El segundo álbum de la banda de Tony Iommi, Ozzy Osbourne, Geezer Butler y Bill Ward confirmó su oscuridad y dejó clásicos inolvidables. Las claves de un sonido que venció al tiempo.

A comienzos de 1970, Black Sabbath lanzó su disco debut, homónimo, y sentó las bases de lo que sería su carrera de más de cinco décadas: música oscura para un mundo que lo es aún más. El 18 de septiembre de ese mismo año rubricó una firma ineludible en la historia del heavy metal lanzando “Paranoid”, una sublime obra de arte ahogada por el humo de las chimeneas de Birmingham y de las bombas lanzadas sobre la población civil en la Guerra de Vietnam. Para muchos críticos y fanáticos, este disco es la producción cumbre de John Michael “Ozzy” Osbourne en voz, Anthony Frank “Tony” Iommi en guitarra (tocada con las prótesis que reemplazanlos trozos de sus dedos arrancados por la maquinaria industrial), Terence Michael Joseph “Geezer” Butler en bajo y William Thomas “Bill” Ward en batería.
El arte de tapa de la placa es icónico, y muestra a un guerrero atacando con escudo y espada en mano. Pero está desenfocado, repetido tres veces que parecen miles, violentando en infinitas ocasiones, sin sentido alguno. Los colores están saturados, el fondo del paisaje oscurecido… es imposible evitar sentirse incómodo frente a lo que podría ser una imagen lisérgica, pero que apela a una distorsión de quien la mira: el título del disco no deja dudas al respecto. El CD abre con “War Pigs”; era voluntad de la banda que ese fuera el título del álbum, pero la discográfica se negó, por lo que la segunda canción, “Paranoid”, fue la elegida para pasar a la historia como la nomenclatura de este trabajo ineludible en cualquier lista de “mejores discos de hard rock”, “mejores discos de heavy metal”, “mejores discos de rock”, “mejores discos de música británica”, y la lista sigue.
“War Pigs” es el tema más largo del CD: sus casi ocho minutos representan aproximadamente una quinta parte de la duración total del álbum. Se trata de una declaración de principios antibélica, relacionando directamente al horroroso pragmatismo de la guerra con figuras metafóricas diabólicas, tejiendo un puente estético entre un realismo palpable y el miedo a lo que no podemos ver ni tocar, pero sí sentir. El tenso final de la canción desemboca en “Paranoid”, himno ineludible del género, que se constituye como una suerte de “lado B” del tema previo: una declamación breve, directa, a la que los músicos se ven sometidos a causa de lo denunciado en “War Pigs”: la paradójicamente lógica locura. Que un grupo de cuatro jóvenes de no más de 22 años nos digan “I tell you to enjoy life, I wish I could but it’s too late” es un llamado de atención que nunca tiene que obviarse.
En este 50° aniversario de “Paranoid” en pleno 2020 no alcanza con el recuerdo nostálgico del lanzamiento de un disco: es menester estar a la altura de su monumental legado y trabajar como en las desquiciadas fábricas de Birmingham, pero llenándolas de humanidad, para que el mundo deje de ser un lugar tan amenazante, oscuro y, sobre todo, paranoico.
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