Darío Sztajnszrajber y Soledad Barruti: «Vivimos con discursos que cuestionan al sistema, pero no hacen más que reproducirlo»

Por: Adrián Melo

El filósofo y la periodista comparten ideas, cuentos y música en la puesta Comer, pensar, amar. Una reflexión sobre los efectos políticos de las formas en que habitamos esos tres aspectos.

Hace aproximadamente 2300 años, Epicuro, el filósofo de la vida feliz, escribió que el principio y el fin de la existencia humana era el placer. Para ello era necesario que los seres se liberaran de las cuatro causas que los encadenan al sufrimiento: el miedo a la muerte, al dolor, a los dioses y a lo que la sociedad creía falsamente que era el bien. Se cuenta que, fiel a su doctrina, momentos antes de morir, Epicuro se sumergió en un baño de agua caliente, bebió una copa de vino puro y gozó así hasta el último instante. A su vez se refiere que Platón, quien escribió el canto paradigmático al amor, al vino y a los banquetes, murió en uno de estos últimos.

Los mitos y las anécdotas de los filósofos recogidas de diferentes fuentes –entre ellos, Diógenes Laercio– manifestaban una coherencia entre vida, obra, efectos políticos y muerte. Algo de ese espíritu anida en la performance teatral que presentan en el Konex Darío Sztajnszrajber y Soledad Barruti. «El espectáculo es un diálogo performativo que hacemos con Sole, donde cuestionamos los modos hegemónicos en que comemos, amamos y pensamos. Para desarmar la lógica única en que solemos vivir esas tres prácticas apelamos a la reflexión, al relato mítico, al humor, a la parodia, a la música e incorporamos distintos recursos escénicos que tienen el objetivo pedagógico y emocional de comenzar un proceso de deconstrucción. O sea, lograr que, luego de esta experiencia, no se salga indemne, sino con cierta conmoción que le haga poner en tela de juicio esos aspectos de la vida cotidiana», señala el filósofo argentino.

–¿Cómo está estructurado Comer, pensar, amar?

D.S.:– Cada uno hace su planteo sobre los temas y se entabla un diálogo. Pero no en el sentido de una discusión como está de moda en las redes, en donde se entiende el diálogo como anulación del lenguaje del otro, sino al revés. Sole y yo venimos de ámbitos muy distintos y se busca ampliar perspectivas, no cerrarlas. Yo trabajo desde la filosofía, Sole a partir del periodismo, de sus investigaciones y de sus lecturas. Lo que se va dando en el diálogo es un encuentro con el otro, donde el otro trae una diferencia que hace que los discursos se potencien. Cuando conocí a Sole me fascinó su manera de plantear que hay otras formas de relacionarse con cuestiones de lo íntimo, de lo micropolítico, de lo cotidiano, de cómo comemos y cómo nos relacionamos con las plantas, los animales, la ciudad.

S.B.:–Los dos trabajamos a partir de historias y narraciones. Mitos, historias de vida, de un territorio, de una corporación. Comunicamos e instrumentamos cuentos, relatos. La idea es tratar de pensar a través de prácticas, no de los datos, ni de lo abstracto. Eso lo habilitan espacios como el teatro: su disposición da lugar a cierta forma de encuentro alrededor de la palabra y una forma de narrar historias que despierta cosas que tenemos olvidadas pero que están ahí, como esa práctica ancestral de contar historias alrededor del fuego.

–¿En qué tradición se inscriben?

D.S.–La tradición filosófica más presente es la que cuestiona la distinción taxativa entre el mito y la razón. Prevalece en la filosofía una idea que separa cuerpo y alma y que define que hay algo en el alma que nos define más allá del envase. A la idea del cuerpo como envase le oponemos el interrogante ¿tenemos un cuerpo o somos un cuerpo? Nos inclinamos por la segunda opción. Hay que desarmar esa idea del cuerpo como cosa, porque condiciona formas únicas de pensar, comer y amar. A partir de ahí avanzamos con las teorías de la deconstrucción y las filosofías de la otredad.

