Dos, tres, muchos Vietnam: las mil y una batallas del general Giap

Por: Nicolás G. Recoaro

La historia del militar y político vietnamita que derrotó a tres potencias coloniales. Dien Bien Phu, Vietcong y la Caída de Saigón, tres hitos.

Su apordo era “El volcán bajo la nieve”. Así los vietnamitas llamaban al invencible general que durante el siglo XX noqueó a los ejércitos de Japón, Francia y los Estados Unidos. El joven estratega que en 1945 ayudó a expulsar del Vietnam naciente a las tropas japonesas del emperador Hiroito. El “Napoleón Rojo” que craneó a base de ingenio la legendaria batalla de Dien Bien Phu, el “Waterloo” que decretó el fin del colonialismo francés en Indochina. El veterano guerrero que salió victorioso ante la mayor potencia militar del siglo XX, el monstruoso ejército norteamericano de 600 mil hombres; la primera derrota de las Fuerzas Armadas del Tío Sam.

Estratega de mil combates, cerebro de la lucha guerrillera y creador de los ejércitos del Viet Minth y el Vietcong, fiel escudero de Ho Chi Minh y artífice de la liberación nacional. Aunque murió en 2013 a los ¡102 años! con mil y una batallas sobre sus espaldas, el legado del general Vo Nguyen Giap sigue dando pelea.

El arte de la guerra

Desde muy pibe, Vo Nguyen Giap aprendió lo que era pelear para sobrevivir. La historia no es demasiado conocida por estas pampas: Giap nació un 25 de agosto de 1911 en un pueblito de mala muerte llamado Loc Thuy, en el norte de Vietnam. Sus padres eran pobres, sus vecinos eran pobres, todos los campesinos eran pobres en aquella colonia francesa que integraba Indochina.

“Todo el proceso de la lucha vietnamita debió basarse en el campesinado –escribe Giap en sus memorias Guerra del Pueblo–. En un primer momento, sin una definición clara de los contornos de la lucha, esta se hacía solamente por el interés de la liberación nacional, pero, poco a poco, se transformaba en una típica guerra campesina y la reforma agraria se establecía en el curso de la lucha”.

A los 19 años, Giap dejó el pago chico y se mudo a Hanoi, donde comenzó a militar en grupos universitarios que luchaban por la independencia. ¿Sus principales armas? Saber leer y escribir. En la década del ’30 fue discípulo del marxista Truong Chinh y se afilió al Partido Comunista. Durante aquellos años también lo echaron de la universidad y pasó más de una noche encerrado en calabozos, acusado de agitador. En el ’37 terminó la carrera de Derecho, se casó con la militante comunista tailandesa Dang Tai Luang y coescribió junto a Chinh La cuestión campesina, la biblia de las luchas rurales.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Japón invadió parte de Vietnam. El joven Giap tuvo que exiliarse en la China comunista. En el exilio recibió la peor de las noticias: los franceses asesinaron a su mujer luego de aplicarle salvajes torturas. Giap no bajó los brazos. Fundó la Liga Vietnamita por la Independencia junto a Ho Chi Minh y se dedicó a recitar como mantras las tesis sobre la guerra prolongada y de guerrillas de Mao. En 1945 regresó a su tierra natal, derrotó a los japoneses y declaró, finalmente, la independencia de Vietnam. El festejo fue demasiado breve. Las fuerzas francesas lo esperaban en el campo de batalla.

A mitad de camino entre Lao Tsé y Clauserwitz. Así se definía como estratega el guerrero. En 1954, el general Giap logró lo imposible: la primera victoria de un pueblo colonial y feudal sobre un moderno ejército imperialista armado hasta los dientes.

“Una nación –pensaba Giap–, aunque sea pequeña y débil, y que se alce como un solo hombre bajo la dirección de la clase obrera para luchar resueltamente por su independencia y la democracia, tiene la posibilidad moral y material de vencer a todos los agresores, no importa quiénes sean.” La batalla de Dien Bien Phu, los 55 días de asedio que soportó la guarnición francesa y los miles de campesinos que transportaron pieza por pieza la artillería pesada en la ofensiva del Viet Minh pasaron a la historia. Vietnam era finalmente libre.

El coraje del pueblo

“Ejército y pueblo no son sino la misma cosa, lo que una vez más se ve corroborado en la síntesis magnífica que hiciera Camilo Cienfuegos: ‘el ejército es el pueblo uniformado’. El cuerpo armado, durante la lucha y después de ella, que le permita superar las nuevas armas del enemigo y rechazar ofensiva”, escribió el Che Guevara en el prólogo de Guerra del Pueblo, anticipando el triunfo de las fuerzas comandadas por el general Giap en la dilatada guerra con Estados Unidos.

Hija bastarda de la Guerra Fría de espías, radiaciones y misiles. Nieta heredera de las guerras coloniales. Guerra rockera, drogona y mediática con transmisiones en vivo y directo desde las trincheras. Sepulcro cívico-militar, como toda guerra, que entre 1955 y 1975 se tragó la vida de 3 millones de seres humanos. La Guerra de Vietnam fue, sobre todo, la primera gran derrota del ejército del Tío Sam. Seiscientos mil hombres, millones de toneladas de bombas y miles de millones de dólares. Apocalipsis ahora de la mayor potencia militar del siglo XX.

“Quizás se había terminado ya para nosotros en Indochina cuando salió a flote el cuerpo de Alden Pyle debajo del puente de Dakao –descifra el cronista Michael Herr en su alucinante libro Despachos de guerra–; quizás todo se precipitó con Dien Bien Phu. Pero lo primero pasó en una novela y aunque lo segundo pasó sobre la tierra les pasó a los franceses y Washington no le concedió más importancia que si lo hubiese inventado también Graham Greene. Vietnam, Vietnam Vietnam, todos estuvimos allí.” Y ahí también estuvieron los miles de combatientes populares que al mando de Giap resistieron por más de una década la cruzada que Washington emprendió, junto al gobierno títere de Vietnam del Sur, para “liberar” a Vietnam del Norte del comunismo. “No hay dos Vietnam –escribió el general–. El Norte lucha por reunificar el país.”

El 30 de abril de 1975, Saigón cayó. El vuelo del último helicóptero elevándose desde la azotea de la Embajada de Estados Unidos quedó como el símbolo del fin de la Guerra de Vietnam. Escena terminal proyectada hasta el hartazgo y más allá desde hace cinco décadas. El general Giap vio el futuro en 1969. Cuando agonizaba la década del sesenta, predecía el porvenir en una entrevista con la corresponsal italiana Oriana Fallaci: “Los estadounidenses perderán la guerra el día en que su poderío militar esté en su punto máximo y la gran maquinaria que han construido no pueda avanzar más. Es decir, los venceremos en el momento en que tengan más hombres, más armas y la mayor esperanza de ganar. Porque todo ese dinero y esa fuerza serán una piedra alrededor de su cuello. Es inevitable”. El coraje del pueblo pudo más que la fuerza de un imperio.

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