Dave Grohl volvió con su banda y ofrece nueve flamantes canciones signadas por la cultura que marcó el siglo XX y cada dos por tres dan por muerta. El disco incluye nuevas influencias que le dan más frescura a la energía volcánica que es una de las marcas registradas del grupo del ex Nirvana.

Tras “colgar” los palillos de la batería de la expresión grunge más influyente de la historia, se aferró al micrófono y a las seis cuerdas para darle forma a Foo Fighters, que hace pocas horas lanzó Medicine at Midnight, su décimo disco, con la formación que completan Pat Smear y Chris Shiflett en guitarras, Nate Mendel en bajo, Rami Jaffee en teclados y el co-director de orquesta Taylor Hawkins en batería. Un sexteto compuesto por, tal como lo confirman en su página web oficial, “people of rock and roll”.
El nuevo álbum del grupo condensa nueve canciones en poco más de 36 minutos y ofrece una saludable vigencia rockera, pero también algunos indicios de novedad en su repertorio. Sin ir más lejos, la primera voz que escuchamos en el tema que abre el álbum, “Making a Fire” es la de Grohl… ¡pero la de Violet, la hija adolescente de Dave! Que una chica de 14 años inaugure el trabajo de un sexteto de hombres maduros no es un hecho menor, pero –sobre todo– por la calidad de la canción constituye uno de los puntos más altos del larga duración.
El segundo track es “Shame Shame”, de los más oscuros del disco, que cuenta con un videoclip en la misma tónica: una representación onírica en blanco y negro en la que el líder del grupo cava su propia tumba con la guitarra. Luego es el turno de “Cloudspotter”, una movida canción rock-pop cuyo ritmo lo guía… ¡un cencerro! Si medimos el “índice Foo Fighters” del uno al diez, la cuarta canción, “Waiting On a War” es, sin dudas, nivel once: inicia con una guitarra acústica y el canto de Grohl para progresivamente darle lugar al resto de sus compañeros y terminar en un explosivo in crescendo rockero. Su videoclip sigue la misma tónica “101% Foo Fighters”, y nos muestra al grupo tocando al aire libre y a jóvenes alborotando una zona de construcciones abandonadas.
La quinta canción es la homónima del álbum y una de las más representativas, ya que su composición marida recursos clásicos del rock del la Costa Oeste de los ’80 y ’90 con otros que han sido incorporados por muchos de los grupos más característicos de dicho movimiento en los últimos años, como Red Hot Chili Peppers o Pearl Jam. Luego llega “No Son of Mine” y, con ella, un nuevo videoclip con el sexteto tocando en tonos grises e intercalando la pantalla con imágenes en estilo cómic que recuerdan a Sin City. El disco cierra con la rockera “Holding Poison” (¡otra vez un gran uso del cencerro!), la balada “Chasing Birds” y la potente “Love Dies Young” que inicia con una metalera cabalgata de cuerdas y que al estar a cargo de la conclusión del álbum e incluir una referencia a la muerte recuerda a “Born to Die in Berlin” (¡Adiós Amigos!, Ramones). Para Foo Fighters, esta coincidencia no será otra cosa que un nuevo comienzo.
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