
Pero es cierto. Guaidó con todo el apoyo paramilitar colombiano y del Pentágono tuvo que bajar la frente, respirar profundo, reconocer al único gobierno venezolano existente y sentarse a negociar.
Entre la última sedición militar del partido semi nazi de Guaidó, Voluntad Popular, y los primeros contactos secretos con emisarios del gobierno de Maduro, pasaron apenas 16 días y fue en los pasillos de la Embajada de España en Caracas donde se refugió el prófugo judicial Leopoldo López, jefe político del autodenominado “presidente provisorio”. Muy poco tiempo para tanta violencia y tantas amenazas de invasión norteamericana.
Una de las claves la aporta el dirigente político sindical bolivariano Stalin Pérez Borge en un escrito publicado en Argentina por adnagencia.info (http://adnagencia.info/latinoamerica/item/16242-%C2%): “Esta reunión en Oslo es una iniciativa última de la socialdemocracia europea, azuzada por el presidente (Vladimir) Putin y su canciller (Serguei) Lavrov y, por algunos miembros del partido Demócrata de los Estados Unidos. Al final, terminaron de convencer a Donald Trump y a sus halcones, de que se dieran esta oportunidad. Buscan una vez más, imponer en negociaciones el adelanto para este año de las elecciones presidenciales. Lo que para Trump sería un triunfo y tabla de salvación ‘de última hora’, estando cercanas las elecciones de su país”.
Es tan cierto esto, que explica por qué hay dos posturas en la Casa Blanca. La actualmente “moderada” de Trump y la guerrerista de sus asesores Mike Bolton y John Pompeo. Esto se reproduce en la oposición venezolana y en el Grupo de Lima: Guaidó envía sus “representantes” a Oslo, pero la ex diputada María Corina Machado, denuncia las conversaciones como una capitulación inaceptable. Y Mauricio Macri secuestra la filial de la estatal PDVSA en Argentina y arma una “Oficina para la Transición en Venezuela” dentro de Cancillería, mientras los presidentes de Perú y Panamá gestionan soluciones negociadas.
De los contactos secretos se encargó la Embajada cubana. De poner la mesa en Oslo, fueron Putin y Lavrov a través del reino más tranquilo y estable de la Unión Europea, Noruega, un gobierno que ha mediado con relativo éxito en las aguas turbulentas de Colombia y Nicaragua.
El dilema de Oslo es que las opciones son más lejanas que las secretísimas negociaciones. Ambas partes quieren la rendición incondicional del otro.
En definitiva, Juan Guaidó, no tendría problema en ganar en la mesa lo que ha perdido en las calles y salir del vacío en que está luego de la suma de sus cuatro derrotas físicas. Eso le aconseja su personalidad de lumpen disociado y seminazi sin destino.
Pero el gobierno de Nicolás Maduro no puede ir más allá de lo que desean su parte de pueblo, el movimiento bolivariano militante, las milicias y los comandos de las Fuerzas Armadas. «
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