El desperdicio de alimentos aptos para el consumo malgasta recursos nutricionales y atenta contra el ambiente 

Por: Patricio Ballesteros Ledesma

Un tercio de los alimentos producidos en el mundo se pierde o desperdicia. En Argentina, se estima que ese destino tiene el 12,5% del total anual. Perjuicio ambiental y malgasto de recursos nutricionales.

La remanida frase de que la Argentina produce alimentos para 400 millones de personas no es exacta, porque, en realidad, los millones de toneladas de granos, harinas y pellets de soja que se exportan se transforman en proteína animal, de cerdos y pollos, en los mercados de destino. En cualquier caso, el problema no es que falta producción, sino que sobra codicia.

Si es cierto que, con la cantidad de cabezas de ganado bovino, porcino y aviar del país, más los millones de toneladas de cereales y granos sembradas, la enorme variedad de legumbres, frutas y verduras, la gran producción de lácteos y huevos, la gran riqueza pesquera, más la amplia industria elaboradora de alimentos es insoportable que haya una gran parte de la población local que tenga problemas para acceder a una canasta nutritiva, balanceada y a precios accesibles.

La malnutrición sigue siendo un problema preocupante en el país, con altas tasas de pobreza y desigualdad que impactan negativamente en la seguridad alimentaria infantil, de adolescentes y cada vez más extendida en los adultos mayores. No sólo la mitad de la población es pobre por ingresos, de ese universo unos 8 millones están en una situación de extrema pobreza y graves carencias nutricionales. 

Si bien existen programas y organizaciones que luchan contra esta problemática, los desafíos persisten, especialmente en las provincias del norte del país, donde la falta de acceso a agua potable y condiciones de vida precarias agravan la situación, sobre todo en la desnutrición infantil. A esto se suma la desfinanciación desde el Estado nacional de las políticas públicas relacionadas con la producción agropecuaria de menor escala, las economías regionales, la agricultura familiar y el campesinado, que permiten la venta cercana y directa del productor al consumidor sin intermediarios.

Por otro lado, la reducción al mínimo de la asistencia alimentaria que el anterior Gobierno nacional instrumentó desde el Ministerio de Bienestar Social, a través de una extensa red de organizaciones sociales distribuidas en todo el territorio, genera en la población más vulnerable carencias que se profundizan. Sólo quedan las ayudas que realizan los gobiernos provinciales y municipales, que a su vez padecen la detracción de recursos desde la administración central, y que pese a todo organizan ferias y mercados comunitarios. 

Recuperar una parte de lo perdido

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que anualmente en todo el mundo son desechadas 1.300 millones de toneladas de alimentos producidos para consumo humano a lo largo de toda la cadena. 

En la Argentina en particular son alrededor de 16 millones de toneladas al año, lo que equivale al 12,5% de la producción total, según Bancos de Alimentos Argentina, la asociación civil que con sus 14.000 voluntarios hace dos años pudo recuperar al menos 16.000 toneladas de alimentos, como lácteos, frutas, verduras, legumbres, huevos y carnes, que se transformaron en 46 millones de platos de comida para más de 1 millón de personas, distribuidos a través de casi 4.500 organizaciones sociales.

Para tener una idea más precisa de qué implica aquel volumen de comida que se tira a la basura, equivale al consumo de 24 millones de personas durante un año, lo que a su vez es el número aproximado de personas bajo la línea de pobreza en la actualidad en todo el país. 

Entonces, a la falta de una alimentación adecuada en una parte importante de la población, se le suma el sin sentido del desperdicio de enormes cantidades de productos aptos para el consumo humano. En el caso de la producción frutihortícola, ese porcentaje de pérdidas se eleva al 45% de la cosecha anual, según datos de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación.

Un estudio de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA) reveló que las verdulerías representan un punto clave del desperdicio. En los 2.400 locales relevados se descartaron en promedio 22 kilos diarios de frutas y verduras, lo que equivale a casi 50 toneladas de residuos orgánicos al día. Además del impacto ambiental, esta cifra representa una pérdida económica de hasta 26 dólares diarios por comercio.

Tirar la comida y además contaminar

“Se habla de pérdidas cuando ocurren en los niveles primarios de producción, en la poscosecha o procesamiento de las cadenas. Mientras que se trata de desperdicios cuando ocurre en la comercialización y el consumo a nivel doméstico”, diferenció Ariel Vicente, investigador principal del CONICET, a la Agencia CTyS – UNLaM. 

En los volquetes de la playa de estacionamiento del Mercado Central Frutihortícola de Buenos Aires esta es una realidad que cualquiera puede ver a diario, decenas de familias esperan a que los changarines lleven los cajones con verduras y frutas en mal estado para abalanzarse sobre lo que pueda ser rescatable para un guiso o una sopa. 

Es una foto ampliada de lo que puede verse en cualquier contenedor de los grises que hay en los barrios porteños y que hoy, como hace un par de décadas atrás, vuelven a tener personas revolviendo entre la basura. La imagen se repite en otras grandes ciudades, donde cada vez más se ven personas o familias que además de buscar comida, duermen en la calle. 

En Argentina, particularmente en la Ciudad de Buenos Aires, los consumidores porteños desechan un promedio de 8,4 kg de comida por año en sus hogares, lo que equivale a 2,9 kg por habitante. Encima, esos alimentos que se desperdician en un contexto de carencia nutricional de vastos sectores generan un impacto ambiental negativo, ya que cerca del 10% de los gases de efecto invernadero provienen de la descomposición de estos productos desechados en la cadena productiva o en su comercialización. 

Con un consumo deprimido por la falta de ingresos, los productos perecederos que no se venden rápidamente se descartan y, más allá de que no pueden ser aprovechados por quienes no tienen otra opción, encima contribuyen a la contaminación ambiental. El mal manejo de los alimentos, la ineficiencia en la cadena productiva nacional y las prácticas de consumo de los argentinos son factores que también tienen un impacto negativo en el ambiente, no sólo en la soberanía alimentaria.

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