la vida, Madorrán parafraseó a Diego Maradona al referirse a la manera en que la AFA se deshizo de él: “Me cortaron las piernas”.

Tenía treinta y nueve años.

*

Camino con Ignacio por la calle Acevedo hasta la avenida Héroes de Malvinas. Llego al Cementerio Municipal de Lanús e ingreso por su entrada principal. Ubico el lugar donde descansan los restos de Fabián Madorrán y coloco unos claveles blancos. Me quedo un rato allí, tratando de ponerme en su lugar, imaginar esos últimos instantes de su vida.

Yo ya había dejado el referato para cuando el desenlace se produjo. No tuve el estoicismo ni la capacidad de adaptación de Ignacio, un sobreviviente del sistema que aún hoy dirige desde el clóset. Cuando me enteré de la muerte de Fabián, en el call center en el que trabajaba, rompí en llanto. Sentí que por segunda vez me arrancaban esos sueños de juventud, demasiado pronto.

Mientras tanto los torneos siguieron pasando. Aún en los tiempos en que volvió a ponerse en debate quiénes podían acceder a la televisación de los partidos, el suicidio de Fabián Madorrán pareció amplificar hasta la distorsión una verdad que Ignacio afirma con la fuerza de los epitafios:

─El fútbol nunca fue para todos.

Fuera de Juego, de Gonzalo Beladrich y publicado este año por Tren en Movimiento, se puede comprar aquí.

Línea de Prevención del Suicidio: 135 (línea gratuita desde Capital y Gran Buenos Aires); (011)-5275-1135 o 0800-345-1435 (desde todo el país).

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