Estados Unidos retacea fondos a la ONU: se ahonda la hambruna en África

Por: Andrés Gaudin

Más de 52,7 millones viven en "situación de inseguridad alimentaria". Nigeria, Camerún y Chad en estado crítico. El apoyo que recorta EE UU, mientras asigna billones de dólares a la guerra, genera que 300 mil niños queden al borde de la desnutrición. La contracara: Brasil salió del Mapa del Hambre.

A mediados del último marzo, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) precisó que en África occidental y central, 40 millones de personas vivían una “situación de inseguridad alimentaria”. Más precisamente, de hambre. Cuatro meses después, en la reciente cumbre de Addis Abeba sobre sistemas alimentarios, la agencia de la ONU actualizó sus datos. Ya son en estos días 52,7 millones los hambrientos africanos, casi 17 veces la población de la ciudad de Buenos Aires, 16 veces la de todo Uruguay. La directora del PMA, Margot van der Velden, adelantó que antes de fin de año, debido a los recortes que ya se sienten tras la salida de Estados Unidos de los organismos de la ONU y el retiro de su vital financiamiento, «enfrentaremos la realidad de tener que parar la ayuda humanitaria a las poblaciones de las áreas más devastadas». Cesar la ayuda y verlos morir, como en Gaza.

La realidad que expuso Van der Velden ante sus pares de la FAO, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, la UNICEF y la Organización Mundial de la Salud es, tal como la exhibió, francamente sublevante. De los tres países en fase crítica –Nigeria, Camerún y Chad– el primero es el que muestra el cuadro más lacerante. Después de que el presidente Donald Trump decidiera per se que los organismos de las Naciones Unidas son el peor exponente de la corrupción mundial (¡Trump lo dijo!) y les retirara el apoyo económico de la gran potencia, más de 1,3 millones de nigerianos perdieron el acceso a comida y apoyo nutricional, podrían cerrar 150 clínicas de nutrición en la región nordeste –donde está la militancia islámica más activa– y 300 mil niños quedarían al borde de la desnutrición plena. 700 mil desplazados por el conflicto étnico-religioso quedarán sin medios de sobrevivencia.

Foto: Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola de las Naciones Unidas

Mientras en Addis Abeba se conocían los detalles de la dramática situación que padece el 8,2% de la población mundial –673 millones de personas–, se conocieron dos episodios, de distinto signo pero relacionados. Uno, auspicioso: con medidas de fuerte contenido de clase, Brasil salió del llamado Mapa del Hambre. Con la creación de fuentes de trabajo, el apoyo a la agricultura familiar y la entrega de alimentación escolar, el gobierno de Lula sacó de la inanición a 24 millones de personas y mostró que con sensibilidad social todo se puede.

El otro, irritante: tras un pantagruélico desayuno en uno de sus campos de golf en  Escocia, el Trump Turnberry, el presidente norteamericano dijo que no pensaba hablar de “estupideces”, cuando le preguntaron sobre su promoción de la guerra –Ucrania, Medio Oriente–. Mientras, retira financiamiento a los programas de asistencia humanitaria.

Apoyadas en estadísticas precarias y muchas veces contradictorias, y pese a lo dicho por los investigadores en las sesiones de Addis Abeba, las agencias de la ONU creen que este año podría mostrar una mínima mejoría. Apenas citan la inestabilidad derivada del cambio climático y, mientras deliberan sobre cómo asistir a los hambrientos resaltan entre las más vulnerables a las personas desplazadas por los conflictos étnico-religiosos. “Son las que más sufren –dicen– ya que pierden el acceso a sus parcelas de cultivo y pastoreo”. Es cierto, responden los críticos de la burocracia internacional, pero hasta ahora, este año, ya son más de 10 millones, con Burkina Faso, Chad, Camerún, Mauritania, Níger y Nigeria entre los más afectados. Las inundaciones alteraron el régimen de producción y dejaron, hasta la primera semana de julio, a unos 6 millones de personas sin vivienda.

