Cuando el cine anda en pantuflas y de entrecasa

Por: Juan Pablo Cinelli

En Cine en pijamas, la ilustradora y crítica cinematográfica Maia Debowicz realiza un recorrido por la evolución que les permitió a las películas conquistar el ámbito doméstico.

Aunque el cine nació como un espectáculo público y multitudinario, a partir del surgimiento de la televisión comenzó a recorrer un camino paralelo que lo llevó a conquistar cada vez más espacio dentro del territorio de lo doméstico. A partir de distintos formatos, desde el VHS hasta Netflix, el cine dejó de ser propiedad exclusiva de las grandes salas para mudarse de a poco a la casa de cada espectador y desde ahí poner en cuestión el concepto de lo cinematográfico. En lo profundo de estas y otras cuestiones se zambulle de cabeza Maia Debowicz, crítica cinematográfica e ilustradora, en su libro Cine en pijamas. De la pantalla grande al living de la casa, nuevo volumen de la colección Cine Pop que publica Editorial Paidós. Sus páginas no sólo dan cuenta del desembarco y la conquista del hogar por parte de las películas, sino también de la (r)evolución de los formatos que en la actualidad hacen posible que el acceso al cine se dé como nunca antes.

Pero el libro también es una excusa para que Debowicz escriba la biografía de su propia cinefilia, alimentada por años de ver cine en la tele o deambulando de videoclub en videoclub para ver todo lo que se le cruzara en el camino. Por eso, lejos de la pretensión de objetividad de los libros de Historia, Cine en pijamas puede ser definido como una especie de historia del cine vista desde el sillón de su casa. «No hay lectura que no sea subjetiva. La diferencia es que en mi libro no trato de disimular la evidente subjetividad de todo texto crítico», confirma la autora. «Cuando era adolecente miraba películas en VHS durante toda la noche. Me acuerdo de descubrir detalles o ideas escondidas entre un cambio de plano que nunca eran nombradas en las críticas que leía. Tardé unos años en darme cuenta de que la mirada está atravesada por las vivencias personales».

El libro menciona una cuestión recurrente: cada nuevo formato se convierte en una amenaza que les permite a los expertos anunciar la muerte del cine. Pero el cine sigue vivo, mientras que los videoclubes se extinguieron, la TV agoniza y los expertos se tragan sus palabras. «Como cualquier lenguaje o vehículo narrativo, el cine está diseñado para sobrevivir mientras haya historias que contar. Es decir, para siempre», subraya Debowicz. Pero eso no explica por qué el cine prevalece ante competidoras muchas veces desleales, como la piratería. La autora considera que «el (amor por el) cine nos permite tener algo en común con cualquier ser humano. Sea una charla de ascensor con un vecino o un debate a los gritos entre compañeros de oficina». «A mí el cine me acercó a mi familia», confiesa. «Hace unos años mi papá me empezó a llamar por teléfono cuando salía del cine para preguntarme qué pensaba de tal película. Le daba mi opinión, intercambiábamos ideas. Así descubrí que las películas son una excusa para compartir un mismo mundo. Para construir complicidades fuera de la sala de cine. Con semejante poder es imposible soltarle la mano al cine». 

Como se ha dicho, Cine en pijamas analiza el doble avance en sentidos opuestos de los nuevos formatos, desde pantallas gigantes a dispositivos cada vez más diminutos. Y si bien ambos procesos parecen contradictorios, Debowicz los considera complementarios. «Son diferentes maneras de acceder a distintas películas. Cuando una película filmada con un celular como Tangerine (Sean Baker, 2015) se proyecta en el cine, se abre un abanico de tantas posibilidades técnicas como dispositivos de visionado. Cada uno con pros y contras. Las megapantallas nos muestran a Godzilla casi a tamaño natural mientras que el celular nos permite llevarnos a los Gremlins en el bolsillo. La gracia del cine es que no pierde su capacidad de mutar». 

Pero a estos cambios tecnológicos les corresponden cambios de otros órdenes. «El cine está empezando a actualizar ciertas representaciones de las minorías, aunque lamentablemente eso está más presente en el cine independiente que en el mainstream», sostiene Debowicz. «El problema es que Holywood es conservador y no quiere cambios en sus maneras de narrar. Si permiten que se cuente una película sobre una chica trans es porque será interpretada por un actor de moda que pueda ser una muñequita cuando se ponga pollera». Claro que este modelo conservador genera espectadores que adolecen de defectos similares: «Cuando se anunció que la nueva Cazafantasmas iba a ser protagonizada por mujeres, los fans estallaron de ira. Pero si en vez de cuatro comediantes mujeres el elenco hubiera estado formado por varones, ¿la reacción habría sido la misma?», se pregunta. «Pero el cine agrega posibilidades, multiplica opciones y parece que dentro de esa ampliación de plataformas y soportes se desdibuja la frontera entre industrial e independiente. Eso significa que obras como Tangerine o la serie Transparent pueden existir y cualquier persona con un simple teléfono puede acceder a ellas». «

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