Una bella y potente historia sobre una mujer acusada de dos asesinatos en el Canadá de mediados del siglo XIX. Escrita y dirigida por mujeres, consigue una distancia precisa para entender mejor cómo fue el mundo femenino de entonces
Para escribir su novela histórica Atwood se basó en hechos reales: los asesinatos de Thomas Kinnear y su ama de llaves Nancy Montgomery en el año 1843, por el que dos sirvientes de la casa, Grace Marks y James McDermott, fueron condenados: mientra que él recibió la pena de muerte a través de la horca, ella fue condenada a cadena perpetua.
Más allá de su trama, muy bien llevada por Mary Harron (directora de American Psycho y I Shot Andy Warhol, entre otras) a través del relato que Grace le hace al doctor investigador Simon Jordan, la miniserie tiene la virtud de narrar desde un punto de vista en perspectiva que no implique la condena total a una época por cómo se daban las relaciones de género, pero al mismo tiempo devolviéndole a los hechos una mirada femenina que nunca tuvo. De ahí que si bien es papable el machismo más abierto imperante entonces, no por eso la miniserie lleva a sus personajes femeninos a oponerse abiertamente a esas reglas. Lo que hay es un saber de los riesgos que se corren ante los hombres, pero no por eso una mirada de liberación. Y en ese sentido, la miniserie consigue hacer entender mucho mejor por qué las mujeres de ese tiempo se sometían a esas situaciones; que no lo hacían por sumisas, ignorantes o porque carecían de poder, sino porque sabían -tal vez como ahora, pero bajo otras formas- que la confrontación abierta no las conduciría a una vida mejor. Por el contrario.
La autora de la historia había mostrado una perspectiva distinta d de los hechos cuando escribió sobre ellos en los años 70. En 1974 hizo el guión de The Servant Girl para la CBC Television, siguiendo a Life in the Clearings, de Susanna Moodie. Sin embargo en esta Alias Grace cambió su perspectiva sobre Grace Marks, luego de haber leído mucho sobre los asesinatos. Pero también puede decirse que Atwood, al igual que muchas mujeres en los últimos años, fueron cambiando sus perspectivas de género no sólo hacia el presente sino para volver a leer el pasado. Una relectura que no implica condena a la lectura hecha en su momento, sino el reconocimiento de que los tiempos cambian porque hay gente -en este caso mujeres- que luchan para que lo hagan. Y en esa lucha, reformulan sus visiones del mundo. Una reformulación que, lejos de la incoherencia, acerca a la inteligencia.
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