Las agencias de la ONU claman por ayuda para recuperar lo perdido por la decisión de Trump. Sólo el PMA necesita “ya” 130 millones de dólares para mantener sus operaciones en Nigeria. Pero apenas recibió el 21% de tal monto. Algo similar pasa con lo pedido para seguir activos en los demás países de África occidental y central. “Nos veremos obligados a suspender nuestras acciones en todos los países de la región”, dijo Van der Velden ante la sordera universal. No hay oídos receptivos en las metrópolis expoliadoras. Cuando se anunció que Brasil había salido del Mapa del Hambre, Lula denunció que sólo hay recursos para la guerra –“este año se han asignados 2,7 billones de dólares”, afirmó– mientras Estados Unidos y los países de la Unión Europea no se han expedido sobre su invitación a conformar un organismo financiero mundial para erradicar el hambre y la pobreza en 2030.

Foto: Agencia AFP

Ignorado lo dicho y hecho por Lula y apelando al discurso con el que cualquier mortal bien intencionado podría acercarse al tema, la burocracia se queda a mitad de camino cada vez que aborda las causales de la inseguridad. Es correcto, como dice, que el cambio climático, las guerras civiles, las derivaciones de la crisis económica global y la falta de ayuda humanitaria están detrás del hambre. Pero le falta el análisis de contenido socioeconómico como el que aborda la entidad católica española Manos Unidas, cuando dice que el cambio climático, los conflictos internos y las crisis económicas no son suficientes para explicar el galopante crecimiento del hambre. Hay otras razones de fondo, señala. Básicamente, un modelo agrícola diseñado para alimentar la exportación, y no a las personas, y un régimen expoliador de la tenencia de la tierra, que está en manos de élites locales y extranjeras.

A la burocracia internacional le cuesta llamar a las cosas por su nombre, y no sólo cuando habla del hambre quedan sus prejuicios a la vista. El coordinador de la FAO para África occidental dijo en la reciente cumbre de Addis Abeba, que el agravamiento de la crisis “obliga a implementar vastos programas de resiliencia”. O sea, adaptarse a las situaciones difíciles. O sea, acostumbrarse a aguantar, que no es lo mismo que resistir. A la hora del cierre del encuentro, su par de UNICEF reivindicó la “importancia de asegurar una oferta suficiente de alimentos a los menores de cinco años”, porque –está bien calculado, como en los campos de exterminio nazis cuando se estimaba la producción de un prisionero hasta que exhalara el último suspiro– cada dólar invertido en nutrición produce 16 en beneficio económico, gracias a mejor salud y mayor productividad a lo largo de la vida”.

«El hambre no duele, te carcome por dentro»

«Cada vez que mis compañeros se llevaban un sándwich a la boca, me imaginaba comiéndolo. Los observaba todo el tiempo, me daba vergüenza decir que tenía hambre, y volvía al trabajo», dijo Lula. Y se largó a llorar de modo desconsolado.

La emoción del presidente brasileño, de pasado realmente humilde, se registró durante un evento del Consejo Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional (CONSEA), donde anunció que su país logró salir del Mapa del Hambre de la FAO. Recordó entonces cuando trabajaba como metalúrgico en los ’60 en condiciones tan precarias que no tenía siquiera para comer. «Es fácil dar un discurso, pero cuidar del pobre de verdad se hace con el corazón. El hambre no duele, te va carcomiendo por dentro», señaló.

Además, allí mismo Lula anunció que invitará a Donald Trump a la COP30 (reunión de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático), que se celebrará en Belém, en el estado brasileño de Pará del 10 al 21 de noviembre próximo, a pesar de la guerra comercial por los aranceles. «No llamaré a Trump para hablar de nada porque no quiere hablar. Pero sí lo llamaré para invitarlo a la COP30 porque quiero saber qué opina sobre el tema climático», declaró.

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