Cientos de médicos y enfermeros por el mundo, el rescate de un crucero, aparatos de control para Colombia: sólo muestras de lo que realizan los dos países mientras no se detiene el ataque de EE UU y sus aliados.

A la misma hora, y no es un decir, desde Washington y las usinas más serviles se disparan diatribas hacia La Habana, y a las amenazas intervencionistas de Donald Trump se suma el gesto real y concreto de los barcos de guerra anclados ante las costas de Venezuela y los aviones espía que patrullan en las fronteras, exactamente en las fronteras, en busca -según argumenta la Casa Blanca-, de la cocaína que exigen con avidez los marginados de las grandes ciudades, donde en estos días también se mueren como moscas por el abandono sanitario al que los somete el gran bufón.
Son dos lenguajes, el que defiende la vida y el que la ataca.
El 25 de marzo pasado, mientras un equipo de médicos y sanitaristas formados por la Revolución Cubana montaba hospitales de campaña en el norte de Italia, Mike Pompeo, el dromedario que conduce la diplomacia estadounidense, alertaba con los códigos propios del matón del barrio sobre los peligros a los que se exponen quienes acepten la ayuda cubana.
Después de eso, Andorra y México pidieron a Cuba que los auxiliara. Cuando un periodista de una agencia francesa inquirió a la canciller del principado europeo sobre el llamado a los especialistas cubanos, María Ubach fue muy clara: “Conocemos la posición de Estados Unidos, pero quiero aclararle que actuamos como lo que somos, un país soberano, y aprovecho a recordarle que su gobierno, el presidente Emmanuel Macron, pidió a los amigos cubanos que vayan a sus territorios de ultramar, en el Caribe, porque allí la metrópoli no tiene con qué asistirlos”.
Para horror del Departamento de Estado, Giuseppe Cagemi, presidente del Consejo Regional de Lazio y miembro notable del ultraderechista Forza Italia, el partido de Silvio Berlusconi, agradeció desde Roma al grupo cubano. “Frente a una Europa insensible y poco solidaria –dijo– nos llega desde Cuba un significativo gesto de ayuda y de amor”.
En su intervención en el marco del Grupo de Puebla, Alberto Fernandez condenó la continuidad de los bloqueos.
Después de que poco faltara para que Donald Trump prohibiera asistir a las víctimas propias, los gobiernos de Nueva York y otras ciudades estadounidenses impusieron su propia política. Llegaron tarde, y aunque eso ya no se puede medir, en algo habrán achicado los números de la muerte. En el camino, además de la amenaza contra Cuba y Venezuela, Trump logró que Ecuador siguiera arreglando los detalles de las maniobras aeronavales UNITAS que, en julio, como complemento del bloqueo actual en el Caribe, con la complicidad de los gobiernos de Chile, Perú y Colombia pondrán a su disposición las aguas del Pacífico. En el marco de su política letal también tuvieron efecto las presiones para que el Fondo Monetario Internacional no asistiera a Venezuela en la emergencia de vida o muerte que padece con el coronavirus.
En este momento de actitudes miserables de gobernantes como Trump, el colombiano Iván Duque, el ecuatoriano Lenín Moreno, el brasileño Jair Bolsonaro, el peruano Martín Vizcarra, el chileno Sebastián Piñera y la boliviana Jeanine Áñez, alegremente adscriben a los bloqueos de Cuba y Venezuela, del lado de la vida se suman gestos solidarios. Desde el miércoles 18 de marzo pasado el crucero británico MS Braemar anduvo a la deriva, con su tripulación y más de 600 pasajeros pidiendo ayuda porque varios de ellos estaban contagiados. Estados Unidos, República Dominicana, Barbados y Bahamas les negaron el auxilio. Fue Cuba la que los rescató en alta mar, los llevó a tierra y organizó el chárter que los trasladó a Londres. El viernes de abril, enterados de que se había roto la única máquina que tenía Colombia para realizar las pruebas de Covid-19, Venezuela donó dos unidades y dispuso del avión presidencial para su envío urgente. Con su silencio, que hasta hoy reverbera en las alturas andinas, Duque le puso un mote ideológico a la solidaridad y rechazó el gesto.
Con sus misiones en 14 países y las colonias francesas, víctima de un bloqueo desde hace seis décadas y hostigado día tras día, Cuba es un modelo que ha sensibilizado al mundo. Las voces que reclaman el cese del embargo se multiplican. La última corresponde al académico Peter Kornbluh, analista en el Archivo de Seguridad Nacional de Washington. El último viernes 3 se dirigió a los estadounidenses: “En este momento funesto, los esfuerzos punitivos de la Casa Blanca contra Cuba jamás han sido más ruines y contraproducentes para el interés de la seguridad nacional. Los esfuerzos humanitarios de Cuba deberían ser apoyados activamente. La forma inmediata de hacerlo es suspendiendo las sanciones que ponen en dificultades los esfuerzos isleños para salvaguardar a sus propios ciudadanos y llevar servicios médicos a muchos otros en el extranjero”. «
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