Los problemas en los grandes lagos están atravesados por los intereses económicos occidentales.

Para explicar tal cuestión debemos remontarnos a Leopoldo II de Bélgica, el filántropo genocida que recibió al Congo como propiedad personal en 1885, un tipejo del que nos ocuparemos en otro momento habida cuenta los crímenes cometidos. Empezamos por otro genocidio, más reciente. Ese “viaje al corazón de las tinieblas” –como diría Conrad- comienza en abril de 1994, cuando en Ruanda la etnia hutu, que representaba el 80% de la población, consideró que era momento de cargarse a la minoría tutsi, favorecida por el colonizador belga desde el fin de la primera guerra mundial. ¿Fue una movida occidental? Como sea, el entonces gobierno hutu de Ruanda compró armas a Francia y a la Sudáfrica del Apartheid para equipar militares, milicias y vecinos que a tiro, lanza o a machete torturaron y masacraron a un millón de tutsis o hutus moderados en sólo tres meses, sin importar edad aunque sí sexo, ya que medio millón de mujeres fueron violadas antes de ser asesinadas, y las que no morían sufrieron mutilaciones genitales para que no procrearan más tutsis. Los pocos que pudieron huyeron a los países limítrofes, en especial Uganda. Donde ya residía Paul Kagame, un tutsi ruandés, que integró desde el principio el movimiento del ugandés Yoweri Musenevi –apoyado por el tanzano Julius Nyerere- que llevaría al derrocamiento de la dictadura de Idi Amin Dada en los ochenta y participó de la toma de Kampala. Contra el genocidio, Kagame formo el Frente Patriótico Ruandés (RPF) que contó con el apoyo de Musenevi, tanto en la guerra de guerrillas que libró en “las mil colinas” hasta que en julio de 1994 pudo tomar Kigali, la capital de Ruanda y terminar ese genocidio. Nada eso fue lindo, más bien todo lo contrario. Digmos también que contra el RPF Francia estableció una operación militar, llamada “Turquoise” que aseguró el paso de los genocidas al Zaire de Mobutu Sese Seko y no hizo nada para detener la masacre. Algo que hasta Macron reconoce. El asunto es que más de 2 millones de hutus, temerosos de las venganzas de los tutsis, optaron por el exilio masivo en lo que sería el Congo. Allí reformaron milicias, en lo que serían las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), apoyadas por Mobutu Sese Seko. Eso desencadenó una intervención de Uganda, Ruanda y Burundi que terminó con el régimen de Sese Seko. Por desgracia, las cosas no terminan allí. Por desavenencias entre el nuevo gobierno del renombrado Congo, los tres países mencionados entran en una nueva guerra, mientras que Angola, Chad, Namibia, Sudán y Zimbabue apoyan al Congo. Esa guerra que duró de 1998 a 2003 dejó seis millones de muertos, infinidad de desplazados y también violación en masa de mujeres.
En esa guerra nace el M23, que apoyado por Ruanda continua la ofensiva en el este congoleño. No sólo para eliminar la amenaza hutu, sino también para controlar los yacimientos minerales de coltán. Con el mismo nivel de exacciones, que aquí no hay héroes sino guerras entre Estados, etnias, señores de la guerra: existen más de 120 facciones armadas en disputa por esos territorios. Miembro del Club Valdai, el profesor Rodolfo Marchetti, de la Universidad de Roma, sostiene que en ausencia de Estados constituidos, la sociedad civil se tribaliza, ejerce las funcionas públicas de modo arbitrario, basada en las identidades formadas en torno del nacimiento en una etnia hecha de mitos y tradiciones ancestrales antes que en un territorio. Digamos también que en el caso de la guerra de los grandes lagos africanos, los problemas étnico-políticos están atravesados por los intereses económicos occidentales. Por desgracia, las provincias de Kivu tienen oro, plata, tungsteno, diamantes, zirconio, turmalina, platino, fosfato entre otros minerales, aunque ninguno como el coltán, mezcla sólida de columbita y tantalita. Quizás esta última fue nombrada así por Tántalo, una figura mítica griega, que por los crímenes cometidos estaba en lo más oscuro del inframundo, sin poder alcanzar la comida a su alrededor, ni beber el agua que lo circundaba. Sin haber cometido otro crimen que existir, vejados, explotados y esclavizados, los pueblos de la región de los grandes lagos africanos sufren ese castigo a diario. «
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