A propósito de Jimena Barón y el debate entre abolicionismo y regulación

Por: Mónica Macha

A menudo se representa la prostitución vaciada de conflictos. Salvo excepciones, vemos películas, imágenes en redes sociales, video clips o publicidades que romantizan la prostitución. Aún más, a veces el mismo periodismo presenta historias de vida como si no existieran las condiciones materiales de existencia.

En los últimos días el debate sobre la prostitución volvió a la conversación pública por la estrategia publicitaria de unacantante. Poco importa el caso individual, pero sí es preocupante el uso del tema. Primero debido a que se banaliza el trabajo sexual. Y sabemos que ese trabajo muchas veces se da en condiciones de explotación y sometimiento, con captación de mujeres a través de una compleja y brutal red de trata de personas. El mercado de los cuerpos y el mercado sexual son salvajes. No sólo mercantilizan a las identidades feminizadas, sino que producen un circuito perverso de clandestinidad, delito y violencia.

Por otra parte, es una oportunidad para resolver esa dicotomía inconducente entre regulacionismo y abolicionismo. En el estado actual de la expansión de la fuerza feminista, estamos en condiciones de salir por arriba de la disputa entre legalizar la explotación sexual y prohibir moralmente la prostitución.

Aun quienes nos sentimos más cerca del abolicionismo (palabra que poco ayuda al debate y que deberíamos repensar) creemos que el Estado debe generar instancias que permitan a las personas tener la posibilidad de elegir. No nos interesa la discusión moral. Tampoco nos interesa la discusión individual (los que dicen “depende de cada caso” no hacen más que afirmar una mirada liberal, individualista, atomizada de las condiciones materiales de existencia). Queremos discutir los procesos, la vida social, las formas de vida que se producen, que se determinan sin elección y sin margen de acción.

La gran mayoría de los cuerpos que se prostituyen lo hacen como última opción. Sin trabajo, sin redes de contención, sin vínculos solidarios, sin el Estado garantizando los derechos básicos. Y esas son las situaciones que discutimos. La romantización de la prostitución estetiza un hecho y una actividad no solo de explotación sino de sometimiento, de violencia, de humillación, de desesperación. Hay una diferencia clave e insalvable entre los sectores sociales que tienen una base material y una contención social que les permite elegir (cuyo grado de libertad individual es más amplia) y los sectores sociales que se ven empujados a convertirse en una mercancía sexual, en las peores condiciones (de exposición, abuso y soledad), para generar ingresos.

Los efectos psíquicos y físicos de la explotación sexual para quienes no es una elección de vida sino que es su única forma de generar ingresos son profundos y crueles. Basta con mirar las estadísticas de la población travesti y trans para descubrir que la prostitución no es una elección y que está directamente ligada a la baja expectativa de vida que tienen.

En 2019 presentamos un proyecto de ley que trabajamos junto a organizaciones para la protección de personas en situación de prostitución con el objetivo de garantizar los derechos básicos a partir de los cuales pueda plantearse la posibilidad de elección. Buscamos generar condiciones y herramientas para el acceso y ejercicio efectivo de sus derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, sin discriminación de ningún tipo. Que se acredite la elección para remover cualquier sometimiento de terceros a ejercer la actividad y promover la migración laboral cuando una persona decida suspender el trabajo sexual.

La libertad de decisión requiere de condiciones de igualdad social. De otro modo, algunas no eligen, apenas buscan tácticas para sobrevivir.

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