El Ejército brasileño refrena a Bolsonaro

A cargo del arma más poderosa de América del Sur, los excamaradas del presidente quieren evitar que su aventurerismo embrete a Brasil en la competencia mundial.

Cuando el pasado viernes 11 el general Eduardo Villas Bôas traspasó el comando del Ejército Brasileño (EB) al general Edson Leal Pujol (63), se completó la renovación generacional que dio el liderazgo del arma a oficiales de la promoción de 1977 de la Academia Militar de las Agujas Negras (AMAN), a la que también pertenece Jair Bolsonaro. Esta camada de oficiales tendría motivos para celebrar, pero sus representantes están hoy más preocupados que festivos, ya que el remedo de Frankenstein que han inventado está metiendo peligrosamente a Brasil en la competencia por el poder mundial.

Fue necesaria una fuerte presión militar, para que el nuevo presidente desistiera de instalar una base militar estadounidense en territorio brasileño, tal como propuso en su primera entrevista televisiva el pasado 3 de enero. La idea había sido aplaudida por el secretario de Estado de EE UU, Mike Pompeo, quien probablemente se lo solicitó cuando estuvo en Brasilia para la trasmisión del mando el pasado 1 de enero. Sin embargo, la agencia británica Reuters informó el 5 que los «militares de Brasil se encuentran intranquilos con la apertura de Bolsonaro a una base militar de EE UU», mientras que Folha de São Paulo citaba a un alto mando no identificado que cuestionaba la oportunidad de la propuesta y el ministro de Defensa, general Fernando de Azevedo, manifestaba sus reservas al diario Valor Económico.

Junto con los generales Paulo Humberto de Oliveira (comandante de Operaciones Terrestres y desde diciembre pasado jefe del Estado Mayor del Ejército), Mauro Cesar Lourena Cid (jefe del Departamento de Educación y Cultura) y Carlos Alberto Barcellos (comandante de Logística), el general Pujol forma un cuarteto de miembros de la promoción 1977 que asesoran estrechamente a Bolsonaro.

Sin embargo, precisamente por su enorme cercanía al presidente buscan limitar el compromiso del EB con el gobierno. Por ello se inquietaron mucho ante el anuncio presidencial.

La solicitud norteamericana responde a un cálculo miope. Si bien la idea es antigua, el Pentágono se exasperó cuando en diciembre pasado los «cisnes blancos» rusos (dos bombarderos estratégicos con capacidad nuclear que volaron casi diez horas y 12 mil kilómetros) visitaron Venezuela y regresaron a su hogar cinco días después, demostrando que podrían retornar fácilmente en caso de ataque al país caribeño. Para controlar este riesgo, los norteamericanos quieren sumar una base en Brasil a las que ya tienen en Colombia, Perú y Guyana. Sin embargo, como señala el mexicano Alfredo Jalife Rahme, «los militares de EE UU no podrían confrontar un ataque hipersónico a través de Sudamérica». El cohete de ese tipo Avangard, que acaba de ser probado a una velocidad de 30 mil km/h y con una trayectoria multivariable que horada cualquier defensa enemiga en cualquier punto del planeta, podría atacar a EE UU desde la Antártida o desde Venezuela, sin que su defensa antiaérea pueda detenerlo. Los generales brasileños conocen esta debilidad estratégica de Estados Unidos y no quieren convertir a su país en blanco de un ataque ruso.

Por el propio despliegue territorial del arma, su doctrina y sus necesidades de equipamiento, la cúpula militar brasileña rechaza el alineamiento automático con EE UU que postulan los neoliberales en el gobierno, aunque nadie suponía que las diferencias saldrían tan pronto y tan abiertamente a la luz. Las profundas diferencias en el seno del gobierno y el aventurerismo del presidente permiten prever una sucesión de pequeñas y grandes crisis más o menos ruidosas que generarán fracturas tanto mayores en las fuerzas armadas cuanto más estrecha sea su identificación con el gobierno. El próximo corticuito se producirá entre Pujol y el ultraliberal ministro de Economía, Paulo Guedes, que está decidido a incluir a los militares en la reforma previsional, algo a lo que los uniformados rechazan de plano. Al llevar a Jair Bolsonaro a la Presidencia, el Ejército Brasileño se ha aventurado en aguas peligrosas en las que se hundirá cada vez más. Hasta qué punto lo haga y cómo saldrá de la trampa en la que se metió solo es el tema central del futuro inmediato.

Un comandante prudente

El pasado viernes 11 el general de ejército Edson Leal Pujol (1955) asumió el Comando del Ejército Brasileño (EB), cargo que le correspondió por ser el general más antiguo. Hasta entonces era jefe del Departamento de Ciencia y Tecnología del arma. Hijo de militar, se formó en liceos militares, hasta entrar en 1977 a la Academia Militar de las Agujas Negras (AMAN), en Río de Janeiro, donde convivió con Bolsonaro y los principales integrantes del Alto Comando actual. Pasó por varios comandos en el país y en el exterior (Haití), y de 2014 a 2015 coordinó el Gabinete de Seguridad Institucional de la Presidencia. De enero de 2016 a abril de 2018 dirigió el Comando Militar del Sur, en Porto Alegre, para luego ocupar el cargo que acaba de dejar.
Pujol está considerado como «liberal», porque defiende la legalidad y rechaza toda intervención extraconstitucional del Ejército. Su imagen es la de un anticomunista, cristiano devoto, conciliador y discreto. Pronto se verá si estas virtudes lo ayudan a moderar a su excompañero de la promoción 1977.

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