S.B.–Apelamos al pensamiento decolonial e indigenista, entre otros. Hay relatos del indigenismo y de nuestra cotidianidad que hacen a nuestra subjetividad. El periodismo que yo hago es de crónicas, de viajes, de conocer, de tratar de entender lo que está dado como normal y como única realidad. Esto último resulta una trampa que nos tiene a todos sumidos en una forma muy infeliz, cruel, violenta, escindida, zombie de vivir. Procuro entender por qué sé instauró eso, que es una realidad horrible, y se descartaron muchas alternativas que escapan a esa narrativa hegemónica, y que están representadas en otras culturas, en otras formas de vivir, en personas que cambiaron radicalmente sus vidas. Esas culturas anuladas afirman otras formas de relacionarnos con la vida en general y todo lo que está vivo.

–¿Qué otros recursos escénicos utilizan?

S.B.–Depende de los teatros. Siempre hay música. Estamos sentados ahí, nos paramos, bailamos. La idea de sentarse alrededor del fuego a contar historias es muy sencilla. Y el público interviene.

–¿Por qué la recurrencia o la recuperación del mito?

D.S.–Porque son historias que nos retrotraen a lo originario, que no es el pasado. Es lo que nos origina y está presente en nosotros. Vivimos en ciudades con calles de asfalto y ahí nomás debajo del asfalto está la tierra. Está tan cerca y tan lejos. Nadie se imagina desasfaltar la ciudad para volver a ese lugar primigenio, pero está ahí. Yo cuento algunos mitos griegos donde nos percatamos de que, aunque el mundo cambia, hay problemáticas originarias. Y la recuperación de lo originario puede destrabar algo de un mundo cuya supremacía va totalizando nuestras acciones. Contamos muchos mitos, porque entendemos que son los relatos los que construyen sentido mental y sensible.

S.B.–El mito y las anécdotas son historias que cuando se contextualizan, y cuando las personas se disponen a escuchar, a dejarse atravesar por algo que te van a decir, logran que sucedan cosas increíbles. El teatro implica permitirse una emoción y una escucha más sensible y corporal. Hay algo de la experiencia corporal que aparece en las historias. Cuando contás una historia y aparecen protagonistas silenciados, mudos, con diálogos obturados, tales como el viento, la montaña, los animales, aparecen otras cosas.

Foto: Nacho Sánchez

–¿Y cómo surgió el título?

S.B.–Es una variación del libro Comer, rezar, amar, de Elizabeth Gilbert, que fue best seller y luego película. Conservar el concepto «comer» tuvo que ver con mis investigaciones y libros sobre alimentación. El «amar» es una especie de chiste, porque somos pareja, pero deconstruimos relaciones amorosas.

D.S.–Comer, pensar, amar son los temas urgentes de nuestro tiempo donde hay que generar intervenciones concretas. En la lógica de la modernidad se pensaron los temas grandilocuentes y poco nos detuvimos a pensar los efectos políticos en lo cotidiano. El micropoder se juega en cuestiones que uno entiende como despolitizadas: comer o amar. Se puede amar de maneras distintas a la matriz hegemónica. Los dos libros de Sole tienen que ver con el control social colonizando nuestros cuerpos a través de la comida. El disciplinamiento se juega en esos lugares supuestamente pequeños.

–Les propongo un ida y vuelta por ejes. ¿Cómo poner en tela de juicio las formas de comer?

D.S.- Por un lado, hay una tradición antigua que intentamos recuperar: Epicuro y su hedonismo de la comida. También está el caso extremo de los cínicos, que cuestionaban la incidencia de lo civilizatorio en el comer. Diógenes proponía comer carne cruda como forma de confrontar la cocción. Si antropológicamente la cocción es sinónimo de la cultura, eso significa recuperar la naturaleza animal para alcanzar la felicidad. Volver a ser como perro, de ahí viene la palabra «cínico». En la parte de comer, yo analizo particularmente el binario cuerpo y alma como una de las metáforas paradigmáticas de forma de dominación. Hay que deconstruir ese dualismo que se asienta en la idea de que nuestro pensamiento es absolutamente independiente de sus condicionamientos sociales, culturales y materiales. Es suponer que lo que comemos no influye en el pensar, y eso no es así, porque pensamos con el cuerpo y el cuerpo es un efecto de lo que nos metemos adentro.

