Ulises Rosell plasma un film dinámico, entretenido y con reflexiones sobre los límites que encuentra la mujer a la hora de elegir su destino
Por definición el desierto es un lugar no habitado, al que el ser humano se acerca eventualmente o debe atravesar a modo de purgatorio luego de un pecado de magnitud, aunque por lo general sea condenado ahí por algún error relacionado con la mala lectura de una situación, como Moisés cuando no supo descifrar el mensaje de Dios. El desierto no tiene las reglas de las comunidades humanas,l.
Valentina Bassi es Julia, una camarera en el casino Comodoro Rivadavia. Jorge Sesán es Gwynfor, un parco operario descendiente de galeses, que le promete un puesto administrativo en la petrolera donde trabaja. Se encuentran en un cruce de ruta y emprenden el viaje en camioneta hacia la petrolera. Él se desvía de la ruta principal, ella sospecha, quiere salir como sea de la camioneta, él intenta impedirlo, el forcejeo provoca un accidente, los dos se quedan sin camioneta y con poca agua. Alguien da parte a la policía de la camioneta volcada y el comisario Hermes Prieto empieza la búsqueda de Julia bajo la figura del secuestro. Arranca la road movie.
Ulises Rosell parece comprender en profundidad las condiciones que impone el desierto a quienes transitan por él; las enseñanzas que les brinda esta especie de destierro recargado: a la lejanía de lo propio, le suma la soledad del que está a la deriva. Y entiende también que hay algunos que conocen demasiado bien el desierto. En ese territorio prácticamente pelado de referencias, ellos aprendieron a moverse. Y son ellos y no ellas porque son los hombres quienes encontraron en el desierto, a lo largo de la historia, un aliado para imponer sus condiciones patriarcales.
Se lo dice con todas las letras el rastreador al comisario mientras siguen las huellas: los indios traían acá a las cautivas y no les hacían nada, y ellas terminaban junto a ellos, ¿qué iban a hacer? Un liso y llano secuestro al que la precuela de la post verdad le puso el nombre de Síndrome de Estocolmo.
Una vez que ingresa en el sinuoso terreno al que siempre obliga lo turbio, el film no abandona el tono; menos apela a escenas de algún tono moral. Los seres humanos son, en última instancia, animales de alta capacidad adaptativa, y se adaptan a lo que haga falta. Cierto que tienen la posibilidad de modificar su entorno, algo que ninguna otra especie animal puede. Pero en condiciones extremas, nadie es juzgable.
La pareja protagónica arma un dúo que no desentona ninguna nota de las orquestadas por Rosell. Es más, por momentos las hacen sonar más originales y potentes que nunca. Así Rosell convierten al desierto en personaje. En uno que amplía los límites de la conducta, y por qué no, la conciencia humana.
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