De carne somos

Por: Nicolás G. Recoaro

La élite del culturismo nacional compitió en un club de Flores por un pasaje a San Pablo, donde en 2018 se disputará el Arnold Classic, el torneo de fortachones que patrocina Schwarzenegger. Músculos pintados y mucha coquetería.

Con un pequeño rodillo, Martín Falbo barniza al detalle sus generosos músculos hasta alcanzar un bronceado perfecto, aunque artificial. Pinta con prudencia sus pectorales, abdominales, bíceps, tríceps, cuádriceps y hasta los orondos glúteos. «Con una manito más, quedo hecho una pinturita –explica el culturista de 45 años–. En este tipo de competencias, el tinte es obligatorio, marca la profundidad de los músculos. A veces las luces del escenario te matan: dan un aspecto blando y lavado del cuerpo. La clave del culturismo es lucirse ante el jurado, por eso tengo muy estudiadas las poses, la iluminación, acá hay que sacar el máximo provecho. Incluso lograr que una carencia pueda transformarse en fortaleza.» En el fondo, todo culturista es también un gran ilusionista. 

El macizo atleta es uno de los animadores de la categoría Master, del Campeonato Metropolitano de la Federación Argentina de Musculación (FAM), una de las citas máximas de la disciplina en suelo porteño. Desde hace años, se disputa en el club Pedro Echagüe, en los arrabales de Flores.

Faltan minutos para que comiencen las rondas finales y el vestuario, improvisado en la cancha de básquet, es una olla a presión. Fornidas damas y hercúleos caballeros aprestan, algo acalorados, los últimos detalles antes de salir al ruedo. Diez flexiones de brazos por aquí, una pincelada de maquillaje en los pómulos por allá, otra rápida sesión con las mancuernas más acá. Farbo está radiante. Pero sobre todo sereno. Hace gala de sus músculos y nervios de acero. La procesión va por dentro.

«Este es el momento cumbre. Por eso estoy para apuntalarlo. Detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer», asegura Verónica, fiel pareja e incondicional hincha del crédito de San Martín. «Cuando lo conocí era un fideo de 70 kilos, comía un paty por día y se llenaba. Miralo ahora: miles de horas de gimnasio y 91 kilos de pura fibra. Tiene una dieta cuidada, de siete comidas diarias, mucha proteína y cero chatarra. Yo soy kinesióloga y estoy muy pendiente de su salud. Pero también de la parte estética. Todas las mañanas, antes de salir para el trabajo, le pido que me pose, así le marco qué le falta.» 

Los atletas se juegan la chance de ganar un pasaje a Brasil, para competir en el Arnold Classic 2018, patrocinado por la firma comercial del inoxidable Schwarzenegger, inflado actor, exgobernador de California y mito viviente del culturismo moderno. 

El mendocino Rodrigo Cortez, campeón argentino y sudamericano, ya probó las mieles del evento que congrega a los cuerpos de elite. Su ascensión al cielo de los fortachones le llevó décadas de duro trabajo en el gimnasio. «El Conquistador», como lo apodan en el circuito, asemeja su rutina con los músculos a la labor de un artista plástico: «En palabras de Arnold, somos como escultores. Pero en lugar de trabajar sobre una roca, lo hacemos sobre nuestro cuerpo. Lo moldeamos todo lo que podemos, porque hay limitaciones genéticas. Buscamos acercarnos a la perfección.» No se inspira en los cánones de la belleza griega, mucho menos en los renacentistas. «En mi generación marcaron época Arnold, Stallone, Van Damme y el actor que hizo de Apollo Creed, que no me acuerdo el nombre. Somos hijos del cine de los ’80.» También los superhéroes animados, como el Increíble Hulk y el platinado He-Man. Cortez dice que en la Argentina los culturistas profesionales se cuentan con los dedos de una mano. Él integra ese minúsculo club: «Le entregué mi vida entera al cuerpo, a los fierros. En este nivel, es muy absorbente, estás todo el tiempo pensando en el entrenamiento y la comida», cuenta y deja ver la heladerita portátil repleta de viandas que lo sigue como su sombra. Antes despedirse –debe comulgar con los religiosos 200 gramos de pollo y 300 de brócoli–, reflexiona sobre los prejuicios que han acechado al culturismo históricamente: el dopaje y la violencia de los patovicas: «Siempre estuvimos un poco estigmatizados. Será porque es un deporte que llevamos siempre encima. Te señalan, te juzgan de antemano, es un tema cultural». 

