El etíope Abiy Ahmed Ali, otro Nobel de la Paz que, sin pudor, arremete a sangre y fuego 

Por: Ricardo Gotta

Galardonado en 2019, en las últimas semanas no tuvo empacho en reprimir protestas étnicas y utilizar temibles drones de origen árabe. La influencia regional de las grandes potencias.

Abiy Ahmed Ali nació hace 44 años en Beshasha, Kaffa, al oeste de Etiopía. Ingeniero informático, militar y político. Padre musulmán y madre cristiana: devino en protestante. Pertenece a la etnia oromo, una de las más discriminadas en el pasado. Fue diputado y ministro. Llegó al cargo de primer ministro el 2 de abril de 2018. Ya en el poder, diluyó el Partido Democrático y el Frente Revolucio-nario del Pueblo, con los que llegó, y creó el de la Prosperidad. Pero apenas asumió, lideró un proceso de democratización, liberó a presos políticos y derogó una ley antiterrorista.

Su gobierno se consolidó con una frase, “Un amor, una Etiopía”, que intentaba reflejar su intención de zanjar antiguas luchas étni-cas. Nigeria es la segunda nación más poblada de África, tras Etiopía, multiétnica y multireligiosa: los oromo representan el grupo étnico más numeroso, seguido de amharas, somalíes y tigray. Son eternas las luchas entre esos grupos, con distintos niveles de inten-sidad.

Eritrea es una pequeña nación de 117 mil km2 y 7 millones de habitantes: en ambos registros una décima parte que Egipto, del que se independizó en 1993, intensificando un viejo conflicto que tomó su más alta temperatura entre 1998 y 2000. Su vecino mayor lo aprieta en menos de 2000 km de frontera contra el Mar Rojo, al que le debe su nombre griego. A cuatro meses de asumir, Ahmed viajó a Asmara, la capital eritrea. Fue el primer mandatario etíope en reunirse con el presidente local Isaías Afwerki: firmaron la De-claración Conjunta de Paz y Amistad. El premio fue el Nobel de la Paz. Ahmed fue galardonado el 11 de octubre de 2019. Por entonces, su país alcanzaba un crecimiento económico del 7,7%. Hasta la pandemia…



(Foto: Fredrik Varfjell – AFP)


Mekele es la capital de Tigray, una de las diez regiones étnicas etíopes, la más septentrional, cercana a Eritrea. El Frente Popular por la Liberación de Tigray, liderado por el presidente Debretsion Gebremichael, gobierna allí desde 1991 y revirtió la dominación amhara sobre sus 6 millones de personas. Desde entonces propugna su independencia.

Ahmed en 2018 venció en las elecciones a Gebremichael, luego de que el mandatario Hailemariam Desalegn renunciara tras graves protestas y el sempiterno peligro de disputas internas. La intrincada pelea por sucederlo incentivó el antagonismo tras esos comicios. El TPLF se recluyó en Tigray. Este año, la tensión se incrementó cuando el gobierno central postergó unas elecciones con la excusa de la pandemia. Ante reiterados reclamos, cortó los suministros de energía, alimentos y comunicaciones y lanzó un ataque bélico terres-tre y aéreo, con el apoyo de drones de Emiratos Árabes Unidos, por caso sobre la universidad local. Se habla de masacres contra la población civil, de 600 civiles muertos. También de una espantada de al menos un millón de personas: solo en la frontera con Sudán hay unos 50 mil refugiados. A su vez, Eritrea, que no se lleva bien con el FPLT, cerró herméticamente sus límites.

La decisión de atacar Tigray fue anunciada por el mismo líder que meses antes se destacaba por sus iniciativas pacifistas, quien ahora dice sin tapujos: “Apelamos a la fuerza para salvar al pueblo y al país”. Está convencido de que debe actuar sin cortapisas con el objetivo de obtener una rápida y concluyente victoria. Es su teoría del mal menor.

Etiopía es considerada una de las excepciones africanas: perduró con cierta independencia a la colonización europea del siglo XIX. Aun así fue conducida por el emperador Haile Selassie durante 44 años. Pero en 1974 fue derrocado por el Derg, el Gobierno Militar Provisional de la Etiopía Socialista, que fundó la República Democrática Popular, bajo influjo soviético, aunque de un modo muy sui generis, que se quebró en las elecciones de 1995, tras la caída del Muro.

Siempre estuvo latente el peligro de guerra civil y fragmentación, con la consecuente repercusión regional, en especial en el llama-do “cuerno de África”. Los especialistas afirman que se trata de una «guerra eterna» por el control de los acuerdos económicos y geopolíticos de importancia estratégica con China y con Rusia, que reforzaron su penetración en la región para contrarrestar la histó-rica intromisión europea con EE UU detrás, en todo el África subsahariana. Un tema considerado clave es el de los recursos hídricos estratégicos del Nilo y sus afluentes,  conflicto que compromete a Egipto y a Sudán.

Por supuesto, en un continente que se desangra desde hace siglos en hambre, pobreza y luchas internas. «

Una historia con muchas controversias

Se entiende la paradoja que los Premios Nobel, incluido el de la Paz (como los de Física, Química, Fisiología o Medicina, Literatura), fueron instituidos por el fabricante de armamentos, inventor e industrial sueco Alfred Nobel. Según su directiva, el premio de la paz se otorgará a quien “haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos alzados y la celebración y promoción de acuerdos de paz”. El favorecido es seleccionado por un comité noruego de cinco integrantes designados por el Parlamento de ese país.

Curioso parangón, entonces, el utilizado en su momento para postular a personajes como Hitler (1939), Stalin (1945 y 1948) o Musso-lini (1935), que finalmente no llegaron a ganar el premio, aunque estuvieron en la carrera.

Pero sí se lo adjudicaron a otros personajes muy controversiales, como al exsecretario de Estado estadounidense Henry Kissinger en 1973, tras los acuerdos alcanzados para poner fin a la Guerra de Vietnam. Sin considerar, por omisión deliberada o por ignorancia, sus acciones vinculadas a los bombardeos en Camboya entre 1969 y 1975 o, por caso, su más que activa participación en el Operativo Cóndor relacionado con las dictaduras de esos años en Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay y Bolivia.

También se lo dieron a Barack Obama, en 2009, flamante presidente de EE UU, “por su extraordinario esfuerzo por fortalecer la di-plomacia internacional y su trabajo por un mundo sin armas nucleares”. ¿Y las guerras en Irak y Afganistán? Un dato, solo uno: el 1 de diciembre de ese año, envió 30 mil soldados extra a Afganistán para “terminar el trabajo”, ¿Y entonces? 

El dirigente serbio Slobodan Milosevic, condenado por crímenes de guerra durante la Guerra de los Balcanes, fue otro de los casos que se recuerdan. Y eso no es todo: el todavía presidente de los EE UU, Donald Trump, fue nominado por un diputado noruego al Nobel 2021 por su apoyo al acuerdo de paz entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos. Ya en 2019 estuvo entre los 304 candidatos al premio «por los avances en la península de Corea» y sus acercamientos al Kim Jong Un.

En fin…



(Foto: John Mac Dougall – AFP)


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