
Podemos decir que estos 35 años del PJ (1983-2018) son el «peronismo realmente existente». El peronismo fundacional de Perón y Evita, de los años ’40 y ’50, ya constituye una especie de mito. Y los años 1973-1976, con su violencia, fueron un capítulo final de ese largo proceso de reforma social y proscripción.
La historia de los «70 años de peronismo» que buscan instalar funcionarios y tuiteros es una ficción que no se corresponde con los hechos. Entre 1946 y 1983, el PJ estuvo la mayor parte del tiempo fuera del poder y perseguido; recién en los años ’80 accedió en forma continuada (y frecuente) al gobierno nacional y las administraciones provinciales y municipales.
De la Sota fue un protagonista de ese segundo peronismo, el real. Acompañó en los ’80 a Antonio Cafiero como uno de los principales referentes de la Renovación, corriente que buscaba modernizar la cultura política del nuevo PJ e independizar al partido del peso que tenían los liderazgos sindicales. Un peso importante por varias razones, entre ellas porque durante los años de proscripción los sindicatos peronistas eran casi lo único que quedaba en pie del movimiento . Ya en los ’80, los dirigentes renovadores veían que la democracia había llegado para quedarse y que era hora de formar un partido más institucionalizado.
La corriente renovadora tuvo un éxito a medias: Cafiero perdió la interna presidencial y el partido nunca llegó a institucionalizarse del todo. No obstante, toda esa camada de dirigentes tuvo una gran influencia posterior.
Tras su frustrado salto a la política nacional de la mano de Cafiero–fue su precandidato a Vice en la célebre interna partidaria–, De la Sota se dedicó a la política cordobesa. En Córdoba, una de las provincias más importantes de Argentina, tradicionalmente ganaba la UCR. Y, a su vez, el radicalismo cordobés estaba dominado por el ala más conservadora de este partido, siempre en competencia con el ala socialdemócrata que a partir de los ’80 lideró Raúl Alfonsín desde la provincia de Buenos Aires y la Capital Federal. La hegemonía radical de Córdoba fue uno de los equilibrios centrales de la política argentina del siglo XX. De la Sota lo quebró.
Tras sucesivos intentos, en 1999 De la Sota venció a Mestre. Desde entonces Córdoba fue gobernada alternadamente por los dos socios políticos del peronismo «cordobecista»: De la Sota (1999-2007; 2011-2015) y Schiaretti (2007-2011; 2015-2019).
A De la Sota le quedó siempre el sueño de la nacionalización. Varias veces fue precandidato presidencial, nunca tuvo éxito. La última derrota fue en 2015, cuando perdió la interna del Frente Renovador con Sergio Massa. Sin embargo, a pesar de la presidencia esquiva, fue siempre uno de los dirigentes más respetados por el conjunto de los peronistas. En la etapa kirchnerista osciló entre el entendimiento negociador con Néstor y Cristina Kirchner y la oposición explícita. No fue ni kirchnerista ni antikirchnerista. Ese perfil tan singular del «cordobecismo» entre 2003 y 2015 fue facilitado por la habilidad y la personalidad de De la Sota.
Su ausencia repentina tiene efectos que se proyectan a una cuestión muy actual. En los últimos meses De la Sota estaba trabajando en la reconstrucción del espacio «peronista no kirchnerista». Pero había, una vez más, una diferencia de enfoque entre De la Sota y los cuatro dirigentes que aparecieron días atrás en la «foto de la unión» (Massa, Urtubey, Schiaretti y Pichetto). De los cinco, De la Sota era el que más claro tenía que todo intento para reconstruir el espacio peronista necesita de los votos del kirchnerismo. Sin ese porcentaje de adhesión constante e inmutable que concentra la expresidenta, con epicentro en la provincia de Buenos Aires, era difícil siquiera pensar en arrancar.
Su fallecimiento trágico y prematuro deja varios vacíos. Uno de ellos es un déficit de pensamiento estratégico en la mesa del peronismo no kirchnerista. Algunos de los dirigentes que quedan tienen ideas algo rígidas acerca de cómo construir con vistas a 2019. Todo nos lleva a suponer que De la Sota no creía en la tesis de los tres tercios, olía una tendencia a la polarización. Aunque algunos lo recuerden por sus intentos fallidos en el campo presidencial, nunca hay que olvidar que De la Sota era un gran ganador: fue el que destronó a los radicales de su bastión mediterráneo, modificando por 20 años la geografía política argentina. «
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