Dominique Roger: «Las mujeres promueven la paz»

Por: Mónica López Ocón

Fue fotógrafa de la Unesco durante 30 años y ahora presenta Un camino hacia la paz, un volumen con algunos de sus registros de campañas de alfabetización en diversos países.

Dominique Roger tiene 87 años. 30 de ellos los trabajó en la Unesco, primero como reportera gráfica y luego como directora de fotografía. Realizó 135 viajes a 77 países, su primer destino fue Argelia y el último, Cabo Verde. Recientemente viajó a la Argentina para presentar en la Feria del Libro Un camino hacia la paz, un volumen de edición muy cuidada con una selección de los registros de campañas de alfabetización y educación que realizó en los cinco continentes.

«Dominique generó durante tres décadas la memoria fotográfica de la Unesco –dice la editora del volumen, Bárbara Brühl Day–, la que registró los testimonios gráficos tanto de campañas de alfabetización como de los monumentos culturales de la humanidad.  En este momento ese archivo formado por más de 17 mil fotografías se está digitalizando. Las que se seleccionaron para el libro son las que a ella le llegan muy de cerca. Es tanto el material que yo misma, siendo la editora del libro, sigo descubriendo fotos. Hay un mensaje en ese libro que ella quiere transmitir: que la educación es el instrumento de la paz».

En paralelo montó una exposición con el mismo nombre que puede verse hasta el 7 de mayo en el espacio cultural de la OEI, Paraguay 1514.

Dominique ya había viajado a la Argentina en 2011 cuando fue distinguida como «Huésped de honor de la Ciudad de Buenos Aires». En una mañana luminosa recibió a Tiempo Argentino junto a su editora.




–¿Qué le dejó la experiencia de recorrer el mundo con su cámara?

–De esa valiosa experiencia que aprendí más de lo que las campañas de alfabetización le enseñaban a la gente.

–¿De qué forma cree que podría lograrse la paz en un mundo tan convulsionado como el de hoy?

–Creo que la paz debe ser un tema central ya desde la escuela para sensibilizar a los niños, para sensibilizar a las nuevas generaciones. Debería ser un programa central, estar en la base de la educación.

–Pero la educación está relacionada con la situación económica de los países. Y no hablo sólo de África, sino también de América Latina, de mi propio país.

–Sí, por supuesto. También en Francia, mi país, hay mucha gente excluida y eso es algo inadmisible. En este momento esa exclusión se expresa, por ejemplo, en la revuelta de los chalecos amarillos. En la base de esta violencia hay justificaciones que son más que justas. Hay demasiadas diferencias en el poder de adquisición de bienes de todo tipo, demasiadas diferencias en la manera de vivir.




–¿Dónde ha encontrado las mayores situaciones de pobreza?

–Sobre todo en África, porque en Asia se manejan de otro modo. África es más pasiva respecto del problema de la pobreza y del hambre. Yo no me he enfrentado de manera directa a esas situaciones, a los problemas de desnutrición, pero resultaban evidentes en la forma de vivir. En la época en que yo hacía esos viajes, África estaba aún menos desarrollada que hoy. Los niños iban a la escuela para comer, no sólo para educarse.

–¿Qué cree que ha variado desde la época en que comenzó a trabajar como reportera gráfica de la Unesco a hoy?

–Creo que ha habido grandes progresos como la emancipación de la mujer. Cuando yo comencé a trabajar como fotógrafa, las mujeres eran sumisas y tenían pocas posibilidades de desarrollo a través de la educación. Hoy estudian, hacen carreras universitarias y ocupan altos puestos. Y esto es muy importante porque las mujeres son las principales promotoras de la paz. Una mujer nunca quiere que sus hijos vayan a la guerra y por eso la maternidad tiene un gran valor respecto de la paz. No quiero decir algo que me haga impopular, pero a los hombres les gusta más combatir (risas).

«Dominique tiene un libro, acota Bárbara, que se llama, precisamente, Las mujeres dicen sí a la paz. Dado que su misión es dar vida, la mujer no puede estar nunca a favor de la guerra».




–La fotografía siempre fue un oficio más bien masculino. ¿Alguna vez sintió su condición de mujer como un problema para hacer su trabajo?

–Es cierto, había pocas mujeres fotógrafas cuando yo comencé a trabajar, pero hoy hay muchísimas. La verdad es que nunca me sentí amenazada o en riesgo. Al contrario, la gente se sorprendía de verme. Yo era joven y seguramente se preguntarían qué está haciendo esta mujer viajando por todas partes, pero enseguida se producía una empatía y una especie de protección hacia mí. Nunca forcé a la gente cuando visitaba las aldeas. Llegaba a las escuelas sin mis aparatos fotográficos, que por entonces pesaban unos 15 kilos, y establecía una relación primero con las madres a las que les pedía permiso para fotografiar a los niños y también a los adultos. Generalmente los adultos son muy tímidos y sienten vergüenza de fotografiarse, mientras los niños siempre están encantados de hacerlo.

-¿Cómo fue su infancia? Quizá allí esté el núcleo de su deseo de trabajar por la paz.

–Muy pacífica (risas). Fue muy feliz, con una familia magnífica formada por dos padres adorables y dos hermanas con las que me llevé muy bien. Pero me enfermé, contraje tuberculosis en la época en que la enfermedad podía ser mortal y estuve dos años internada en un sanatorio de montaña. Fue una experiencia apasionante durante la que aprendí mucho porque leía todo el tiempo. En ese sentido, fui autodidacta. Siempre sentí curiosidad por los otros, por lo que es lógico que haya tomado ese camino. Me interesaba por el mundo ya desde la cama del sanatorio.




–¿Cómo fue la selección de las fotografías para hacer el libro?

–Hay una repartición geográfica que era necesario respetar. Un principio de la Unesco es que estén representadas las diferentes regiones del mundo.

–¿Cuál es para usted la relación entre educación y paz?

–Creo que no hay otro modo de alcanzar la paz, de comprenderla, que la educación. Para mí la educación es la apertura, el acceso a los otros, la tolerancia y el respeto a las diferencias. Lo que hacemos durante toda la vida es aprender de los otros. Hay valores en todas partes del mundo y hay que ser muy modesto frente a la gente que pasa necesidades. No hay que creerse más inteligentes porque somos iguales. Son tan buenos y tan malos como nosotros. Eso es lo que aprendí a través de todos mis viajes. «




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