Músico, docente y actor, acaba de lanzar "Crudo", un disco que hasta desborda las reglas del jazz. El error como herramienta y posible horizonte.

El disco, que también tiene como intención “dejar registrado este momento”, funciona como una declaración en el sentido de manifestación de ánimo o de intención: un estado que no se sabe si tendrá continuidad. “Quizás en diez años esté en otra zona.” Porque lo que está en cuestión cuando se deja registro —que siempre es una bisagra— es no saber hasta dónde se podrá “seguir investigando, recreando sonidos, tímbricas, texturas con este instrumento, que están fuera del registro formal, de la concepción sonora para la que fue construido el saxo”.
Lo atípico del trabajo de Dolci, que también es docente, desborda preguntas cuyas respuestas exceden el espacio de esta nota. Sin embargo, antes de que se ordenen, explica: “Esta forma de música apareció en mí de forma errónea, no por ser investigador, sino porque me permitió empezar a encontrar mayores posibilidades expresivas”. Hasta mediados de la década de 1980, Dolci formó parte del Grupo Teatro Libre, dirigido por Omar Pacheco. “Soy actor, pero no trabajo de actor. Estuve 25 años en ese grupo, que estaba muy vinculado a la antropología, a lo ritual, a la danza, a lo que ahora llaman teatro físico: trabajábamos mucho desde las sonoridades.” El conocimiento del saxo —“al encontrar unos sonidos casuales”, dice— lo llevó a una investigación creciente que enseguida se convirtió en complemento casi ideal de su actividad teatral: concentración, focalización, atención bien dedicada a lo que informaba el entorno. “No tenía ninguna aptitud y lo incorporé primero como recreación, y después pasó a ser parte de mi formación teatral.”
“Quiero que todos los días toquen mejor el instrumento y hagan la música que les encante”, prefiere decir sobre su búsqueda en las clases de saxo, antes que sostener que se trata de una “misión”: “Es una palabra muy grande”. Estando tan asociado al jazz, Dolci aclara que su enseñanza no es “la que conocemos en el jazz, donde hay determinadas reglas y sobre una progresión de acordes se improvisan determinadas escalas (si hablamos desde lo tonal), y hay un solista y roles”. Las prácticas de la libre improvisación son “mucho más horizontales”. Y para ejemplificar cuenta uno de sus proyectos: “Un trío con bajo eléctrico, saxo y batería, donde no hay roles fijos, donde no podemos decir que lo conduce alguien. Hay una horizontalidad en la que los roles se van compartiendo. Es más abierto, más colectivo. Eso es característico de la libre improvisación. La idea es no saber qué va a suceder cuando toquemos”.
Algo que está lejos del error, tan constitutivo de la música. “Eso viene de mi impronta teatral, y siempre lo hablo con mis alumnos: las clases están para equivocarse. Ahí está lo antropológico, de que el cuerpo toma eso. Y una vez que metiste la pata hasta el cuadril, como solía decirse, realmente aprendemos. Después casi no hay posibilidad de equivocarse. En la libre improvisación el error es algo que anda dando vueltas. Y bienvenido lo que suceda, porque será algo nuevo. Hay que ver qué hago con eso. La idea es que cuando nos tiramos, nos tiramos a una pileta que, tenga el agua que tenga, vamos a saber nadar.”
En momentos en que las nuevas generaciones se ven interpeladas por un mundo al que no le encuentran respuesta, la mirada de un profesor formado en la vieja escuela resulta, como mínimo, interesante. Entre lo que le llama la atención de quienes hoy quieren aprender y adquirir nuevos saberes, Dolci destaca varias cosas, pero dos fundamentales. “Mucha ansiedad —pone en primer término—. Eso lo veo conectado con el exceso de información o la subida de contenidos que hacen que se confunda un yeite con hacer bien las cosas.” Y trae a colación el pedido de un exalumno que tenía que tocar un cover de Los Redondos y “confundía una melodía con un solo”. “Y me pedía dos clases para sacarlo. No es así como funciona, le dije. Y le especifiqué un par de cosas relacionadas con la continuidad de la práctica, las diferencias entre el saxo tenor y el alto, y otras más.”
Luego ubica la frustración, también relacionada con el exceso de información circulante. “Viene un alumno, se compra un saxo y ya está buscando en YouTube cómo sacar tal tema. Y se arman unos quilombetes: no solo no vas a sacar el tema, sino que lo poco que venís aprendiendo se te va a empantanar. Quieren hacerlo rápido pero sin dedicarle mucho tiempo. Eso lleva casi seguro a la frustración. Pero yo me frustro cuando estuve todos los días tocando dos horas y no me salió. Se exigen, pero en contraprestación, en balanceo, no hay una práctica diaria. Entonces no te frustres, al contrario. Porque no digo que estés todo el día tocando, sino que te midas en relación a lo que te dedicás.”
Todos los temas pertenecen a Darío Dolci (aka DolCHi) y son improvisados. Utiliza efectos naturales y explora las posibilidades acústicas del saxo soprano. Grabado en Buenos Aires, Argentina.
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