Argentina, a la toma del Palacio de Invierno

Por: Alejandro Wall

No es la puja entre mencheviques y bolcheviques, pero la selección necesita su revolución para sacar adelante Rusia 2018. Lo primero será atravesar a Nigeria, este martes a las 15.

Alrededor del palacio hay tropas, destacamentos obreros, autos blindados, montañas de leña, se ven las bocas de los fusiles. Hay poca guardia, sólo algunos cosacos, cadetes y mujeres. Los bolcheviques disparan contra el palacio. Por la avenida Nevski marchan columnas revolucionarias. Cantan La Marsellesa. Hay oscuridad. Desde la fortaleza de Pedro y Pablo preparan la artillería. Lenin ordena el bombardeo. León Trotsky comanda a la Guardia Roja. Alexander Kerenski, a cargo del gobierno provisional desde la revolución de febrero, ya no está en el palacio. El Congreso de los Soviets pide que cuanto antes se produzca el desenlace. A las 21.45 del 7 de noviembre de 1917, el crucero Aurora dispara sus cañones de 152 milímetros. Comienza la toma del Palacio de Invierno, el inicio de la revolución de octubre.

Un siglo después, lo que nació como San Petersburgo, siguió como Petrogrado, se llamó Leningrado y volvió a ser San Petersbugo recibe a la Argentina, en busca de su propia toma del Palacio de Invierno. No es la puja entre mencheviques y bolcheviques, pero la selección necesita su revolución para sacar adelante Rusia 2018. Lo primero será atravesar a Nigeria, un clásico para la Argentina en Mundiales, que sin embargo marcó un quiebre para la gestión de Jorge Sampaoli. El amistoso de noviembre de 2017, en Krasnodar, Rusia, justo cuando se cumplían los cien años del triunfo de los soviets, hizo explotar el plan inicial que Sampaoli tenía para el equipo, la línea de tres que los futbolistas le pidieron dejar atrás. De aquel 4-2 para Nigeria a esta necesidad de una reconstrucción urgente pasaron siete meses, más de la mitad del tiempo que lleva el entrenador con la selección, pero algo se trastocó en el camino.

A partir de ese punto Sampaoli le abrió la puerta a un pragmatismo, les dio a los jugadores la línea de cuatro, lo que querían, intentó consensuar el armado, palpar lo que también querían -o necesitaban- sus futbolistas. Tal vez haya sido el inicio de una serie de movimientos que lo mostraron dubitativo, entrado en contradicciones. También fue un modo de intentar conducir a una selección que se sentía más cómoda en la autogestión, una generación de futbolistas que, después de tres finales perdidas, entendía que Sampaoli podía ser parte de otra historia. Algo cambió en este tiempo. Pero Sampaoli no fue el único que concedió en las decisiones. También lo hicieron los entrenadores que lo precedieron, con distintos resultados, como ocurrió cuando Alejandro Sabella quiso armar una línea de cinco contra Bosnia en el primer partido del Mundial 2014. Duró sólo un tiempo, la línea de cinco quedó en el vestuario del Maracaná.

Lo que hay ahora, después del partido con Croacia, de los audios de WhatsApp viralizados, de las reuniones nocturnas, de las teorías conspirativas, es una selección co-gestionada entre en el entrenador y los jugadores. Puede verse como la pérdida de poder de Sampaoli, pero también como un consenso. Si el equipo frente a Islandia fue más parecido al que hubiera querido Messi y al equipo que salió a la cancha contra Croacia se lo creía más de propiedad del entrenador, el que jugará en San Petersburgo con Nigeria será el producto de una serie de consultas, de un diálogo abierto. A esta altura, en las condiciones en las que se encuentra la selección, fue una manera de salir del laberinto, una fuga hacia adelante.

Si San Petersburgo se convierte para la selección en la puerta de salida de Rusia, comenzará el tiempo de la refundación, la que deberá abarcar a todo el fútbol argentino, de la que se deberá hacer cargo la dirigencia, pero también la política, el Gobierno, las manos que estuvieron ahí metidas en todo este tiempo. Si lo que consigue es la clasificación a octavos de final, el inicio de otro Mundial, como presagió Sampaoli en su conferencia de prensa. Se deberá entender que no alcanza, que será un paso más para seguir adelante, algo de aire para mejorar, pero que los problemas de fondo existen y no se acaban con el triunfo. Cuenta Trotsky en el segundo tomo su Historia de la Revolución Rusa que una vez que se ocupó el Palacio de Invierno, ya rendido el Gobierno provisional, hubo algunos intentos de saqueos en los almacenes de la planta baja. Trotsky, en realidad, cita al escritor John Reed. Dice que algunos soldados quisieron llevarse alfombras, porcelanas, cristales, estatuillas, las riquezas del palacio que se guardaban del régimen zarista, pero que otros revolucionarios los frenaron. “¡Compañeros, no toquen nada, que esto es propiedad del pueblo!”, les gritaban los guardias rojos. Alguien debería gritar lo mismo en San Petersburgo por la selección.

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