Las chicas supermusculosas 

En las últimas décadas, el fisicoculturismo no ha parado de engordar el número de adeptos, y no sólo hombres. «Dejó de ser sectario, se apuntó a la profesionalización y al cuidado de la salud, y las mujeres fuimos ganando espacio», asevera Débora Chahnarian, secretaria de la FAM, en un alto en su labor como asistente del jurado. Sobre el escenario, tres representantes del supuesto «sexo débil» hacen gala de sus esculturales cuerpos, en las categorías Bikini y Fitness, definitivamente incorporadas al culturismo tradicional.

Paula Frega es una de las referentes. Una self-made women que dio sus primeros pasos en un gimnasio de Morón, en los ’90: «Éramos poquitas. Me acuerdo que miraba las revistas importadas que llegaban. Mi sueño era competir.» Su primer torneo fue en 2001, con un debut (casi) soñado: subió al tercer escalón del podio. No frenó más. Fue campeona argentina y del Mercosur. A los secretos que aprendió en el terreno le sumó cursos especializados en musculación, diseño de indumentaria y estética. Y hoy asesora en imagen a un buen número de competidores. «Es que esto no es sólo tonificación, tiene mucho de estética. Hay que informarse sobre los suplementos y tener un entrenador responsable. Y nunca perder la feminidad.» En el puesto que ofrece algunas de sus creaciones pueden conseguirse ajustados slips platinados, bikinis forjadas con cristales Swarovski, afilados zapatos taco aguja y el esencial spray bronceador.

Antes de subir al escenario, la profesora de educación física Antonella Peral entona una oda a las carnes blancas: «Hago como nueve comidas al día. Cada dos horas, un pedacito de pollo. Es duro: voy al cine y todos comen pochoclos, y yo con el tupper lleno de pollo. Todos se tientan con alfajores o medialunas, y yo dale con el pollo. Tengo mucha disciplina.» Además de sus tallados bíceps, Peral luce pestañas kilométricas, uñas bien esculpidas, bikini turquesa decorado con piedras semipreciosas y aretes haciendo juego: «El miedo de mi familia era que iba a dejar de ser mujer –confiesa–. ¡Y nosotras somos refemeninas!» No hay dudas. 

Familia fierrera

Perfil derecho, expansión dorsal, abdominales y el eterno doble bíceps. Los jurados deliberan tras la fugaz presentación de un atleta Senior, que acompañó sus poses con la marcha de La Guerra de las Galaxias. «Se evalúan las líneas del cuerpo, en forma de X o de V, el famoso reloj de arena», alecciona el juez Miguel Ángel Luna, con 30 años en el gremio. Con ojo clínico evalúa los patrones de cada categoría y más: «Desde el peinado hasta el tamaño de la malla, cada detalle habla.» 

En la finalísima de los Cadetes, Maximiliano Pizarro pone toda la carne al asador para llevarse el primer puesto. Irene y Miguel, sus padres, celebran en la popular el nuevo título del pichón de «Ancho» Peucelle. «Al principio estábamos preocupados porque es un deporte bastante egoísta. Por eso no lo dejamos solo. Pero él ama esto sobre todas las cosas.» Pizarro recibe la presea dorada en el escenario y su padre se despide alabando el lomo de su vástago: «La verdad que lo admiro. Tiene una disciplina que no sé de dónde sale. Yo no podría hacerlo. ¿Cómo hago para dejar el asado?» «

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