El gobierno buscará llegar al satélite natural con una misión tripulada. Un especialista explica la competencia con la NASA

China presentó las pruebas que realizará en los próximos años para cumplir uno de sus grandes objetivos: que sus astronautas aterricen en la Luna antes de 2030. La noticia no constituye un hecho aislado, sino que se enmarca en un plan ambicioso que incluye el envío de misiones tripuladas al espacio de forma permanente (el 31 de octubre lanzará el vuelo espacial Shenzhou-21) y un programa de desarrollo hasta el año 2050.
Al mismo tiempo, el esfuerzo chino está ligado a la actuación de su competidor, Estados Unidos, en una guerra que no requiere de armas y tanques, sino de ciencia, tecnología e impacto. En este sentido, pese a los recortes presupuestarios en la NASA, una de las mayores apuestas de Donald Trump es volver con tripulación al satélite natural entre 2026 y 2027. A diferencia de los conflictos bélicos tradicionales, ahora los cohetes apuntan a la Luna.
Mientras tanto, Estados Unidos avanza con su programa Artemis, que enviará astronautas a explorar la Luna para “realizar descubrimientos científicos, obtener beneficios económicos y sentar las bases para las primeras misiones tripuladas a Marte”, señalan desde la NASA. El objetivo estadounidense es lanzar Artemis II antes de abril de 2026, donde cuatro astronautas orbitarán el satélite natural después de 50 años. Asimismo, Artemis III busca aterrizar con humanos en el Polo Sur lunar, algo que todavía no se logró, a mediados de 2027.
Por diferentes motivos, la Luna es un terreno en disputa. Desde el aspecto económico, científico y tecnológico, además de silicio, hierro, magnesio, calcio, aluminio, manganeso y titanio, allí hay minerales denominados “tierras raras”, que son fundamentales para la informática, la electrónica, la salud y hasta la defensa. Ahí, la delantera la lleva China, quien concentra el 80 por ciento de la extracción y el procesamiento a nivel mundial. Incluso, Xi Xinping llegó a cortarle el suministro de estos minerales a Estados Unidos, aunque una reunión entre ambos mandatarios revirtió la medida a cambio de bajar los aranceles sobre los productos asiáticos.
“El corazón de esta disputa es tecnológico. La guerra de aranceles, el control de las exportaciones y las medidas sancionatorias tratan de embarrar la cancha al competidor. En este sentido, se entrelaza una cruzada por lo que queda y una por lo que sigue. La primera está ligada a la extracción de los recursos naturales, los minerales, las tierras raras y los fondos marinos”, explica Bernabé Malacalza, investigador del Conicet y de la Universidad Nacional de Quilmes, en diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la UNQ.
Y continúa: “La segunda tiene que ver con las tecnologías de avanzada, no solamente la inteligencia artificial, sino también la biología sintética, la robótica, las infraestructuras de comunicación, el 5G y los autos autónomos. En la carrera por lo que sigue, que también tiene que ver con el volumen de datos necesarios para el desarrollo de la IA y también de la computación cuántica, lo espacial, lo satelital y lo astronómico ocupa un lugar central”.
Desde el aspecto político y cultural, desembarcar de nuevo con personas en la Luna es sinónimo de dominación y poderío. Por eso, la llegada al satélite natural es un capítulo más de la batalla entre China y Estados Unidos. A tal punto llegó la tensión sobre el tema entre ambos países que la NASA prohibió a ciudadanos de China con visas estadounidenses participar en programas de la agencia espacial norteamericana.
De hecho, el administrador interino de la NASA nombrado por Trump, Sean Duffy, dijo a principios de septiembre que China no va a la Luna “con buenas intenciones”, que “Estados Unidos llegará PRIMERO” y “preservará la paz” tanto para EE.UU. como para sus socios internacionales. “El presidente quiere asegurarse de que derrotemos a los chinos y quiere lograrlo durante su mandato“, señaló el propio Duffy en el canal Fox News.
Más allá de las ambiciones de ambos países, la particularidad estadounidense es que, mientras el gobierno recorta y reasigna partidas para la NASA, al mismo tiempo se asocia con privados y son ellos quienes toman el impulso. “Ahora son Elon Musk y Jeff Bezos los que están articulados con la agencia espacial y motorizan la carrera en Estados Unidos”, subraya Malacalza, autor del libro ‘Las Cruzadas del Siglo XXI’.
“Ya estamos en una especie de astropolítica porque hablamos más allá del planeta Tierra. La avidez por el control de los recursos naturales y de los datos son la cuestión central de la disputa entre China y Estados Unidos por lo que queda y por lo que sigue”, subraya el especialista.
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