A las pocas horas, hablaba CFK. Suele sacudir el espinel cada vez que abre la boca. Aunque no es la primera vez que se refiere al poder real. Con claridad y realismo, en alguna ocasión admitió que no controló más que un 20 % del poder, cuando más tuvo. Aún sin reiterar cifras, volvió sobre la esencia del concepto. Nunca pasa inadvertida ni para propios ni para extraños que minimizan su discurso y azuzan la interna. Pero bienvenido el discurso, así como la interna, si lo que se trata es de proyectar decisiones sobre el futuro, cambiar el rumbo de una realidad aciaga, apelar a la épica aun en detrimento de la mera administración de un gobierno (siempre con responsabilidades mayores), influir en los direccionamientos y también sobre el ánimo popular, tan desmoronado hoy, no solo por las cifras de la inflación que nos aquejan en lo cotidiano como mazazos.
En definitiva, siempre, la discusión, el eje del debate, la clave, sigue rondando sobre la dispar puja distributiva.
Los millones que padecen la pobreza, la desocupación y la inflación se hallan en las clases populares, mayoritariamente votantes de este gobierno. Pero las vaquitas siguen siendo ajenas. Son de ese poder concentrado que -al menos desde la reinstauración de la democracia-, contó con personeros en la Casa Rosada, y al que casi exclusivamente el kirchnerismo (en su faceta más peronista) tuvo la actitud de enfrentar, en algunas de sus aristas. Vale la aclaración: Alfonsín también lo intentó aunque terminó vilmente apaleado por ese poder.
CFK sacude el espinel. No logra sacudir a un gobierno sumido en intrincadas peleas que parecen más instaladas en los egos que en la visión de las urgencias que arroja el futuro inmediato. Urgencias de unidad y también, por caso, de decisiones extraordinarias
El presidente tuvo su hijo en un sanatorio privado, cobijado bajo una prepaga, como miles a los que arrastró un sistema estatal de salud que los sucesivos neoliberalismos depredaron y los sucesivos progresismos no acaban de recuperar, pese a su esfuerzo. El mandatario que anunció en plena guerra de Ucrania -una de tantas que azotan en el mundo, aunque menos marketineras para Occidente- que atacaría la inflación presentándole guerra. Aunque después su ministro Martín Guzmán marca un rumbo condensado en la macro economía tan lejana al bolsillo de la gente, al menos hasta ahora. Solo anuncia apelar a la “renta inesperada”, todavía una medida incierta.
Así vuelven a resonar viejas consignas. Ante la dictadura se reclamaba: «Con lucha se van, con unidad no vuelven». Los enemigos de hoy no terminan de irse; para ellos la concentración de las riquezas no está en discusión. Pero la “única verdad es la realidad”: hay millones de pobres, como millones de deuda fueron los reconocidos ante el FMI que no irán para cambiar ese destino.
Así, se ahonda la necesidad concreta y urgente de decisiones extraordinarias, que no se vislumbran en el horizonte.
Así, la urgencia de entender que el 2023 está a la vuelta de la esquina. Y que, después de 35 años de la frase de Alfonsín, no nos engañemos, hoy la casa no está en orden.
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