Netflix estrenó (Des)encanto, la tercera serie de dibujos animados para adultos de Matt Groening. Los resultados fueron mucho menos alentadores que los esperados.

Veamos. La serie que Netflix dice que le dio total libertad creativa a Groening, de la que lanzó su primera temporada el viernes pasado y consta en total de dos, sucede en la Edad Media. De alguna manera Groening cree que volvimos a esos tiempos, como a inicios de los 90 con Los Simpsons creyó que la vulgarización se había apoderado de nuestras vidas y ante la evidencia y la imposibilidad de vencerla, mejor festejarla; y hacia fin de la década con Futurama supuso que el cinismo sería el fin de la evolución existencial de la Tierra.
Ambas apuestas resultaron ampliamente populares por diversas razones, aunque una sobresalió, como siempre sucede con los productos bien populares: saben interpretar y transmitir el sentir de su tiempo, ese estado de ánimo que como por arte de magia recorre a todos los individuos, independientemente de su historia y circunstancia, para hacerlos entrar en sintonía unos con otros y permitirles decodificar el mundo que les tocó en suerte y así moverse con las menores dificultades posibles; en forma de humor, drama, comedia, ciencia ficción -elija el género que más guste- esas series o películas también nos cuentan que luego, las singularidades, llevan -como solía decirse- a uno a la gloria, a otro a Devoto (la cárcel).
En ambos casos (la gloria o Devoto), también por ese sino de época (en este caso y gradualmente los siglos que abarca la Modernidad), sus protagonistas suponen que todo fue mérito propio. También las corporaciones, por cierto, que no fue otra que Netflix la que buscó con ahínco a Groening para proponerle una serie de animación para adultos.
Ahí, en esa ubicación en la Edad Media, aparece la primera incomodidad para asimilar (Des)encanto: Groening pretende que hombre/ mujer siempre fueron iguales, entonces además de servicios, producciones y trabajos inconmovibles a través de la historia, también hubo actitudes, procederes, hábitos y modos de conducirse en la vida, como si fuéramos una esencia y la cultura apenas una fachada, algo que no sucedía en sus dos anteriores historias: Los Simpsons eran puramente contemporáneos -y entre otras razones perdieron adherentes a medida que los tiempos cambiaban-; Futurama era el viaje de un repartidor de pizza actual al siglo XXXI: nada más “artísticamente narrativo” que un elemento extraño en un ambiente más o menos homogéneo. Entonces la princesa que juega al poker y engaña a sus rivales (todos varones) y se niega a su boda por más que tenga que garantizar la sucesión de la monarquía de su padre -que se muestra irascible hasta cuando está tranquilo-, resulta un incordio: las chicas que crecieron (y aprendieron, siendo de la misma generación o posterior) con Lisa Simpson -porque ella representaba el deseo de lo que querían aunque no las dejaran-, tienen bastante menos de la princesa Bean de lo que Groening cree: en principio, el mundo de los chicos y chicas de hoy es transgénero, no cisgénero como el de Bean, incluso en su rebeldía feminista (lo que lleva a una cosmovisión bastante diferente de las cosas).
De ahí en más las anomalías se suceden. Y como suelen decir los realizadores para criticar a los críticos: cuando el crítico empieza a hacer hincapié en los rubros técnicos es porque se aburre. Entonces la línea del dibujo, como las voces, los gestos y todo lo que hace a la comunicación de lo que quiere transmitir la serie, comienzan a ser relevantes -o no pasan desapercibidas-, lo mismo que la diferencia entre construir una historia seriada y no por capítulos sueltos, como sus antecesoras. Y si bien es cierto que esos detalles por lo general terminan haciendo la gran diferencia, el caso es que acá no aportan a una mirada diferente de lo mismo, sino a una mirada igual de algo diferente (gran problema de nuestra época, por otro lado).
Así las cosas, (Des)encanto se mira con el mismo entusiasmo que pasaron a consumirse las producciones en los últimos años, luego del pico de creatividad que alcanzaron en los primeros tres lustros del siglo: el que motiva la necesidad (porque hay que verla, para hablar o escribir de ella), o no hay nada mejor para hacer (¿qué se puede hacer salvo ver películas?, se preguntaría Charly), o porque la liviandad resulta un placebo/ analgésico barato y tan efectivo -para los fines buscados- como algunas sustancias químicas o de diseño.
Por último, algo que más Los Simpsons que Futurama transmitían: pese a todo, había un refugio (la familia, biológica o no) y una esperanza (Lisa); la época de la que se ocupaban se iría y llegaría una más promisorio. (Des)encanto transmite la sensación de que todo es igual, nada es mejor. Y si sin tiempo el ser humano no existe, sin esperanza es imposible explicarlo.
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