–Pasemos al eje «pensar».

S.B.–Estamos todo el tiempo comprando discursos que piensan una separación fuerte entre mente y cuerpo. Las escuelas convencionales son el ejemplo de disociación entre cuerpo y mente. ¿Qué es pensar? ¿Por qué pensamos sólo con la cabeza y no con todo el cuerpo, como hizo la humanidad desde los orígenes? Nuestra capacidad mental, creativa, imaginativa se desarrolló en una relación corporal completamente inmersa en la naturaleza: persiguiendo huellas de animales, escuchando ruidos en la noche, mirando el cielo en una selva cerrada… Todo nuestro sistema nervioso está esperando eso para poder desplegarse. En cambio, nos encierran, nos sentamos en una silla, nos meten ideas en la cabeza que tenemos que memorizar, racionalizar. Cuando tu cuerpo vuelve a tener la posibilidad de actuar y de relacionarse de una manera sensible con el mundo, surgen posibilidades de pensamiento más interesantes, encendidas e intensas. Y menos neuróticas.

–Y finalmente… «Amar».

D.S.–El relato platónico del amor como búsqueda de la otra mitad, precisa de una deconstrucción intensa. Nos dejó condicionados en una única forma de amar. Nos limó el cerebro con la idea de que el amor es la búsqueda de la plenitud. Una especie de farmacología religiosa que lo único que genera es frustración y resentimiento. Porque esa plenitud es imposible y uno se queda con la sensación de que el amor es algo que existe, pero no es para nosotros. Hay que reconciliarnos con un amor más mundano, más sucio en el sentido de más terrenal, con sus vaivenes, con sus diferencias. Hay que pensar el amor desde otro lugar que trascienda lo humano…

–Voy a pedir un spoiler de un mito que les parezca representativo del espectáculo.

S.B.–Hay un cuento que proviene de pueblos originarios de los países del Norte y está compilado en Una trenza de hierba sagrada, de la indígena y científica norteamericana Robin Wall Kimmerer. Ese mito plantea un origen distinto del mundo a través de la colaboración interespecie. Es una manera gozosa y celebratoria de pensar el origen de la Tierra, que se contrapone al mito de Adán y Eva. Aparece una forma de relacionarse con el mundo y con los otros más simétrica, participativa y amorosa. Relatos como estos que nos permiten reconciliarnos con una forma ancestral de memoria colectiva fueron silenciados, perseguidos y ocultados. Es necesario recuperarlos como resistencia. «

Comer, pensar, amar

Un diálogo performatico de Darío Sztajnszrajber y Soledad Barruti. Sábado 18 de marzo a las 20 en el Patio de Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131.




La filosofía y la mentada deconstrucción

-Darío: ¿En qué consiste eso que llamas deconstrucción y qué papel juegan en ella el mito y la filosofía?
-Hay que desarmar relatos que vienen construyendo subjetividades desde hace siglos. Relatos religiosos, productivistas, que nos hacen creer que hay un propósito para el ser humano relacionado con lo utilitario. Recuperar la tradición epicúrea de lo azaroso de la existencia. De repente estamos y cuando más o menos nos dimos cuenta, nos fuimos. La manera en que nos relacionarnos con ese fragmento que es nada y es todo, es todo lo que tenemos. Hay una sensación de «sin salida», apocalíptica, en estos tiempos en donde se perdió la batalla por la emancipación. Por eso es importante buscar en discursos que no son los habituales, otras maneras de pensarnos. Pero no desde los lugares comunes, donde el dispositivo social presenta sus propios interlocutores críticos. Vivimos con discursos que cuestionan al sistema, pero no hacen más que reproducirlo. Hay que ir por lugares que hagan que el sentido común quede perplejo. La filosofía tiene ese impacto de desestabilización de lo que se supone que es un pensamiento correcto.

Ver comentarios

  • Dario: Cada vez que tengo la oportunidad de escucharte, pongo en jaque creencias y pensamientos arraigados y me desafía a explorar nuevos mundos. ¿Habrá alguna posibilidad de que traigan esta perfomance con Sole a San Juan? Les mando un abrazo!!!

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