Crisis de migrantes subsaharianos: la eterna hipocresía europea y la mano siniestra de Trump

Por: Ricardo Gotta

Más de 8000 cruzaron en 24 horas, cuando Marruecos, por represalia a España, liberó los controles. Una pulseada con múltiples actores que revela la cruel problemática que involucra a millones de africanos.

Pa’ una ciudad del norte / yo me fui a trabajar. / Mi vida la dejé / entre Ceuta y Gibraltar (Manu Chao, 1998)

Karima Benyaich es la embajadora marroquí en España. Antes de viajar a Rabat, llamada por su gobierno, afirmó: “Hay actos que tienen consecuencias y se tienen que asumir”. Miles de migrantes, miles de pibes desvalidos, varios muertos. ¿Se puede hablar de otras consecuencias?

El miércoles 21 de abril, Brahim Gali, aquejado de Covid, fue hospitalizado (con nombre falso) en Logroño, “por razones humanitarias”. Nació en Esmara y por ello obtuvo la ciudadanía española. Tiene 71 años el líder del Frente Polisario (reconocido por la ONU) y presidente de la República Árabe Saharaui Democrática, desde 2016, tras Mohamed Abdelaziz. Preside –desde el campamento de refugiados saharauis de Tinduf, Argelia– un Estado con reconocimiento limitado que logró una controvertida independencia en 1970. Pero una parte fue ocupada en 1976 por Marruecos, que sigue controlando lo que llama “provincias meridionales”. La tensión es mucho más antigua. Derivó en que el Frente Polisario declarara la guerra a Marruecos en los ‘80. La intervención de la ONU logró treguas y hasta un Plan de Acuerdo en 1992, pero el incendio jamás se terminó de apagar. 

Marruecos rompió varios pactos sobre África Subsahariana. El pasado 13 de noviembre su ejército avanzó hasta el paso de Guerguerat. Solo 28 días después, un ya derrotado Donald Trump reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sahara Oriental, sin previo aviso a España. Fue un enganche con el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel. Marruecos es el cuarto país árabe que se plegó a esa movida, tras Emiratos, Bahréin y Sudán. El yerno presidencial, Jared Kushner, estuvo en ese enjuague. Fortalecido, desde Rabat, el gobierno arremetió sobre España y la UE para que abandonen “su zona de confort” en la espinosa problemática migrante.

(Foto: Fadel Senna / AFP)

Marruecos había prevenido con el caso de argelinos atendidos en Alemania. El 26 de abril le permitió cruzar a un centenar de personas. Tras el episodio, Gali pasó a la acción. O en tal caso, a la inacción. En su condición de muro de frontera con Europa, primero alimentó la expectativa en los cientos de miles de subsaharies que pululan en su territorio con la eterna ilusión de cruzar a Europa y luego levantó los impedimentos en la frontera con Ceuta. En poco más de 24 horas cruzaron cerca de 9000, aunque se sospecha que fueron muchos más. Jóvenes, familias enteras. Un tercio, al menos, menores. Infinidad de bebés. “No digan que no avisamos”, fue el mensaje desde Marruecos.

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, fue en persona a Ceuta, en la orilla africana del estrecho de Gibraltar. Junto con Melilla (a 380 km), es uno de los enclaves españoles en África. Son fronteras terrestres entre ese continente y Europa: se logra ingresar a nado o a pie. Son “presidios ocupados”. Ceuta tiene una doble valla alambrada de 8 km construida en 1999 (en 2005 la elevaron a 6 metros; en 2020, a 10). Melilla tiene en remodelación una triple valla de 12 km. Ambos territorios, conquistados por los Reyes Católicos, fueron puestos de avanzada tras la expulsión de moros y judíos en 1492: desde 1496 ejercen soberanía sobre Melilla y desde 1950 sobre Ceuta, que a 50 km de Tánger, tiene 20 km2 y 84 mil habitantes regulares. Las islas Alhucemas, las Chafarinas y el peñón de Vélez de la Gomera, son otros enclaves españoles, con otras condiciones geográficas.

Ese mismo día se desplegó el ejército español en Ceuta y en pocas horas devolvían a más de 6000 migrantes. Las formas se las pasan por el forro y surgieron infinitas denuncias de vulneración de procedimientos. España responde que se limita a implementar “rechazos en frontera”, eufemismo cruel, aunque en realidad no haya cumplido con el protocolo de hacerlos reingresar por los puestos fronterizos, luego de que hubieran puesto su alma en territorio español. “Devoluciones en caliente”: las avala la Constitución.

Es un tema que al gobierno del PSOE le quema, porque deja al descubierto una de sus principales contradicciones. La derecha se sube de inmediato, incluso con claras diferencias entre el PP, Ciudadanos y Vox: los ultras agitan sus peores banderas xenófobas, como era de esperarse. Justo un tema en entredicho es qué hacer con los migrantes que quedaron en España. Trofeo en disputa para algunos. Pretexto político para sacar rédito, cuándo no, para otros. Lo de siempre, aunque lo que esté en juego sea la vida de miles.

Lo de siempre, también: en España, sin pudor, con banalidad, hablan de récord, de que nunca hubo un estallido migratorio semejante. Siquiera en Canarias, por la crisis de los cayucos (2006); ni en los desembarcos del verano 2018, ni en Arguineguín, el 8 de noviembre último. ¿Qué sentirán con tan ignominioso récord los refugiados que por miles permanecen en el estadio José Benoliel, del centro de Ceuta?



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