El juguete antiestrés que divierte a los chicos e inquieta a los maestros

Por: Pablo Taranto

El spinner, un sencillo dispositivo giratorio diseñado originalmente para niños con trastornos de déficit de atención e hiperactividad, se convirtió en una fiebre global. Todos los chicos lo quieren.

Justo aprieta fuerte el pulgar y el índice de su mano derecha. Con la izquierda da impulso a su flamante «spinner», que empieza a girar. Hoy cumple siete. Su prima Zoe, que vive en España y es apenas mayor, lo saluda por WhatsApp y le pregunta si ya lo tiene. Como un reguero de pólvora global, bien aceitado por el merchandising y las redes sociales, el juguete más simple puede ser un súbito éxito comercial en Nueva York, Londres o Barcelona y dos o tres semanas más tarde convertirse en objeto de deseo de un niño bonaerense. Pasó el año pasado con el desafío de la botella. Pasa por estos días con el omnipresente spinner, un objeto de factura sencilla, acero y plástico, que miles de chicos argentinos no pueden dejar de manipular y cuya verdadera utilidad –cualidad que no necesariamente debe exigirse a un juego– estaría vinculada a un supuesto beneficio terapéutico para niños con trastornos de déficit de atención e hiperactividad.

El mecanismo es elemental: un rulemán en el centro, fijo, y otros tres que rotan alrededor a toda velocidad. Medios de Europa y EE UU –donde comenzó la fiebre por el spinner y ya se viralizan cartas de docentes hartos del aparatito en clase– rastrearon sus orígenes en la creatividad de Catherine Hettinger, una ingeniera estadounidense que lo ideó para entretener a su hija. Lo patentó en 1993 y años después, sin plata para renovar los derechos sobre el jueguito giratorio, los perdió. En la década pasada, el dispositivo revivió como herramienta para ayudar a alumnos con trastornos de atención, reduciendo su ansiedad y mejorando su capacidad de concentración. Todavía hay sitios que lo promocionan así: un juguete infantil antiestrés, sucedáneo de las pelotas de goma que usan los adultos para paliar la ansiedad.

Para la doctora Felisa Lambersky de Widder, pediatra y psicoanalista, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), «los dispositivos mecánicos son deficientes desde el punto de vista terapéutico a la hora de atender síntomas psicológicos. En el síndrome de dispersión de la atención, la angustia se manifiesta a través de una descarga del aparato muscular, mediante el movimiento. Quizás, al tratar el síntoma, se frena la desatención, pero se puede provocar algo más grave: una adicción». Su colega Liliana Moneta, psiquiatra y psicoanalista infanto-juvenil de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA), ha recibido en su consultorio a niños con trastorno de déficit de atención e hiperactividad que llevan su spinner. «Los padres se los compran con la idea de que les disminuye la ansiedad. Parece solo un juego. Se lo presenta como dándoles un sentido a los movimientos estereotipados de los chicos del espectro de autista, que en realidad no tienen una significación. Si logra atemperar la impulsividad y reducir la dispersión, podría cumplir un objetivo terapéutico. Por supuesto, eso mismo en un aula, todos los chicos con ese dispositivo, fuera del ámbito terapéutico, se convierte en algo disruptivo, como el celular».

En cualquier caso, el spinner se vende como juguete. El furor en la Argentina recién comienza y aún no parece un problema para los docentes. Quizás lo sea en breve, a juzgar por la demanda sostenida. En las jugueterías se consiguen desde 110 pesos, pero hay modelos con luces de Led por los que se piden hasta $ 690. En las de Once, el cartel de «llegaron los spinners» luce en varias vidrieras. «No lo trabajamos, pero todo el tiempo entran clientes a pedirlo –cuenta Lorena, encargada de La Rana Charlatana, en Corrientes al 2100–. No es didáctico, no sirve más que para tenerlo en la mano y hacerlo girar, simplemente se puso de moda. Por experiencia, en dos semanas se acaba la fiebre consumista y los pibes saltan a otra cosa o vuelven a los juguetes tradicionales». A unos metros, en el local a la calle de una galería, repleto de importados, Carlos muestra decenas de modelos con forma de escudo de Batman o de búmeran de tres puntas, todo importado, y spinners nacionales a 130 pesos.

Junto con la importación de spinners, también creció la venta de rulemanes. Y ya circulan, además de videos con millones de vistas de youtubers que hacen destrezas con el spinner, tutoriales para armarlos en casa. A la salida de una escuela de Villa Urquiza, Paula observa cómo su hijo Bautista se luce ante sus compañeros haciendo girar su spinner sobre la punta de un dedo. «Me lo pidió y se lo compré. Pero ya hablé con la maestra de Tecnología, a ver si les enseña a hacerlos. Porque la botellita era gratis. Pero esto tiene un precio. Si todos están como locos con esto, la idea es que lo tengan todos». «

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