Por Adrián Murano, secretario de redacción.
Los medios y comunicadores amigables con Cambiemos suelen criticar al gobierno por su «mala comunicación». Le reprochan, por ejemplo, que no haya explicado la «dimensión descomunal» de la crisis energética para aceitar la «necesidad» del tarifazo. En ese reproche hay una confesión: critican al macrismo por no haber operado mejor sobre la conciencia de la población. Una especialidad de la casa, para el sistema tradicional de medios.
El reclamo, por cierto, es injusto. El gobierno hizo todo lo posible por convencer a los ciudadanos de las bondades de un salto abrupto en el precio de los servicios públicos. Si su prédica no prendió, en tal caso, no fue por falta de iniciativa, sino porque el público está un poco más despierto que tiempo atrás. Mérito, en parte, de la irrupción de las redes sociales, que permiten cuestionar la información a velocidad luz. Pero también es consecuencia de una década en donde más allá de las motivaciones K- se puso en el banquillo al periodismo y a los medios de comunicación. Para decirlo en términos sencillos: la Argentina de hoy es menos proclive a mascar vidrio y digerir sapos mediáticos.
Eso no quita, sin embargo, que Cambiemos busque perfeccionarse en ese rubro. Esta semana, el editorialista de La Nación, Carlos Pagni, reveló -¿sin querer queriendo?- que el gobierno tiene un sistema interno para guionar las declaraciones de funcionarios y afines. «Qué estamos diciendo» se titularía la cadena de mails donde, a diario, se vuelca el libreto que guía las declaraciones públicas del oficialismo.
El jueves pasado, según Pagni, los miembros de Cambiemos recibieron la instrucción de abordar el fallo de la Corte ponderando que el gobierno «acataba» la decisión del máximo tribunal. Por lo visto y oído ese día, el mail llegó a despachos, trolls de redes sociales y operadores mediáticos con programas de radio y tevé.
Sería injusto, claro, condenar al macrismo por replicar métodos y pretensiones que también tuvieron sus antecesores. En su caso, además, es una práctica de extrema necesidad: huérfano de una estructura territorial clásica, su campo de batalla son las redes sociales y los medios de comunicación. Por eso dispuso la creación de un cyber ejército para las redes y tejió alianzas con medios que le cubren la espalda. Por ahora. Porque ese tipo de apoyo interesado vence cuando el presupuesto, la popularidad o la utilidad de los beneficiados empiezan a declinar.
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