Nacido en Uruguay e identificado con su país, su obra trascendió mucho más allá de las fronteras nacionales. Fue protagonista y testigo de una época en que la revolución social parecía un destino ineludible.

Hasta aquí los escuetos datos de su biografía, un género literario enumerativo que suele dar cuenta más de una obra que de una vida. En Benedetti, sin embargo, ambas cosas estaban ligadas de forma indisoluble.
Que era uruguayo hasta la médula lo confirma su propio nombre completo, Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugialo, y como uruguayo no pudo eludir el destino casi obligado del escritor latinoamericano: el exilio por razones políticas. Figuró entre los fundadores del Movimiento de Independientes 26 de marzo, ideológicamente emparentado con el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros y fue consecuente durante toda la vida con sus ideas políticas de izquierda. En este sentido, constituyó un modelo de escritor latinoamericano profundamente influido por la Revolución Cubana y convencido de que la transformación revolucionaria de los pueblos latinoamericanos se produciría de manera ineludible.
Esta confianza en el carácter inexorable de la Revolución permeó su escritura, sobre todo su poesía que, respondiendo a lo que suele llamarse “espíritu de época”, se convirtió muy pronto en un símbolo revolucionario.
En la década del 70 e incluso antes, la poesía de Benedetti se difundió en las dos orillas del Río de la Plata como pocas veces sucede con ese género. Formó parte de la era de los «posters» revolucionarios que fueron el signo distintivo de una juventud politizada que creía firmemente en un futuro mejor, ya que la transformación revolucionaria era considerada como el cumplimiento de una ley histórica inevitable. Por eso su poesía rezumaba “optimismo histórico” y se valió de un lenguaje transparente que le permitía expresar un yo que no era individual, sino colectivo. Quienes vivieron esa época o recibieron los ecos de ella a través de sus familias, seguramente recordarán la voz de Nacha Guevara cantando con tono agudo que “cada pregunta tiene su respuesta.” Si algo nunca se permitió la poesía de Benedetti fue precisamente la incertidumbre.
La musicalización de su poesía, sin duda contribuyó en gran medida a su difusión. En 1985 Joan Manuel Serrat grabó El sur también existe, un disco en el que colaboró el propio Benedetti. Nacha Guevara grabó Nacha canta a Benedetti. A dos días de su muerte, Pablo Milanés le dedicó un artículo periodístico en el que habla de la musicalidad de su poesía. “Siempre he pensado –decía Milanés- que los poemas de Benedetti son música pura. De hecho, en cierta ocasión él mismo me confesó que era un músico frustrado. Que le habría gustado hacer canciones en vez de escribir libros o poemas. De ahí que sus versos tengan ritmo interno. Tengan tanta musicalidad. Del vasto poemario de Benedetti, yo elegí precisamente el más difícil. En realidad, es casi una prosa: Hombre preso que mira a su hijo.” Curiosamente, fue también el escritor uruguayo, admirador de la Nueva Trova Cubana, el que le hizo la primera gran entrevista a Pablo Milanés. Benedetti, además, solía leer su propia poesía y en muchas ocasiones fue acompañado por Daniel Viglietti.
Poco después de su muerte, el poeta español Antonio Gamoneda hizo declaraciones a la prensa que en ese momento despertaron una inmensa polémica, pero que permiten caracterizar la poética del escritor uruguayo: “(Benedetti) Era un hombre necesario en el terreno del pensamiento social y en el de la honradez… Aunque yo no comparto su ámbito poético. Fue un ser admirable, pero utilizaba un lenguaje normalizado, el lenguaje de la comunicación coloquial que, aunque lo respeto, no lo comparto». Este “lenguaje normalizado”, sencillo y coloquial fue el signo distintivo de su escritura. Con él obtuvo, entre otros destacados galardones, el VII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Dijo en esa oportunidad: “Los poetas no nombraban demasiado la realidad, pero ahora sí la nombran. El notorio desarrollo de la poesía conversacional ha tenido una consecuencia sorprendente: los poetas se han acercado peligrosamente a su contorno, su palabra se ha contagiado de realidad, y esa relación ha establecido un inesperado puente entre autor y lector.”
Sin duda Benedetti vivió “contagiado de realidad”.
Un escritor en el exilio
Benedetti fue un hombre de las dos orillas. Durante bastante tiempo vivió en la Argentina para regresar luego a su país. Pero en 1973 no tuvo opciones para elegir en qué orilla prefería estar y tras el golpe de Estado, renunció a su cargo en la universidad, cruzó el charco y se instaló en Buenos Aires. Pero su exilio argentino no duraría mucho tiempo. La Triple A determinó que en 1975 dejara el país y se exiliara en Perú, pero por razones políticas, tampoco éste resultó un buen lugar. En 1976 se trasladó a Cuba y más tarde se instalaría en Madrid. Tras un exilio de diez años, en 1985 retornó a su país, donde comenzaría el largo proceso de “desexilio”.
La obra
Publicó su primer libro de poemas, La víspera indeleble, en 1945. El último fue Testigo de uno mismo (2008). Entre uno y otro editó unos cuarenta libros del mismo género.
Su prosa, sobre todo su novelística, está teñida del mismo tono melancólico que su poesía. Publicó las novelas Quién de nosotros (1953), La tregua (1960), Gracias por el fuego (1965), El cumpleaños de Juan Ángel (1971), Primavera con una equina rota (1982), La borra del café (1992), Andamios (1996).
Entre sus numerosos libros de cuentos figuran Esta mañana (1949), Montevideanos (1959), La muerte y otras sorpresas (1968) y El porvenir de mi pasado (2003).
No menos numerosos que sus cuentos y poemas fueron sus ensayos, entre los que se destacan Marcel Proust y otros ensayos (1951), Letras del continente mestizo (1967) y El escritor latinoamericano y la revolución posible (1974).
En 1979 publicó la obra teatral Pedro y el Capitán.
Quizá su obra menos difundida fuera de Uruguay sea la periodística, aunque entre los muchos oficios que ejerció –vendedor de repuestos de automóviles, cadete, empleado inmobiliario, taquígrafo, funcionario público-, el de periodista ocupó un lugar preponderante en su vida. En 1945 comenzó a trabajar en la redacción de Marcha, donde permaneció hasta 1974, momento en que el gobierno de Juan María Bordaberry decidió cerrar el semanario. En 1985, cuando regresa a su país luego del exilio, se incorporó al consejo editor de otra publicación, Brecha, una continuación del semanario anterior. Participó como redactor y como director de diferentes revistas literarias y también ejerció la crítica teatral. Colaboró, además, con la sección de opinión del diario español El País.
Homenajes
Este viernes, en Montevideo, la Fundación Mario Benedetti organizará una muestra del artista plástico Antonio Frasconi, una conferencia del crítico y un espectáculo de música y poemas.
En México se anuncia para el sábado una guerra de bandas con canciones basadas en su obra.
El Instituto Cervantes, por su parte, intenta volver a poner en valor su obra hoy poco frecuentada a través de un programa que se conocerá recién el año que viene.
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