El mundo cambió, Juan

Por: Mariano Ciafardini

Ciertamente que "nadie se salva solo", por eso es necesario buscar nuevas respuestas para enfrentar nuevas realidades. Porque la salida individual de país por país, si alguna vez fue realmente posible, hoy ya no lo es.

Parafraseando la frase de Oesterheld “nadie se salva solo” y dándole el sentido de universalidad que se merece, a estas alturas del siglo XXI y en medio de la fabulosa transformación de la escenario mundial en comparación con aquel de “El Eternauta”,  el apotegma no solo tiene vigencia sino que es imprescindible tenerlo en cuenta cuando habla de proyectos nacionales alternativos, que pongan fin a los crónicos problemas que aquejan a la Argentina y a la gran mayoría de los países del mundo. Y en ese sentido planteamos desde ya que la salida “nacional” individual de país por país, si alguna vez fue realmente posible, hoy ya no lo es.

La humanidad, con la tremenda interrelación económica política y social, la explosión del comercio internacional en una escala nunca vista, las tan mencionadas cadenas de valor y el grado de comunicación en tiempo real anteriormente inimaginable, vive un cambio existencial de la dinámica económica mundial y, por lo tanto, de cada país que la integra. A ello se suma, sobre todo, una gigantesca brecha productiva y tecnológica entre los países más poderosos y desarrollados y los que se encuentran en niveles más bajos, y se extendieron en el mundo los nuevos fenómenos de la hiper-concentración de riqueza por un lado y la exclusión social y el trabajo basura, por el otro. Todo ello plantea una realidad contra la que se estrellan casi todos los proyectos nacionales y populares  en tanto siguen articulándose sobre las mismas variables y antinomias que en la segunda mitad del siglo XX, aunque hay cada vez más países (y movimientos políticos) que toman nota de esta transformación y actúan en consecuencia con exitosos resultados.

En Argentina, al margen de la patética coyuntura actual, hemos llegado a un punto donde para construir un nuevo país, digno y aceptable para todos los habitantes sin exclusiones, cualquier nuevo  proyecto  político económico que se plantee -si es pensado únicamente en los marcos geográficos nacionales- conduce al camino de la frustración y fracaso y, como nefasta consecuencia, al aprovechamiento por parte de aquellos cuyo proyecto es, exclusivamente, la depredación del patrimonio nacional y su enriquecimiento personal.

Aunque resulte un desafío de una gran complejidad política, para lograr un éxito definitivo que deje atrás las sistemáticas frustraciones pasadas y las fuerzas destructivas de los expoliadores,  hay que tener el valor y la audacia de pensar (y la porfiada voluntad de llevar a cabo) un proyecto que contemple el ascenso paralelo y en forma de bloque tectónico de todos los países postergados del mundo, empezando, lógicamente, por la región latinoamericana, pero estableciendo lazos con África y Asia.

Se debe avanzar mucho más profunda y seriamente en una integración regional que considere a todo el territorio latinoamericano y sus plataformas submarinas y espacios aéreo y comunicacionales como espacios comunes en los que todos tengan interés en su desarrollo y no solo los países «dueños» de ellos, según la división heredada de las guerras anticoloniales. Un espacio en que cada éxito y progreso de uno sea visto como un éxito de todos por ser parte de un plan común que beneficia a todos en términos reales y concretos.

Para ello es necesario diseñar y articular políticamente el proyecto productivo-comercial-comunicacional común, teniendo en cuenta el mundo en el que se ha de insertar. Los países que ya estén de acuerdo con ello deberían organizar las comisiones científicas económicas y socio-culturales que vayan dando forma, al menos en los trazos generales, a un proyecto de esa naturaleza.

Volviendo a la Argentina, la única propuesta válida alternativa al neoliberalismo, “libertarianismo”,  o como quiera que se lo denomine, es la que considere prioritariamente esta realidad y se construya partiendo de ella, y no repitiendo viejas recetas que aunque fueran relativamente eficaces cuando el imperialismo capitalista clásico imponía la contradicción principal de liberación o dependencia, hoy solo han pasado a ser en gran medida imaginarios de ese pasado, no conectadas con una  realidad que se percibe distinta y que, precisamente por ello, fracasanpuesto que no logran desarrollar en grado suficiente al país (trampa de la sábana corta) ni sacar a grandes sectores de la pobreza y la pobreza extrema .

Al respecto, es imprescindible a la vez  identificar cuáles son las potencias mundiales que hoy se muestran más dispuestas a respaldar (y explorar) este camino. Y cuáles de las grandes asociaciones económico políticas mundiales y regionales son las más aptas para ir concretando este ideario  de ascenso en bloques, que no son precisamente las que durante el ya agotado ciclo anterior y en el presente se han dedicado al sometimiento de nuestros países a la situación de subdesarrollados y a nuestros pueblos a la condición de pobres. Se debe aumentar las relaciones con ese mundo nuevo buscando caminos en conjunto y, en consecuencia, diseñar, planificar y proponer proyectos «nacio-regionales”  que se dirijan al ensamble virtuoso con esta nueva realidad.

Desde allí y solo desde allí se podría encolumnar a las grandes mayorías que empiecen a abrigar nuevas y legítimas esperanzas y estén dispuestas a apoyar consciente y libremente un proyecto político verdaderamente nuevo. A enamorar con la posibilidad real de un país, un mundo y, sobre todo, una vida distintos.

Lo demás  (aquí podemos incluir a las ya oxidadas ideas cepalianas, el viejo keynesianismo puro  o las otrora revolucionarias teorías de la dependencia, con su alternativa de la industrialización por sustitución de importaciones) son ideas del pasado que, aunque bien intencionadas, parten hoy de supuestos que ya no existen ni se pueden recrear y que generan cada vez más un olor a repetición infructífera y sentimientos de desconfianza, subestimación y desesperación, que llevan a muchos, incluso de sectores de bajos y muy bajos recursos y, particularmente, a las jóvenes generaciones, a apoyar ensayos catastróficos.

Nobleza obliga y acá, al menos con respecto a lo que venimos diciendo, debemos disentir  con Alfredo (“el tano”) Favalli: “lo viejo ya no funciona Juan”.

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