Boeing, en crisis por el modelo MAX y la pandemia, rompe el acuerdo con la brasileña Embraer

Por: Alberto López Girondo

La compañía creada por los militares en 1969, dijo que demandará a la estadounidense por no cumplir el compromiso. En Chicago sostienen que Embraer ahora vale 1.100 millones de dólares porque nadie compra aviones ante el cierre de los aeropuertos. El convenio, de 2018, era por 4.200 millones.

La pandemia se llevó puesta la anunciada fusión entre la fabricante brasileña de aviones Embraer y el gigante Boeing, uno de los dos jugadores de mayor peso en esa industria de avanzada. Así lo anunció la empresa estadounidense de un modo que causó estupor en Brasil, y pega simbólicamente al plan neoliberal que venía en marcha desde el Planalto a partir de la destitución de Dilma Rousseff. Un proyecto que se aceleró desde la llegada al poder de Jair Bolsonaro, que puso como ministro a un Chicago Boy -si se puede llamar así a un señor de 70 años como Paulo Guedes- y que ya comienza a mostrar fisuras.

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Por lo pronto, la crisis política que explotó por la forma en que el gobierno federal y el resto de la dirigencia política combaten el coronavirus, y que implicó la expulsión del ministro de Salud Luiz Mandetta, elevó la influencia decisiva de los militares en el gobierno Bolsonaro.

El desafío del ex capitán del Ejército a las recomendaciones de la OMS, que planteaba como su modo de defender la economía, no impidió que las variables se fueran desplomando, un poco porque los gobernadores ordenaron distintos grados de aislamiento, y otro poco porque Brasil no es ajeno a lo que ocurre en el mundo, donde la recesión golpea a todos.

Boeing, una de los dos mayores productores de aeronaves comerciales, no tuvo un buen 2019, luego de una seguidilla de accidentes con sus dos últimas versiones del modelo 737, MAX 8 y MAX 9. Varios gobiernos prohibieron los vuelos hasta resolver cuestiones de seguridad claves.

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Pero al mismo tiempo, ensayó una jugada de riesgo para no perder mercado ante el avance de Airbus, la multinacional europea de participación estatal, la única que puede desplazar a nivel global a la Boeing. A principios de 2018, Airbus se había asociado con la canadiense Bombardier para producir en conjunto aviones de medio tamaño, ideales por costo y rendimiento para vuelos de cabotaje.

Se trata de un mercado en el que a los grandes les conviene tener un socio que tenga la tecnología y la producción aceitada. Meterse en ese negocio puede llevar años de trabajo y millones en inversión en un rubro en el que los costos están demasiado justos por la competencia como para dilapidar el dinero. Bombardier tiene una serie de aviones de pasajeros, la C, con capacidad para 150 personas, de los llamados “de pasillo único”.

El socio ideal para Boeing estaba al sur del continente. Embraer, una empresa que nació estatal en 1969 como uno de los sueños de grandeza de la dictadura militar que se había instaurado cinco años antes. En los 90 su paquete accionario fue vendido a inversores privados aunque el gobierno mantuvo la acción de oro y distintos organismos ligados al estado siguen teniendo participación, como el Banco Nacional de Desarrollo (BNDes) y la Caja de Previsión de trabajadores del Banco Central.

En julio de 2018, se anunció la fusión de Boeing y Embraer en una empresa de la que la norteamericana tendría la mayoría del capital. La operación estaba tasada en 4.200 millones de dólares. La brasileña pondría sobre la mesa los productos que compiten con la canadiense.

Esta propuesta nunca fue del agrado de la Fuerza Aérea Brasileña, que tenía en Embraer proyectos para fabricar aviones caza con tecnología sueca. Ya sea para su uso propio como para la exportación.  En ese sentido, también había proyectos en común con la cordobesa de capital estatal argentino Fadea que nunca llegaron a concretarse.

Pero en el medio pasaron cosas.

Por un lado, la crisis de Boeing fue más grave de lo que parecía. Además, el negocio aeronáutico no estaba en su máximo esplendor durante el 2019. Y la pandemia de Covid-19 terminó por darle quizás el golpe de gracia al plan.

El gobierno argentino, sin ir tan lejos, ya anuncio que se suspenden los vuelos hasta septiembre, en línea con lo que vienen haciendo otros países, donde los aeropuertos están cerrados desde hace un mes.

Si el desplome de la actividad económica tiró por el piso el precio del petróleo, qué no haría con la producción de aviones. No hay empresas que quieran renovar material y a lo sumo, con suerte, se pueden completar los contratos ya en vigencia.

Es así que el viernes Boeing Co. anunció que rompía su acuerdo con Embraer S.A. de manera unilateral, aunque siguiendo las pautas establecidas en el mismo contrato de asociación. Dave Calhoum, director ejecutivo de la firma, dijo a los empleados que deberían ajustarse los cinturones pero no para el despegue precisamente. “Hay que adaptarse a una nueva realidad”, fue el crudo mensaje.

Entre otros considerandos, ahora el precio de mercado de Embraer, susurran en Chicago, la sede de Boeing, no supera los 1.100 millones. Pero además, es difícil prever cuándo habrá una recuperación del negocio.

En San Bernardo dos Campos, donde están las oficinas de Embraer,  tras mostrar su enojo, adelantaron que van a exigir compensaciones por este casamiento interrumpido y cataloga de “falsos argumentos” a las razones esgrimidas por Boeing. No calla, en este divorcio precoz, que la verdadera causa es la situación financiera por el fracaso de los modelos MAX.

En Brasil, mientras, tanto, muchos se alegraron porque piensan que ante la crisis que quizás se cargue al presidente, o al menos a su modelo económico, según se desprende del plan que el jefe de la Casa Civil, el general Walter Braga Netto, presentó en la semana para la recuperación del país tras el coronavirus.


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