La segunda temporada de la serie despliega con más audacia su reconocida incorrección y humor corrosivo. Y hasta abre interrogantes inimaginables: ¿todo dildo es político?
En tiempos en que el presidente utiliza la discapacidad y el sexo anal como insultos, manda a reprimir jubilados, hostiga a un niño con autismo y amenaza con vetar la Ley de Emergencia en Discapacidad, pareciera no haber espacio para el disability o el pinkwashing como estrategias electorales. Claramente, usar la inclusión como herramienta de imagen ya no rinde; por el contrario, parece penalizar. Por eso, la subtrama de la actual temporada de División Palermo, en la cual se viraliza una escena donde la férrea ministra de Seguridad, Carolina Pozzo (una Valeria Lois con demasiadas reminiscencias a Patricia Bullrich), insulta a un joven ciego (Facundo Bogarín), ni siquiera derivaría hoy en el pequeño escándalo político que plantea la serie.
Más bien, la ficción acierta con el actual y enrarecido aire de época cuando muestra a esa funcionaria afirmando: “Aprendí a hablar con la e y ahora quieren que pose con armas”. O cuando el principal rival electoral de Pozzo (interpretado por Esteban Bigliardi), tan siniestro y de derecha como ella —y tan parecido al tipo ideal del extinto PRO que asusta—, capitaliza a su favor un escándalo sexual con ribetes sadomasoquistas. Los tiempos cambiaron, y, como en las profecías de Harry Potter, se vienen momentos más oscuros, de los cuales la comedia se hace cargo.
La segunda y esperada temporada de División Palermo se apoya en lo que la consagró, la colmó de premios y sigue siendo su mayor fortaleza: el humor corrosivo y políticamente incorrecto. Lo manifiesta en personajes con discapacidad que se ríen de sí mismos, en burlas a prejuicios xenófobos, antisemitas u homo, lesbo y transodiantes, ya internalizados en el imaginario social argentino. Ese humor, además, funciona como vehículo de crítica social y política.
La serie también capta el clima global: un mundo más derechizado, más “mano dura” y más carente de ética, como lo muestran las miserias de los dos candidatos interpretados por Lois y Bigliardi, para quienes todo vale con tal de sumar votos. Pero además, arremete con una ácida crítica a la ex SIDE y con una representación de la creciente violencia en redes y en las calles. En este sentido, puede parecer desmesurado que una comedia despliegue escenas de extrema crudeza —tiroteos, asesinatos a sangre fría, un cadáver hecho trizas en una heladera—, pero no hace más que reflejar una sociedad cada vez más brutalizada.
En términos narrativos, la segunda temporada se centra en la lucha de la guardia urbana inclusiva contra una banda criminal liderada por Martín “Milton” Gauna (Juan Minujín, nueva incorporación), que opera desde la fachada de un café de especialidad llamado Cuero Café. Esta organización está asociada al poder político, cuyo objetivo es que el candidato gane las elecciones y privatice todo lo privatizable, incluso el Planetario, que promete concesionar al mismísimo Milton. Para impedir este ¿delirio?, el improvisado y dubitativo guardia Felipe Rozenfeld (Santiago Korovsky) es reclutado por agentes de inteligencia (Alejandra Flechner y Guillermo Arengo) para infiltrarse como espía en la organización delictiva.
Eso dará lugar a una serie de equívocos, situaciones hilarantes y obstáculos en el vínculo amoroso que Rozenfeld intenta entablar con Sofía Vega (Pilar Gamboa), una joven en silla de ruedas. Uno de los mayores aciertos de la serie reside en no reducir a los personajes con discapacidad a su condición, sino mostrarlos en toda su dimensión humana. Y algo aún más inusual en televisión: presentarlos como seres deseantes y deseados. Incluso, la serie se anima a mostrar escenas de erotismo entre personas con discapacidad, un tabú que el mainstream suele eludir.
División Palermo bebe de comedias clásicas como El Superagente 86 y The Office, y también de producciones locales como Los simuladores, aunque con un enfoque inclusivo y diverso. El humor, por momentos, funciona como una refinada maquinaria de relojería gracias a la química del elenco, liderado por Korovsky y secundado con encanto por Daniel Hendler, Marcelo Subiotto, Martín Garabal, Charo López, Valeria Licciardi y Nilda Sindaco (fallecida recientemente, a cuya memoria está dedicada la temporada). La serie, creada por el propio Korovsky y escrita por un equipo amplio y talentoso con él y Garabal como cabezas visibles, concluye con un final desopilante en el que el sexo, los dildos y otros objetos eróticos se transforman en armas contra el mal, en una escena que ni Pier Paolo Pasolini habría imaginado.
Aunque la vara había quedado alta y las expectativas eran muchas —se esperaba quizá un plus de subversión o novedad—, División Palermo sigue siendo una apuesta contracultural, tanto en lo político como en lo humorístico, frente a los discursos dominantes. Y también frente a los límites que, en nombre de la corrección política, se le imponen hoy a la comedia. Tal vez su flanco más débil sea la delgada trama policial, que podría haber tenido mayor complejidad y suspenso. Pero aun así, sigue siendo reconfortante ver —aunque sea a medias— triunfar a esta guardia urbana integrada por adorables fracasados, excluidos del sistema, pero nunca del deseo.«
Creada y dirigida por Santiago Korovsky. Con Santiago Korovsky, Daniel Hendler, Pilar Gamboa, Martín Garabal, Charo López, Martín Piroyansky y Alejandra Flechner. Disponible en Netflix.
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