Estados Unidos: una elección en la que está todo permitido

En los últimos días, Harris salió, casi alocadamente a la caza de los jóvenes, preferentemente negros, y de las mujeres, dos sectores a los que Trump insulta un día sí y otro también. La caza de los votos.

En Estados Unidos el voto no es obligatorio y, según parece, el grueso de los que no saben a quién votar se anotan en la legión de los desentendidos, los cómodos, los del qué me importa, a los que muy delicadamente los politólogos llaman indecisos. En Estados Unidos tampoco hay veda electoral, se puede repartir globos y lucir pines de campaña hasta en el mismísimo cuarto oscuro. No existe, además, ningún impedimento para que el proselitismo no sea otra cosa que el uso y la exaltación del lenguaje vacío y de mal gusto. Para una democracia son muchas contras a la vez. El no me importa, cuando es tanto lo que se juega en una elección. El perforar los oídos con consignas huecas, porque todo junto hace que las campañas sean más una sarta de insultos que una exposición de razones.

Durante toda la campaña la demócrata Kamala Harris y el republicano Donald Trump se han anotado gustosamente en la contienda del decir poco y el prometer mucho. Pero en estos últimos días, tras hacer propia la versión de unas encuestadoras que hablan de un empate técnico en un sistema que no admite hablar de ello (ver aparte), se han dado a buscar a los indecisos. Sus equipos de campaña dicen que son los jóvenes y, entre ellos, los negros y los latinoamericanos, es decir la población que engorda el producto bruto interno (PBI) de la gran potencia –ni más ni menos que el valor monetario de los bienes y servicios que produce el país– mientras asimila los golpes como el boxeador en los instantes previos al knock-out. Una especie de masoquistas políticos a los que no lastiman los insultos.

En estos últimos días Harris salió, casi alocadamente a la caza de los jóvenes en general, pero preferentemente de los negros, y de las mujeres, dos sectores a los que Trump insulta un día sí y otro también, pero que extrañamente siguen dejando abierta la puerta para votar por el candidato republicano, rey por igual entre racistas, xenófobos y misóginos. Son unas especies dominantes en los antiguos estados esclavistas del sur pero se desarrollan en todo el país. Según la última encuesta del The New York Times-Siena College –también la divulgación de los sondeos está permitida, incluso mientras se desarrolla la votación–, la tasa de indecisos se redujo al 3,7%, pero de ellos el 21% son votantes negros (unos 1,2 millones de personas). El Partido Demócrata, es decir Harris, perdió alrededor del 10% de  simpatizantes afro en cuatro años, desde que Biden derrotó a Trump en noviembre de 2020.

Mientras en este tramo final Harris aparece desconcertada y endureció su discurso, para parecerse a Trump, éste y sus referentes derrochan optimismo y cada vez cuidan menos su lenguaje. O lo exacerban deliberadamente. James D. Vance, el candidato a vicepresidente, un extremista de ultraderecha, se atrevió a insultar a Swift Taylor, la cantante a la que en sus redes sociales siguen más de 283 millones de fieles en el país y en el mundo occidental. “Esa gata sin hijos”, dijo para descalificar a la estrella del pop. En ese tour de insultos a latinoamericanos, negros, judíos y todo aquello que se mueva y no sea republicano, un comediante que precedió a Trump en su soñado cierre en el Madison Square Garden calificó como basura –y todos lo festejaron–  a “esos negros que viven en Puerto Rico”.

Desbocado, tras confirmar que sus votantes asimilan y repiten sus despectivos juicios sobre todo, en su acto en el célebre pero pequeño (capacidad para 20 mil personas) estadio de Nueva York, Trump repitió lo que ha sido su caballito de batalla durante toda la campaña: “La mayor amenaza para este país es el enemigo interno, que es la izquierda radical encabezada  primero por el presidente Biden y ahora por la marxista, comunista y fascista Kamala Harris”. Más allá de la impunidad con la que sostiene cualquier cosa,  manejando datos y circunstancias falsas, los analistas se sorprenden de cómo basado en su formidable capacidad de comunicación lanza un mensaje económico vacío con el que, sin embargo, destruye el rápido éxito de los demócratas para remontar el descalabro producido por la pandemia de covid en materia de inflación, desempleo y políticas sociales.

Dada a la tarea de robarle votantes republicanos –mujeres esencialmente– a Trump y de hacerse del voto negro, a Harris no le brotó otra idea que no fuera más allá de convocar a las estrellas del cine, la música y el deporte: Beyoncé, Taylor Swift, Bruce Springsteen (“mi Jefe”), Maná, Los Tigres del Norte, Rubén Blades, Robert de Niro, Leonardo di Caprio, Julia Roberts, George Clooney, Bad Bunny, la periodista afro Oprah Winfrey y las celebridades negras Stevie Wonder y Stephen Curry. También pudo exhibir una elogiosa declaración firmada por 82 premios Nobel de Ciencias y Economía convocados por Joseph Stiglitz. De todas maneras, ella optó por lo popular y en muchos actos cantó su cumbia de campaña, destinada a los jóvenes negros y latinoamericanos: “Kamala es buena gente /no caigas en la trampa/no votes por el trompa/no te equivoques cumpa”.

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